Duelen los estúpidos que defienden los los ídolos de barro con balón, pero ignoran que de sus trapicheos inmorales con los impuestos, se extiende la pobreza en los comedores de esos niños que los sienten como sus ídolos
(Nicolás Puente).- Querido Jesús-niño: Déjame que te cuente ante este año que fenece en pocas horas lo que en mí con él muere…Muere mi esperanza de ser algo más que un desecho, un detritus para una Iglesia que se empeña en hablar de las familias con un olvido premeditado con alevosía y desprecio sobre esas familias que no forman parte de sus planes.
Leía, hace unos días, que el papa visitó a unos matrimonios de sacerdotes secularizados y me pregunto si podrá haber un desprecio mayor… ¿Tan solo unos meses antes se les negó una palabra y ahora los visita? A mí me suena a burla. Ya sé, ya sé, puedo estar equivocado y seguro que lo estoy…
Y siento pena por el documento final del Sínodo y me pregunto si no se pudieron ahorrar el estúpido esfuerzo de un resultado tan infantil como inservible. Allá ellos, si no son capaces de ofrecer una Iglesia que acoge, que se acerca al hermano perdido entre la soledad y el abandono. Al ser humano que ha sido derrumbado de sus sueños de amor y se cobija en unos brazos que le sostienen la vida, aunque para ello se vea en contradicción con su fe. Una fe en la que desearían seguir viviendo dentro de la familia eclesial: misterio de amor, de perdón y de acogida.
Es triste que un obispo, un cura, un religioso, abuse de un niño y no se le cuelgue una rueda de molino y se le arroje al mar, pero se destierre a alguien que se unió a una mujer con la ilusión y la esperanza de que fuese para siempre… Y un día descubre que su mundo se ha derrumbado, que el amor que deseó con todo su ser, ya no está. Y más triste que la ternura de Jesús no llegue a esas vidas rotas, dolidas y desencajadas, a esos niños, a esas mujeres y a esos hombres… Aunque solo sea para ayudarles a curar las cicatrices, suavizar el dolor y ofrecerles un poco de esperanza…
Duelen las declaraciones estúpidas de ciertos obispos sobre la violencia de género: «los matrimonios canónicamente constituidos tienen menos casos de violencia doméstica que aquellos que son parejas de hecho o personas que viven inestablemente» ¿Qué sabe usted de la desesperación de un niño que escucha el llanto quedo, tras las paredes, de una madre canónicamente unida? ¿O de los labios unidos en sacramento que tapan con carmín los moretones? ¿Qué sabe usted de los dedos, portadores del anillo bendecido por el sacerdote de turno, que se introducen en una vagina que no quiere ni desea? ¿En nombre de que dios se justifica eso?
Es inhumano y duele ver al hombre empeñado en destruir el universo de otros seres humanos. De convertir sus casas en cenizas, sus vidas en cementerios y sus sueños en derrotas. Duelen las caritas de esos niños condenados a vivir bajo el sonido de las balas, entre el odio, la sangre y los muertos. Duelen todas esas ilusiones flotando yertas en el mar. Duelen, y lo triste es que nos acostumbremos al dolor.
Duelen que triunfe el esperpento político, el triunfo del racismo, del odio al extranjero. Duele que triunfen las voces que llaman a cerrar las fronteras; que tratan de mostrar a los que huyen de la guerra que les hemos fabricado, como delincuentes, asesinos y malhechores. Y duele que tengan voz, seguidores y votos…
Duelen todas esas vallas, levantadas para mantener la miseria al otro lado de nuestras fronteras: Ceuta, Melilla, México, Hungría, Bulgaria, Austria, Francia intentando contener el paso hacia el Reino Unido, Eslovaquia, Estonia, Grecia, … Se nos va la vida en la construcción de alambradas de mallas, cuchillas y alambres de espino y de cables cortantes. En este siglo se han levantado 30.000 kilómetros de vallas en las fronteras de Europa y Asia central. Se está empezando a hablar de una epidemia constructora. Y esto en la vieja Europa Cristiana…
Duelen todas esas familias a las que se les robó la esperanza, el trabajo y luego sus casas. Una sociedad que permite esto, es una sociedad que se construye sobre la inmoralidad, el silencio culpable y el desprecio a los valores más sagrados, más humanos de los hombres: el derecho a un hogar y a un trabajo.
Duele el silencio de una iglesia que abrazó, estúpidamente, la política inhumana del PP para recibir su aplauso y mantener sus privilegios. En un intento de conservar la vida perdió su crédito. La salvan los brazos abiertos, a la acogida del hermano, de Cáritas, que no la voz inexistente de una jerarquía preocupada por la unidad, aunque se hiciera a costa de dejar al rebaño desamparado. Pido perdón por generalizar y meter en el mismos saco las voces que no se sometieron, por esos obispos, pocos, pero que dejaron ver la luz de su fe y su postura contraria.
Duele el paro de los jóvenes en España, esa amenaza que los empuja a lanzarse a la aventura de salir al extranjero o convertirse en la generación «nini». Duele más cuando las estadísticas dejan claro que son el colectivo con más riesgo de pobreza. Triste y terrible que menos del 20% logren emanciparse y de esos, muy pocos (menos de un 17%), pueden sobrevivir solos, sin ayuda de la familia. Es triste que tengan que vivir sometidos a contratos temporales, de los cuales la mitad dura menos de un año.
Duelen los estúpidos que defienden los los ídolos de barro con balón, pero ignoran que de sus trapicheos inmorales con los impuestos, se extiende la pobreza en los comedores de esos niños que los sienten como sus ídolos. Sus visitas a los hospitales, sus acciones humanitarias su caridad… huelen a rancia burla… Como me dolió una Embajadorade buena voluntad de Unicef, cuyo nombre no viene a cuento, que mostraba orgullosa su alfonbra persa, a los que le iban a realizarle una entrevista.
Ya ves, niño Jesús mío, no tengo un buen final de año. Pero si me dejas, pondré mi esperanza y mi ilusión junto a tu cuna de anawin, confiado en que al calor de tu nacimiento renazca de nuevo.