¿Cómo aceptar una sociedad que desprecia a los pequeños, que no quiere repartir con quien menos tiene?
(Luis Miguel Modino, corresponsal de RD en Brasil).- Salió un decreto del «Emperador Michel Temer» que obligaba a todos los beneficiarios de las ayudas sociales a renovar su inscripción en los diferentes programas. Al fin y al cabo, había que reducir costes, eran tiempos de crisis y el país no podía soportar semejantes dispendios con esa gente que sólo trae problemas y gastos para la sociedad.
No importaba donde viviesen, ni el tiempo que tardasen en llegar, ni que tuviesen que gastar lo poco que les quedaba. En todos los rincones de ese inmenso país, llamado Brasil, sería obligatorio pasar por el control oficial. Nadie sería dispensado, poco importaban las circunstancias o dificultades de cada uno. Probablemente serían unos cuantos los que no lo consiguiesen y eso iba a permitir que, en el futuro, los que mandaban tuviesen más dinero para llevarse al bolsillo, que al fin y al cabo era lo único que les interesaba.
¿Cómo llegar con nuestra pequeña canoa hasta la ciudad? Era esa la pregunta que un nuevo José le hacía a una nueva María. No tenemos gasolina para un viaje tan largo, nos falta lo más mínimo para sobrevivir y ahora nos vemos obligados, por una ley injusta y arbitraria, a tener que pasar por un control que sólo nos puede perjudicar. ¿Por qué siempre somos los pobres quienes tenemos que pagar los platos rotos? ¿Por qué la historia siempre les sonríe a los mismos?
La gran barriga de esta María le hacía sufrir cada vez más dolores, en cuanto la pequeña canoa se deslizaba por las oscuras aguas del río. La penumbra de las aguas escondía un futuro incierto para una gente que poco a poco había ido perdiendo la esperanza de que algo pudiese cambiar para mejor. ¿Cómo entender que en un país rico, los pobres sean cada vez más pobres? ¿Cómo aceptar una sociedad que desprecia a los pequeños, que no quiere repartir con quien menos tiene?
Quienes desde la orilla contemplaban las dificultades de la joven pareja, miraban con una mezcla de intenciones, de desdén, para aquellos por quienes pocos se interesaban por la suerte que corriesen. Nadie, ni sus propios parientes, sentían la más mínima compasión. Hasta los lugares más remotos había llegado la globalización de la indiferencia, esa grave enfermedad que va penetrando en nuestros corazones y los va endureciendo hasta convertirlos en una piedra.
En las diferentes comunidades por las que iban pasando, todos conocían la historia de Jesús y se preparaban fervorosos para recibirle en la ya próxima Navidad. Algunos hasta se indignaban con las actitudes de quienes no habían querido acoger a ese Dios que se hizo carne. Se preguntaban como era posible que no se hubiesen dado cuenta de que Dios estaba a su lado. Es fácil leer la Palabra como un mensaje del pasado, que en nada nos afecta ni cambia nuestra forma de entender la vida y relacionarnos con los otros.
Fue eso lo que impidió que aquellos dos pobres indígenas se viesen obligados a recibir a su hijo en una de las muchas playas que había en la orilla del río, un lugar distante, perdido en medio de la selva, lejos de los suyos y todavía más distantes de quienes, viéndoles necesitados, les habían cerrado las puertas del corazón. Una historia repetida, presente en la vida de muchos Josés, de innumerables Marías.
¿Por qué hablar de Navidad si dejamos que los dolores de aquella Noche se continúen repitiendo? ¿Cuándo vamos a reconocer que Jesús sigue naciendo hoy, que su historia no forma parte del pasado? Quien sabe, si hoy, bien cerca de mí, de ti, de cada uno de nosotros, Él no va a nacer entre pajas, a la orilla de un río perdido en medio de la selva, en una patera, en un campo de refugiados, o entre los cartones que envolvían tus muchos regalos y que has tirado a la puerta de tu casa…
No le dejes que esta vez tenga que nacer donde pueda, no consientas que las leyes injustas de los que mandan provoquen situaciones de dolor y desamparo en quienes no tienen casi nada. Cambiar la historia de la gente siempre va a depender de nuestras elecciones. No nos equivoquemos y vamos a escoger aquello que vale la pena.
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