El dogma de la Inmaculada Concepción

La noche de la Purísima

Razones históricas para mantener esta fiesta en el calendario laboral

La noche de la Purísima
Purísima concepción

La controversia del dogma terminó con la declaración de la concepción inmaculada de santa María, proclamada como verdad de fe por el papa Pío IX en el año 1854

(Juan José Omella Omella, Arzobispo de Barcelona).-  El próximo jueves celebra la Iglesia la solemnidad de la Inmaculada Concepción, cuando estamos a medio camino de la preparación para la fiesta de Navidad. La Iglesia tiene el corazón puesto en esta fiesta y por eso se ha esforzado en mantenerla como fiesta laboral, a pesar de que la proximidad con la fiesta civil de la Constitución provoque que tengamos dos fiestas en una misma semana, cosa que no facilita la continuidad laboral que se reclama como factor que favorece la productividad y el bien común.

Querría recordar las razones que tiene la Iglesia para querer mantener esta fiesta también como fiesta en el calendario laboral, cuando ha cedido en otras fiestas que han sido trasladadas al domingo, como la celebración de Corpus Christi. Hay unas razones históricas, como la posición tradicional de nuestro país –en especial de la Corona de Aragón–, siempre defensor del dogma de la Inmaculada Concepción en el curso de la larga controversia que enfrentó a dominicos y franciscanos; nuestro Ramon Llull fue uno de los grandes defensores de este dogma. La controversia terminó con la declaración de la concepción inmaculada de santa María, proclamada como verdad de fe por el papa Pío IX en el año 1854.

El obispo Pere Tena, eminente estudioso de la liturgia cristiana, decía en un artículo publicado el año 2002, que “es bueno acentuar de entrada que cuando hablamos de la Concepción Inmaculada de María no hablamos de lo que se denomina concepción activa, es decir, del hecho que María concibió virginalmente al Hijo de Dios hecho hombre, sino de la concepción pasiva, es decir, que María fue concebida llena de gracia desde el primer instante de su existencia, por voluntad amorosa de Dios. Es por lo tanto un hecho de salvación, no simplemente una idea. Alguna vez hablamos de la Concepción Inmaculada de María como si celebrásemos un dogma, y lo es, ciertamente, un dogma; pero un dogma como tal no es motivo de celebración, sino de adhesión en la fe a aquello que expresa. Lo que es motivo de celebración en la liturgia son los acontecimientos”.

El acontecimiento que celebramos en esta fiesta es que María fue concebida libre del peso del pecado que marca desde el inicio la vida de todos los hombres y mujeres. Por eso, en catalán a María se la denomina simplemente como la Purísima y su fiesta tiene lugar en Adviento. Es una feliz coincidencia porque, como decía el papa Pablo VI en su exhortación sobre el culto mariano, el tiempo de Adviento es el tiempo mariano por excelencia. Y también lo reafirma el reciente Directorio sobre la piedad popular y la liturgia.

Es prácticamente inevitable, en la solemnidad de la Inmaculada Concepción de santa María, evocar la poesía que Joan Maragall dedicó a la nit de la Puríssima. El Adviento es un tiempo que invita a la contemplación de las promesas de Dios que alimentan la esperanza. El gran poeta catalán nos invita a esta contemplación: “A la nit de desembre ella davalla, i l’aire es tempera i el món calla. Davalla silenciosa… Oh quina nit tan clara i tan formosa!”.

Y añadía nuestro poeta:

“Neix l’hivern cantant les glòries
d’una verge amb mantell blau
que al sentí’s plena de gràcia
baixa els ulls, junta les mans,
i es posa a adorar a Déu
en son ventre virginal…
Caieu fulles, caieu fulles,
Que ja s’acosta Nadal.”

Hermanos, feliz domingo de Adviento a todos.

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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