Josep Mª Soler: En una época en la cual mucha gente no es demasiado consciente del sentido de la propia existencia, el testimonio gozoso y esperanzado de los monjes les puede ayudar a orientar sus vidas
(Josep Miquel Bausset).- La comunidad de los monjes de Solius, enraizados en la diócesis de Girona desde el 21 de enero de 1967, ahora ha hecho cincuenta años, es una presencia y un testimonio de gratuidad de unos hombres de Dios que hacen de la oración el eje y el centro de la propia vida. Y es que como ha dicho el prior de Solius, Josep Penyarroya, «la fraternidad que predica el Evangelio es posible». Ese fue el deseo de los cuatro monjes que, provenientes de Poblet, ahora hace cincuenta años fundaron el monasterio de Solius, para, fieles al Vaticano II, reencontrar las propias raíces de la vida monástica.
A veces algunas personas nos preguntan a los monjes si el monaquismo no ha quedado reducido a una reliquia del pasado. De un pasado esplendoroso (Cluny o San Bernado) pero pasado. Evidentemente creo que como carisma de la Iglesia, la vida monástica es tan actual al siglo XXI como lo fue en los siglos X, XV o XIX, como queda demostrado hoy con los monjes de Solius.
Y es que el monaquismo constituye una forma concreta en el seguimiento de Jesús de Nazaret. Una vida que nació entre los siglos III y IV en el desierto de Egipto, con San Antonio Abad y también en Palestina, Siria y el norte de África entre otros lugares. Fue en el siglo VI, cuando el joven Benito hizo una experiencia de soledad y de oración que transformó su vida y que recogida en la Regla Benedictina, todavía hoy regula el día a día de los monasterios: vivir la fe en comunidad compartiendo todo lo que somos y lo que tenemos, para así ser en el mundo una presencia del amor del Dios que nos salva.
Es desde la humildad (en una sociedad que solo valora el éxito) y la disponibilidad en el servicio (cuando todos desean estar más arriba que los demás) que los monjes nos abrimos a la voluntad de Dios y a la acogida fraterna de los hermanos. Si la autosuficiencia nos encierra en la amargura y en el egoísmo, el hombre que se abre a Dios encuentra su liberación y va adquiriendo una paz que puede comunicar a los demás.
Por otra parte, el silencio nos pone en sintonía con Dios y con los hermanos, la obediencia nos hace solícitos en la comunión y la oración y la vida fraterna, se convierten en un signo del Reino y en una manera de hacer presente las bienaventuranzas en nuestro mundo. Es la Palabra de Dios que va modelando al monje, para que pueda descubrir el amor de un Dios que viene a salvar, a dar esperanza, a curar las heridas del corazón, a fortalecer nuestra fe, a aserenar a aquellos que están atribulados, a consolar a los desanimados, a enjugar las lágrimas de los que lloran.
Se ha dicho que el desierto (y por tanto los monasterios) es el lugar de la libertad total, un espacio sin fronteras, donde podemos descubrir la presencia de Dios en el silencio y en los demás y donde podemos hacer la experiencia de la fraternidad en un clima de libre de prejuicios, de críticas, de sospechas y de los egoísmos que nos esclavizan. Por eso los monasterios, como el de Solius, son sacramento y manifestación visible de una realidad invisible y también epifanía de la presencia del Señor.
En el monasterio, conscientes del don de la filiación divina y de la fraternidad universal, aprendemos a descubrir que cada persona es un tesoro a los ojos de Dios y por eso, con una mirada de esperanza, valoramos los aspectos positivos que cada uno tiene. Sin condenas, sin juicios ni prejuicios. En el monasterio aprendemos también a superar los obstáculos con tenacidad y con buen humor, para así avanzar en el camino de la fe y de la fraternidad, para hacer de cada comunidad un lugar de reconciliación y de perdón, de paz y de esperanza, un lugar abierto a la acogida fraterna, un lugar de armonía con la naturaleza y de encuentro gozoso con Dios, con los demás y con uno mismo.
La misión de los monjes de Solius, como es bien visible, es la de ser personas acogedoras, enraizadazas en la tierra que les acoge, pero llevadas por el Espíritu de Dios para escuchas a los demás con afabilidad, con un corazón abierto a todos, para hacer realidad el Reino desde la oración y el silencio, desde el servicio humilde y el trabajo.
Solius, como todos los monasterios, es un hogar donde todos pueden encontrar la compasión y el consuelo de Dios, la paz del corazón y la fraternidad que anhelamos.
Y por eso los monjes hemos de saber abrir caminos de esperanza para los desesperanzados y de misericordia (en un mundo con tantas fracturas y con tantas heridas) para que los hombres y las mujeres de nuestra sociedad puedan descubrir el amor de un Dios que, como es Padre, no juzga sino que ama entrañablemente.
Como ha dicho el P. Abad Josep Mª Soler, «En una época en la cual mucha gente no es demasiado consciente del sentido de la propia existencia, el testimonio gozoso y esperanzado de los monjes les puede ayudar a orientar sus vidas». Y es que la misión de los monjes, como los de Solius, también en el siglo XXI, es ser testigos de esperanza y de comunión, para ayudar a aquellos que buscan hacer la experiencia del Dios amor.