Más que arbitrarias, son superficiales. Es decir, se dejan llevar por la corriente; lo que viene diciéndose es lo que vale. Y si había algo nuevo, algún avance, alguna elaboración del dogma o de la doctrina que se trate, eso se reprimía
(Jesús Bastante).- Celso Alcaina, teólogo, fue funcionario de la Congregación para la Doctrina de la Fe durante los años del postconcilio. El colaborador de RD acaba de publicar «Roma Veduta. Monseñor se confiesa» (Liber Factory), en el que responde a muchas de las preguntas sobre las «tripas» del Vaticano, los pecados de la Curia y revela algunos de los procedimientos más desconocidos del Ex Santo Oficio.
Celso Alcaina, has publicado «Roma Veduta. Monseñor se desnuda» que es, no solo pero también, una memoria de tu paso por el Vaticano. Por el Santo Oficio.
Sí, está centrado en eso. Es, esencialmente, mi experiencia en el Vaticano.
¿Cuánto tiempo estuviste allí?
Ocho años. Había estado antes cuatro años estudiando.
Y en años interesantes.
Sí, en el postconcilio. Esa fue la razón de que entrara allí; querían internacionalizar la curia. No solo llevaron funcionarios de rango inferior, como era yo, sino también al presidente de la congregación donde yo trabajaba, que era la congregación del Santo Oficio.
¿Cuando todavía se llamaba Santo Oficio?
No, seguía llamándose Santo Oficio pero había cambiado poco antes, pasó a llamarse Congregación para la Doctrina de la Fe. Pero Santo Oficio seguía llamándose, y sigue llamándose aún ahora. De hecho, el palacio sigue llamándose Santo Oficio y la plaza se llama Santo Oficio.
Cuéntanos las tripas de allí, ¿qué te encuentras? Para los neófitos, Santo Oficio es un lugar de condenación donde se castiga a los teólogos… No es precisamente el espacio de Iglesia donde más libertad se genera.
Curiosamente, yo residí en un apartamento del palacio del Santo Oficio casi todo el tiempo que estuve allí. Estaba exactamente encima de las mazmorras donde habían sido encarcelado Galileo y otros famosos, como Giordano Bruno. Bajé a esos sótanos, son parecidos a cualquier cárcel. El Santo Oficio que yo viví no tenía esos castigos físicos, pero continuaba siendo un dicasterio de represión doctrinal.
Los métodos, con los que se estudiaban los teólogos o las publicaciones de los pensadores católicos, eran parecidos. Se leían, se estudiaban, pasaban por nuestras manos, las de los funcionarios que allí llamaban minutantes o ayudantes de estudio, que era mi categoría.
Luego pasaba a los consultores, que de suyo deberían ser teólogos, que es la consulta. Y después iba a los cardenales, que son unos 20, y son como el tribunal supremo del Santo Oficio.
¿Qué es la consulta?
Está formada por unos 20 miembros, aproximadamente. Entre ellos hay algún que otro teólogo, que es profesor en universidades de Roma. Muy pocos, porque la mayor parte son secretarios de los dicasterios romanos. Estos secretarios, normalmente no son teólogos, son ejecutivos.
Entonces, muchas de las condenas o de las propuestas de condena podían ser muy arbitrarias.
Más que arbitrarias, son superficiales. Es decir, se dejan llevar por la corriente; lo que viene diciéndose es lo que vale. Y si había algo nuevo, algún avance, alguna elaboración del dogma o de la doctrina que se trate, eso se reprimía. Y se reprimía porque no coincidía con lo que ellos venían pensando, que es lo tradicional.
Yo tengo el recuerdo de varias persona que no entendían nada o casi nada, salvo lo que se estudia en un seminario cualquiera, de teología. Por ejemplo, el padre Fernández, que era el prepósito de los dominicos. Era un hombre que gobernaba bien su orden, pero esta era la única razón por la que asistía en el Santo Oficio. O el obispo español, Maximino Romero de Lema, que había sido obispo de Ávila y luego llevado como secretario de la Congregación de Enseñanza. Era un buen hombre y un buen pastor, licenciado en Derecho Civil, pero no tenía por qué saber de teología.
Con Maximino tenía mucha confianza, no solo por ser español, sino por ser gallegos los dos y por otras muchas razones. Éramos bastante amigos. Él me contaba que no tenía por qué hablar, porque no sabía. Que los temas que le presentábamos no eran lo suyo. Y qué hacía él: esperaba a que hablasen los demás y votaba lo que hablaba alguno que le llamase la atención.
Cuentas, en el libro, tu experiencia, y se desprenden del mismo muchas de las funciones que teníais en Doctrina de la Fe absolutamente interesantes, desde estas condenas-procesos a algunos teólogos a otra serie de estudios, del celibato, del papel de la mujer, los divorciados, secularizaciones, las canonizaciones, de las que has hablado mucho últimamente en tu blog…
Cuando llegas allí, ¿esperabas que te ibas a encontrar lo que te encuentras?
