Esta historia se escribió hace muchos años, cuando todavía estaba vigente en España la Ley General de Educación del 1970
(Xosé Manuel Carballo).- Esta historia se escribió hace muchos años, cuando todavía estaba vigente en España la Ley General de Educación del 1970, conocida como Ley de Villar Palasí, por ser él su principal artífice. Por lo tanto es eso, historia, y ya se sabe que toda historia es pasada, si no, no sería historia.
Después se sucedieron y se suceden las leyes o planes de educación a un ritmo vertiginoso hasta tal punto que surgieron de nuevo, fueron modificadas y derogadas LOECE, LODE, LOGSE, LOCE, LOE, y la LOMCE del PP en el 1913 que convirtió a un ministro, Wert, en embajador en París y cuatro años después de su promulgación, aun no se sabe que puede quedar o no quedar de ella.
No aparecerá hasta la próxima entrega lo que fue el desenlace de la historia que relato, porque se haría demasiado largo el artículo, pero, no sería necesario decirlo, si la escribiese hoy el final tendría que ser muy distinto. Va, pues.
Era un día de finales del mes de agosto. Ya refrescaba por la noche, pero durante el día todavía hacía bochorno y por veces se hacía difícil respirar. Remigio había llegado cansado de pasarle la grada de discos a tres fanegas de tierra que pensaba sembrar a nabos.
Tan pronto como llegó a casa y se bajó del tractor, se fue a acostar al fresco por allí cerca en un pequeño erial al que llamaban «A Chousa», a la sombra de unas retamas, hasta que llegase la hora del almuerzo.
Era un terreno inculco en el que predominaban las retamas sobre los tojos, las zarzas y alguna uz. Únicamente se sacaba algún provecho de las retamas, que periódicamente se arrancaban para ser quemadas en la cocina de leña. Por entre los arbustos y la maleza también había pequeños retazos de pastizal. Tal y como estaba acostado en el suelo, llegaron a los oídos de Remigio unos murmullos que se asemejaban una conversación. Afinó bien el oído y…, en efecto, era una conversación.
Por lo visto, con el oído bien pegado al suelo, se pueden escuchar cosas muy interesantes que no se podrían oír subidos a un pedestal.Las primeras palabras que pudo escuchar con precisión fueron:
– Papá, yo quería estudiar para caballo.
Se sorprendió, -¿quién no lo haría?- y se puso a pensar a ver quién podría ser el que dijera semejante locura. El primero en quien pensó fue en Gumersindo de la Albardera; porque era un niño que tenía fama de no coordinar allá muy bien que se diga desde que había caído cabeza abajo de una higuera.
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