Dios nos ha regalado mucho y todo indica que tenemos que ser fieles a los dones recibidos y al camino trazado
(Óscar V. Ojea y Martín Fassi, obispos de San Isidro).- Estimados amigos y amigas: Este año estamos celebrando los 60 años de la creación de nuestra Diócesis. En el año 1957 el papa Pio XII respondiendo a las necesidades de aquel momento creó esta porción de Iglesia y la puso bajo la protección de San Isidro Labrador.
Los invitamos a celebrar este acontecimiento haciendo un alto en el camino para mirar con gratitud la acción de Dios en nuestra historia y disponernos, desde la oración y el discernimiento personal y comunitario, a la gracia que Dios quiera darnos en este tiempo presente y a responderle con un compromiso renovado para los tiempos que vienen.
Los invitamos también a que esta actitud se prolongue durante todo este año. La celebración de este aniversario irá acompañada de algunas actividades y eventos. Para ello iniciamos con esta carta una reflexión que se irá enriqueciendo con el aporte de todas las comunidades de la Diócesis. La carta presenta un primer momento dedicado a agradecer la historia y un segundo momento para plantearnos los desafíos del presente y del futuro de nuestra Iglesia diocesana, desde una espiritualidad que renueve nuestra acción pastoral.
1. Memoria agradecida
Mirando reflexivamente la historia de nuestra Diócesis encontramos tres importantes acciones que la han caracterizado a lo largo de su (ya no tan corta) historia: La vida de fe, la misión y el compromiso con los pobres.
La vida de fe fue un rasgo fuerte de Monseñor Aguirre, primer obispo de esta Diócesis. Quienes lo han conocido lo recuerdan como un hombre con una fe profunda en el Señor y con una mirada de fe sobre la vida y sobre el momento nada fácil del país y de la Iglesia que le tocó protagonizar. El lema que eligió como Obispo: «En Cristo Jesús», muestra esta opción profunda. Un rasgo que caló hondo en una comunidad en la que la fe siempre fue el eje de su accionar.
Esa fe se manifestó tanto en la vida de los pastores como en la de los laicos/as y religiosas/os de nuestra Diócesis; una fe no retórica, sino comprometida. En la historia de nuestra comunidad diocesana se ve cómo muchos proyectos pastorales brotaron de la confianza en Dios y de la oración, como por ejemplo: la creación del seminario, la novedad de la Catequesis Familiar, la casa de Ejercicios Espirituales, la Pascua Joven, etc.
Esta fe, animada por el amor, es un don de Dios que recibimos con inmensa gratitud y que tenemos que hacer crecer.
De esa vida de fe profunda brotan las otras dos características que hemos señalado: la misión y el compromiso con los pobres.
Decía San Juan Pablo II: «la fe se fortalece dándola» (Redemptoris Missio, 2). La misión es algo muy propio de nuestra identidad diocesana que se verificó desde los orígenes. Recordamos la gran misión del año 1960, que tuvo lugar a poco de nacer la Diócesis y que Monseñor Aguirre promovió vivamente. De esa misión surgieron muchas de nuestras parroquias, centros misionales y colegios parroquiales. Monseñor Casaretto continuó esa inspiración favoreciendo las misiones dentro y fuera de la Diócesis.
Es la misma vida de fe la que generó múltiples expresiones misioneras: grupos de jóvenes que misionaron y misionan en el interior del país y en el gran Buenos Aires, comunidades enteras que se movilizan en este tipo de servicios, la presencia de nuestros sacerdotes en Diócesis del interior y especialmente en Cuba, misión ésta que ya lleva 22 años. Este carisma misionero merita que lo agradezcamos y cultivemos.
El compromiso con los pobres. Este compromiso está muy ligado a la misión que describíamos antes. La opción preferencial por los pobres fue asumida por nuestra Diócesis de una manera muy fuerte. Monseñor Casaretto trabajó mucho en este sentido. Desde su inicio nuestro territorio diocesano (en los comienzos aún más extenso que en la actualidad) mostraba una gran diversidad.
Diversidad en el entorno natural (pensemos en los núcleos urbanos y en las islas del Delta), diversidad cultural, social y también diversidad económica. Esa diversidad, que persiste hasta el día de hoy, muestra un panorama en el que, por un lado, algunos disponen de muchos bienes materiales, mucha formación profesional y cultural. Por otro lado tenemos la realidad de extensos barrios marginales, en los que viven personas con grandes necesidades de todo tipo.
