Es una lógica binaria sobre la cual se estructura el gobierno de la Iglesia por los conservadores: pecado/perdón; pureza/impureza
(Mauro Lopes).- En este domingo realizamos los primeros pasos de la caminata litúrgica católica del Tiempo Ordinario, en el que reza la Liturgia de la Palabra en la misa el momento de la misión de Jesús antes de su pasión y muerte. Este viaje litúrgico continúa hasta el final del mes de febrero, cuando se verá interrumpido por la Cuaresma, Semana Santa y el Tiempo Pascual, hasta la reanudación del Tiempo Ordinario en junio.
Este es el 2º Domingo del Tiempo Ordinario y la lectura del Evangelio de Juan (Ju 1,29-34) cuenta con un pasaje fundamental del cristianismo, que se conoce como el testimonio de Juan, el Bautista, sobre Jesús. El profeta había sufrido un duro interrogatorio de los representantes de la élite religiosa judía, preocupado por si él era el Esperado -lo que él había negado; al día siguiente, hubo un encuentro entre el Anunciador y el Anunciado, Bautista y Cristo, y proclamó Juan, «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (v. 29).
La interpretación de esta frase está en el centro de una gran división dentro del cristianismo, que se extiende a través de los siglos. En efecto, es la presentación de quién es Jesús, su misión y el significado de su muerte.
El edificio teológico conservador que estructura el pensamiento dominante de la jerarquía católica a lo largo del tiempo, se construye en parte a partir de esta pequeña frase.
¿Qué es lo que hace este pensamiento?
Informa que Jesús, en su muerte en la cruz, fue condenado por el «mundo»; en su sacrificio, era el Cordero inmolado, que expió todos los pecados de la humanidad. La palabra clave aquí es expiación. Esto significa que en su sufrimiento y muerte Jesús limpió, compensó todas las culpas de los hombres (y de as mujeres, pero para los conservadores ellas no son más que partes accesorias), rescatando la humanidad del «pecado original».
Es una lógica binaria sobre la cual se estructura el gobierno de la Iglesia por los conservadores: pecado/perdón; pureza/impureza. Según esta lógica, la jerarquía se convertiría en «la sucesora de Cristo» y se configuraría como un centro de pureza y perdón en la ecuación, mientras que el resto de la humanidad llevaría sobre sí la carga del pecado y la impureza.
Vale la pena mencionar que esta carga pesaría, a lo largo de la historia, especialmente sobre los pobres, los marginados, las mujeres, los homosexuales, todos los «diferentes», pues la jerarquía ha sido garante de las monarquías y luego, por un proceso complejo y no exento de contradicciones, de la riqueza y el poder en el mundo y, por lo tanto, habría «transferido» parte de su «pureza» a los reyes y los ricos.
El pensamiento divergente sobrevivió en las márgenes de la Iglesia tras su apartamiento en los primeros siglos, siendo cosido por los teólogos perseguidos por la jerarquía, para ser finalmente consagrado en el Concilio Vaticano II (1962-1965), en medio de una gran crisis de la Iglesia -y para ser poco después sofocado por la cúpula eclesial (la Curia romana), sobre todo con la elección de Juan Pablo II (1979-2005) y Benedicto XVI (2005-2013).
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