Francisco estaba débil y enfermo, y pensando que tal vez aquella sería su última Navidad en la tierra, quiso celebrarla de una manera especial
(Roberto Alifano).- La creación de arquetipos que exaltan y glorifican la suma de cosas gratas que nos rodean y contribuyen a enriquecer el espíritu, cobran presencia en sus tradiciones y son un hábito feliz de nuestra fe. El término pesebre (del lat. praesēpe) indica un establo o, más exactamente, un pesebre, el Pesebre de la gruta de Belén donde, según la tradición evangélica, nació Jesús.
Con el tiempo, el significado de esa palabra se extendió también a la representación que se efectúa en las iglesias y que recuerda simbólicamente el Nacimiento.
Aunque una crónica, por cierto vaga e incierta, afirma que el primer Pesebre se construyó en Nápoles, en el año 1025, en la capilla de Santa María, hoy se sabe que la piadosa costumbre de reproducir, para Navidad, la escena del místico acontecimiento pertenece al santo de la humildad y de la pobreza, San Francisco de Asís, y data de la Navidad de 1223, hace muchos años ya, en el pueblecito de Greccio, en Italia.
Dice la leyenda que Francisco estaba débil y enfermo, y pensando que tal vez aquella sería su última Navidad en la tierra, quiso celebrarla de una manera distinta y muy especial.
Un amigo de Francisco, el señor Juan Velita, era dueño de un pequeño bosque en las montañas de Greccio, y en el bosque había una gruta que a Francisco se le parecía mucho a la cuevita donde nació Jesús, en los campos de Belén, y que él había conocido hacía poco en su viaje a Tierra Santa.
Francisco habló con su amigo, le contó su idea de hacer allí un «pesebre vivo», y juntos lo prepararon todo, en secreto, para que fuera una sorpresa para los habitantes del pueblo, niños y grandes.
Entre la gente del pueblo, Francisco y Juan escogieron algunas personas para que representaran a María, a José, y a los pastores; les hicieron prometer que no dirían nada a nadie antes de la Navidad, y, siguiendo el relato del Evangelio de San Lucas, prepararon la escena del nacimiento. ¡Y hasta consiguieron un hermoso bebé para que representara a Jesús!
La noche de Navidad, cuando todas las familias estaban reunidas en sus casas, las campanas de la iglesia empezaron a tocar solas… ¡Tocaban y tocaban como si hubiera una celebración especial!… Pero nadie sabía qué estaba pasando… El Párroco del pueblo no había dicho que fuera a celebrar la Misa del Gallo… la Misa de Medianoche…. ¿Qué sucedía, entonces?
Sorprendidos y asustados a la vez, todos los habitantes de Greccio salieron de sus casas para ver qué estaba pasando. Entonces vieron a Francisco que desde la montaña los llamaba, y les indicaba que subieran donde él estaba.
Alumbrándose con antorchas, porque la noche estaba muy oscura y hacía mucho frío, todos se dirigieron al lugar indicado, y cuando llegaron quedaron tan admirados, que cayeron de rodillas, porque estaban viendo algo que nunca habían pensado ver. Era como si el tiempo hubiera retrocedido muchos, muchos años, y se encontraran en Belén, celebrando la primera Navidad de la historia: María tenía a Jesús en sus brazos, y José, muy entusiasmado, conversaba con un grupo de pastores y pastoras, que no se cansaban de admirar al niño que acababa de nacer.
Después, cuando todos se calmaron, el sacerdote, que había sido cómplice de Francisco y de Juan Velita en aquel secreto, celebró la Santa Misa, y Jesús se hizo presente en el Pan y en el Vino consagrados, como pasa siempre que se celebra una Misa en cualquier lugar del mundo.
Terminada la Eucaristía, Francisco, lleno de amor y de alegría, les contó a todos los presentes, con lujo de detalles, la hermosa historia de la Navidad, y Jesús, «luz del mundo», llenó sus corazones de paz y de amor.
Tres años más tarde, Francisco de Asís murió, dejándonos esta hermosa costumbre de hacer el Pesebre todos los años, y que tanto nos satisface a todos los católicos.
No cabe duda que la representación plástica de la escena del nacimiento de Jesús es de origen italiano, y de que en todos los grandes museos del mundo existen lienzos famosos de los mayores artistas de todas las épocas, que se han inspirado en él.
Bajo la advocación de San Francisco de Asís, en el momento que escribo estas líneas, me parece estar escuchando en una recordada tertulia de Buenos Aires, al poeta Rafael Jijena Sánchez leyéndonos, de sus «Florecillas para el Niño Dios», esta bellísima copla Navideña:
Achalay mi Niño,
achalay mi Dios,
a la media noche
ha salido el sol…