Ese contraste siempre movilizó tanto a los laicos/as como a los religiosos/as y a los pastores de esta Diócesis. Siempre se intentó tender lazos de integración para poder crear comunidad, generando unidad en la diversidad. Cáritas, a través de todas sus expresiones, generó e impulsó numerosísimas obras de promoción humana. Aquí quisiéramos destacar la gran cantidad de escuelas y apoyos escolares que significan un compromiso fuerte con la educación de nuestros chicos y jóvenes. Esta preocupación y compromiso es también un don y un camino privilegiado de encuentro con el Señor.
2. Desafíos para el presente y el futuro desde una espiritualidad centrada en Jesús
Todo lo que hemos venido reflexionando nos marca un camino. Dios nos ha regalado mucho y todo indica que tenemos que ser fieles a los dones recibidos y al camino trazado. Se trata sobre todo de ejercitar una fidelidad creativa.
El mundo y la Iglesia han cambiado. Nuestra fe en Jesús y en su propuesta quiere seguir siendo comprometida pero ni la misión ni el servicio a los pobres pueden plantearse igual que hace 60, 30 o 20 años. Hoy hay nuevos desafíos, nuevas tierras de misión y también nuevas pobrezas.
Muchos signos de vida nos alientan en el camino: hay un resurgimiento de los grupos juveniles en las parroquias; vemos un renacer de las inquietudes espirituales, (que se dan también en ámbitos no religiosos de nuestra sociedad) y que entre nosotros se traducen en señales muy prometedoras: los retiros espirituales son cada vez más requeridos, se multiplican los momentos de adoración al Santísimo Sacramento en nuestras comunidades y hay muchos grupos que cultivan diversas formas de oración y compromiso solidario.
Junto a esto tenemos que ver otras señales que son desalentadoras: los casos de pedofilia y de abuso sexual dentro de la Iglesia con toda razón han provocado una pérdida de confianza en la institución. Han decrecido notablemente las vocaciones para la vida sacerdotal y religiosa. Al laicado en general le cuesta mucho dar testimonio de Jesús en sus ambientes propios.
También hay cambios que, no siendo ni buenos ni malos, requieren que nos ajustemos a la realidad. Por ejemplo, la Iglesia católica -salvo la peregrinación juvenil a Luján- no resulta convocante en actos multitudinarios; hoy las expresiones de fe se dan en grupos más pequeños y en el contacto persona a persona.
Tenemos que enfrentar los desafíos y afrontar la continuidad en un tiempo distinto. Esta tarea requiere de nosotros un discernimiento orante.
La renovación que estamos buscando nos lleva a una espiritualidad centrada en Jesús, a una espiritualidad encarnada. Vamos a describir algunas de sus características:
– Es una espiritualidad que parte de nuestra condición de seres humanos débiles y vulnerables, necesitados de la misericordia de Dios. Esto lo hemos vivido hondamente el año pasado, durante el año de la misericordia. Es fundamental que aceptemos nuestros límites y pecados, nuestra historia con sus fragilidades y carencias, tal como lo hizo Jesús en su encarnación: Él se hace hombre y padece todas nuestras limitaciones, menos la del pecado.
– Una espiritualidad que se anime a compartir y sostener preguntas que no tienen respuesta. Preguntas que son siempre nuevas cada vez que las formulamos. «Cuando alguien se dirige a mí y me pregunta, por ejemplo, por qué sufren los niños, yo no sé qué responder, entonces invito a mirar el crucifijo» (cfr. Francisco, Audiencia General, 4 de enero de 2017).
– Una espiritualidad que se anime a llorar. «Para secar una lágrima del rostro de quien sufre es necesario unir su llanto al nuestro. Sólo así nuestras palabras pueden ser realmente capaces de dar un poco de esperanza» (cfr. Francisco, Audiencia General, 4 de enero de 2017). Desde la conciencia de nuestras heridas nos podemos hacer especialmente cercanos a los hermanos que sufren.
– Una espiritualidad centrada en Jesús es una espiritualidad de la cercanía. Tal vez en los años 70 hemos hablado mucho de los pobres, pero estuvimos poco con ellos. Se trata de estar presentes en el mejor sentido de la palabra, de compartir tiempos e inquietudes, de comprender lo que las personas viven y sienten. «La opción por los pobres debe conducirnos a la amistad con los pobres» (Documento Final de Aparecida, 398). Esto significa cultivar el amor recíproco y una mirada evangélica que genere comunión en la diversidad.
