Europa no se puede pensar siquiera sin la razón griega, la justicia y el derecho romanos y la espiritualidad-sobrenaturalidad cristiana
(Santiago Panizo).- Mi frase -hoy- lo tiene fácil, y mi pluma no tendrá que esforzarse mucho para volcar en letras los pensamientos. Ayer tarde, a última hora, saltaba la noticia -sorpresiva- de que la periodista Paloma Gómez Borrero acababa de fallecer en Madrid.
Y ayer mismo se reunían en Roma los representantes de los 27 países de la Unión Europea para conmemorar los 60 años de los Tratados de Roma y el nacimiento de la Unión. Y, aunque se trate de realidades asimétricas y de disímil envergadura, las dos merecen, en mi criterio, aunque por distintas razones, unos minutos de reflexión. Las dos abonan temas auténticos y vivos, de los que gustan por sus propios méritos pero también por las manipulaciones y controversias a que se ven sometidos casi a diario. Las dos se abren a horizontes de grandeza, y tal vez por eso no anden sobradas de buena comprensión y trato.
Una mujer, Paloma. Un proyecto feliz, Europa. Las dos noticias me atraen con ahínco este amanecer: por ser atractivos sus fondos y prestarse a puntos de mira y enfoques varios.
Una mujer, Paloma. Mujer, madre de familia, periodista y escritora, desde hace 30 años corresponsal en Italia y particularmente en el Vaticano, mensajera de los cuatro últimos Papas, voz comprometida y valiente de los valores católicos en la España de hoy, alegre y sin complejos ante su vocación y profesión… Acaba de morir y una verdadera ola de emoción primero y de gratitud también ha llenado el alma de los muchos que, casi a diario, han venido refrescándose con sus mensajes de luz, de verdad, de esperanza y de buen sentido.
Pudiera hoy, porque se lo merece, enredarme en su panegírico. Pero como eso lo harán otros, y a manos llenas, estos días, prefiero evocar y resaltar solamente el canto a la vida y gracias de la «mujer», que, como un reto, ella entona y se yergue, auténtico y vivaz, ante feminismos de pacotilla que, entre otras cosas, se empecinan en acusar a la Iglesia de discriminar a la mujer o en dogmatizar que el futuro de la mujer ha de ponerse lejos de las funciones egregias de la feminidad y más lejos aún de todo lo que huela a incienso y religión.
Y como el espacio no es mucho, me voy a limitar a un solo vestigio, el que me brinda una carta al director del diario La Razón, publicada el miércoles 11 de agosto de 2004, firmada por P. S. (de Madrid), que conservo en un recorte ya amarillento y que era titulada «Las mujeres y el Vaticano».
Con esta carta, el autor replica a un artículo de C. Gurruchaga publicado en el mismo diario pocos días antes. En esencia, muestra su asombro ante la demagogia que derrocha el artículo, y abona esta sucinta pero neta y justa observación: «¿Habrá leído realmente el reciente texto del Vaticano sobre la mujer? Hay dos opciones para responder a esta pregunta: que no lo haya leído y acuda a los tópicos más rancios y manidos de progres trasnochados para criticar todo lo que la doctrina moral de la Iglesia propone. O que sí lo haya leído, cosa que sorprende aún más… «En el documento sancionado por el Papa se afirma textualmente, entre otras cosas, la ‘igualdad radical del hombre y la mujer’«. El mentís de Paloma -con su vida y obras por delante, que es como mejor se desmienten los montajes y las patrañas- ha sido, como ella misma, egregio.
Europa, un proyecto sin fin. Las fotos de la prensa sobre el evento de ayer y de hoy en Roma dan para pensar y decir. La del diario El País, por ejemplo, reproduce a los 27 representantes de la Europa Unida, con la blanca figura del Papa Francisco en medio de ellos, en la Capilla Sixtina, bajo la Cúpula de Bernini y el majestuoso mural del Juicio Final presidiendo la estampa.
Se conmemoran los 60 años de los Tratados de Roma, que daban carta de naturaleza -tras los horrores de las dos guerras mundiales del siglo XX- al viejo sueño –siempre sentido en las noches de pesadilla y nunca recordado con eficacia en los amaneceres-, el viejo sueño de aglutinarse para cooperar bajo lo mucho que nos une y dejar de lado de una vez por todas las rencillas que tantas veces nos han llevado a matarnos unos a otros sin piedad ni pizca de esa fraternidad civilizada que tanto costó erigir en valor primario de la Europa greco-romana y cristiana.
Todo es simbólico pero también real en esta foto de ayer. Europa no se puede pensar siquiera sin la razón griega, la justicia y el derecho romanos y la espiritualidad-sobrenaturalidad cristiana. Y los debidos honores a esta realidad incuestionable fueron rendidos ayer -con la equidad propia de los seres racionales- bajo la Cúpula de Bernini y con el discurso del Papa Francisco, aconsejando a los líderes de la Unión «modos europeos» de hacer política, es decir, civilizados al estilo y culto de nuestros valores, de gestionar de acuerdo con ellos el «bien común» de sus pueblos.
Repasando el discurso de ayer del Papa, cualquiera se convence de que Europa -como es la vida- no puede ser ni quedarse en un proyecto cerrado y estratificado, sino que ha de ponerse en perenne actitud de acopio y elaboración; de modo que las ruinas -si se produjeran, como más de una vez ha sucedido- o las crisis por agudas que fueren, como la del Brexit ahora, u otras de los populismos e individualismos suicidas, no desemboquen en desesperanzas sino en estímulos de mejores elaboraciones y construcciones.
Y como tampoco es cosa -por la magnitud del tema y sus muchos perfiles y caras- de perderse en más datos, ideas y detalles, me voy un rato a la lectura y reflexión de una conferencia dada en Berlín el año 1949 bajo este ilustrado título: «De Europa meditatio quaedam». Una meditación sobre Europa. Título deleznable -se puede pensar- para «modernidades anti-modernas».
Era en aquel momento Europa, toda ella, una ciudad en ruinas. Y fueron esas ruinas de las dos grandes guerras lo que tenía que ser la lanzadera del cambio y la renovación. El sueño de Europa lo llevaba Ortega clavado en el alma desde su primera juventud y escritos. España sólo podrá ser España de verdad dentro de Europa: era una de sus obsesiones de gran pensador. La grandeza de su propia «razón histórica» -suya propia y no de otros, con sus grandes luces y sus correspondientes sombras- sólo se puede comprender racionalmente a partir de los «valores» que han hecho a Europa y cuya dejación y olvido le trajeron las presentes ruinas.
Al ir leyendo poco a poco y con pausas esta meditación sobre Europa, cualquiera de buen sentido habrá de sentirse esperanzado ante la elocuente plasticidad de la estampa de ayer en la Capilla Sixtina, bajo el grandioso mural del Juicio Final.
Paloma, una mujer. Europa, un proyecto sin fin. Y mi frase del día, a tono con lo anterior, bien puede ser la que esta misma mañana oía de labios de un comentarista de las dos noticias: los cielos permiten que florezca la tierra. Con rayos y truenos, con lluvias y sol, con pedriscos incluso pero también con arco-iris después de la tormenta se hacen todas las estaciones del año y la vida del hombre en ellas.