– Una espiritualidad del vínculo. Para Jesús los pobres nunca fueron anónimos. El llama a las personas por su nombre, las mira a los ojos y en ese vínculo se reconocen a sí mismas. La misión es relación, no se reduce a planificaciones abstractas ni a eventos exitosos.
– Por lo tanto es una espiritualidad de la hospitalidad que apunta a superar la globalización de la indiferencia. Somos hermanos hijos de un mismo Padre, todos distintos y especiales a sus ojos. Esta espiritualidad nos ayuda a salir del anonimato que nos deshumaniza y nos hace hospitalarios los unos con los otros.
– Es una espiritualidad de la oración y compromiso con el hermano, que no se conciben como dos instancias separadas, sino como los dos momentos del latido del corazón. Reconocemos la única presencia de Jesús; dicha presencia nos lleva de la oración a reconocerlo en el hermano y del hermano a reencontrarlo en la oración.
Desde esta espiritualidad la misión tiene que ser repensada según la propuesta de Francisco en Evangelii Gaudium: «una opción misionera capaz de transformarlo todo» (EG, 27).
Queridos hermanos y hermanas, comencemos a pensar y a conversar sobre estos temas y volvamos con lo compartido a la oración, para que el Señor nos ilumine y nos muestre el camino. Les dejamos estas preguntas para trabajar en sus comunidades. Por favor envíennos sus aportes que enriquecerán nuestra mirada pastoral: [email protected]
Pidamos la intercesión de San Isidro y de su esposa Santa María de la Cabeza. La Virgen María, Estrella de la Nueva Evangelización, nos acompaña.
Con nuestra fraterna bendición,
+ Oscar V. Ojea
Obispo de San Isidro
+ Martín Fassi
Obispo Auxiliar de San Isidro
Preguntas para reflexionar y compartir
1. En la historia de nuestra comunidad diocesana se ve cómo muchos proyectos pastorales brotaron de la confianza en Dios y de la oración. ¿Cómo he vivido la fe en mi familia y en mi comunidad? ¿Rezamos por nuestras decisiones y opciones? ¿Es distinta una decisión que tomamos después de haberla orado? ¿Por qué? Compartamos alguna experiencia de toma de decisiones en la comunidad habiendo rezado y escuchado la Palabra.
¿Qué podemos hacer para que nuestra fe crezca? ¿Dedicamos un momento del día a la oración y a la lectura de la Palabra de Dios?.
2. Recordamos a San Juan Pablo II quien decía: «la fe se fortalece dándola» ¿Quiénes me transmitieron la fe? ¿En qué momentos de mi vida pude transmitir mi fe o dar testimonio de ella? ¿A quiénes? ¿Fui a misionar alguna vez? Si lo hice, ¿qué cambió en mí después de esa experiencia? ¿Qué experiencias de misión tenemos en la comunidad?
La carta nos recuerda que «la misión es relación». ¿Qué significa esa afirmación?. Hago una oración por todas las personas (padres, maestros, sacerdotes, catequistas, amigos, etc.) que han hecho posible que haya recibido la fe. ¿Cómo hacemos presente en la comunidad la oración por la fe de otras personas?
3. Recordábamos en el texto que nuestra historia diocesana está marcada por el compromiso con los pobres. ¿Qué significa hacer una opción preferencial por los pobres? ¿Quiénes son los pobres de nuestra comunidad? Tengamos en cuenta que las pobrezas pueden ser diversas: no tener bienes materiales básicos, pero también estar enfermo, solo, ser muy pequeño, muy anciano, etc. ¿Qué podemos hacer concretamente para estar cerca de los más pobres? O ¿Qué testimonios en la comunidad nos ayudan a descubrir a los pobres?.
En la carta decimos: » La opción por los pobres debe conducirnos a la amistad con los pobres» ¿Cómo se daría concretamente esa amistad en nuestra comunidad?
4. Hemos hablado de una espiritualidad centrada en Jesús. ¿Cómo es mi relación con Jesús? ¿Cuáles son los vínculos más importantes de mi vida? ¿Qué significan esas personas para mí? ¿Puedo reconocerme débil o vulnerable? ¿Cuándo? ¿Qué cosas me hacen llorar? ¿Cuándo fue la última vez que lloré? ¿Cómo vivimos la fragilidad en nuestra comunidad?
En un momento de oración, le pedimos a Jesús que nos dé un corazón lleno de amor como el suyo, un corazón que nos permita reconocerlo y servirlo en cada hermano, en cada hermana, especialmente en los más pobres.
¿De los rasgos de la espiritualidad presentados en la carta, cuáles quisiéramos destacar en nuestra comunidad? ¿y por qué?