No, no lo esperaba.
¿Qué esperabas?
Yo iba en un plan sumiso. Pero al poco tiempo, cuando empecé a estudiar algunos de los temas, interiormente me rebelaba.
Prácticamente, siempre estuve en contra de las decisiones que tomaba ese dicasterio. Lo que pasaba es que yo era un funcionario y tenía que cumplir. Tenía que hacer mis resúmenes. Me daban un libro, unos folios para hacer los resúmenes y las propuestas.
Cuéntanos algún ejemplo de caso que pasara tus manos.
Los casos más sangrantes que pasaron por mis manos y que más me afectaron fueron los de México.
Fueron los de Lemercier, monseñor Méndez Arceo y monseñor Ivan Illich. Lemercier, cuando yo llegué, estaba muy avanzado. Lo único que él quería era purificar las vocaciones a la religiosidad, a los religiosos. Había abierto una casa de benedictinos en México y se vio con muchos ingresos de personas de zonas rurales deprimidas. Quiso saber si había una cierta autenticidad en las vocaciones, para lo que hizo llamar a un par de psiquiatras que examinasen esas vocaciones.
El resultado fue que la mayor parte de ellos no tenían una vocación auténtica. Lo que iban buscando era una seguridad económica. Eso alarmó al Vaticano y entonces comenzaron a prohibir el psicoanálisis, que era lo que él quería para alimentar las vocaciones y purificarlas.
Fue un adelantado, porque si eso se hubiera hecho, muchos de los casos de pedofilia que han venido después provocados por gente que se acaba colando en seminarios, no se hubieran dado.
Pues probablemente. Pues se quitó, y como él estaba convencido de que eso no iba en contra de la fe ni tenía nada que ver con el Santo Oficio, desobedeció y terminó saliendo de la Iglesia romana, como una especie de Lutero en pequeño.
Ese es uno de los casos sangrantes. Luego hubo el caso de Méndez Arceo, el obispo de Cuernavaca. Era una mente privilegiada y un obispo formidable. Pero él avalaba los procedimientos de Lemercier, que era una de las cosas que le echaban en cara y la de avalar muchas de las iniciativas de Ivan Illich. Era sobretodo por esta razón, por la que se le juzgaba.
También tenía hijos secretos o algo así, una vida paralela.
¿Quién, Méndez Arceo?
Sí.
De eso se le acusó, pero falsamente. Al menos en el Santo Oficio había una acusación de una señorita que se apellidaba Leñero, que venía de un sacerdote que había sido reprimido por él, pero nunca se probó. Al contrario, fue archivado como una acusación sin ningún fundamento. A ese obispo quisieron deponerlo porque avalaba a estos dos personajes. Pero el papa Pablo VI se opuso. Tuvo que luchar porque se le insistía.
Sería de las pocas veces que el Papa ganó al Santo Oficio en este tipo de cosas.
Pues sí, aquí Pablo VI fue muy valiente. Y no tuvieron suficiente fuerza para ir en contra del Papa, aun queriendo, después de que dijo que no se le condenase, que se le dejase estar en la diócesis, porque querían deponerlo. Él logró que esto no ocurriera.
¿Y qué fue después del obispo?
Siguió de obispo hasta su jubilación. Y luego murió, como cualquier ser humano.
¿E Ivan Illich?
Pues fue el proceso más largo y el que resumo con más puntualidad en el libro. Ivan Illich tenía ideas muy reformistas, tenía seminarios sobre la Iglesia, sobre los sacramentos, ideas que ahora prácticamente están aceptadas la mayor parte de ellas. Pero no coincidía.
Le costó la carrera.
No coincidía. Fue depuesto y sufrió mucho.
Defines estos procesos contra teólogos como casi propios de la Gestapo. Interrogatorios muy duros con poca capacidad de defensa por parte del encausado. ¿Cómo se vivía por dentro ese tipo de situaciones?
El hecho de que yo haya relatado ahí el proceso de Ivan Illch, es precisamente como un paradigma de lo que sucedía allí. Eso es lo que se hacía entonces. Los procesos iban a pillarte.
La presunción de culpabilidad.
Si ves el interrogatorio que reproduzco en el libro, muchas preguntas no tienen nada que ver con lo que se le juzgaba, sino que era para ver si se le pillaba. Por dónde podían condenarlo.
Se le preguntaban cosas en las que él decía que nunca se había metido.
Habla mucho Camilo Torres Restrepo. Es un interrogatorio largo, 86 preguntas.
Y yo las pongo todas. Tengo documentación sobre las 86 preguntas y sobre lo que él contestó. No quiso contestar a cada una de ellas, sino que contestó con una carta a todo ello diciendo que era injusto, inmoral, anticanónico, etc. Por tanto, que no se sometía a eso.
¿Cuándo se produce ese cambio en tu cabeza y en tu corazón? ¿Hay algún momento en el que tú planteas a tus superiores que no estáis haciendo lo que deberíais hacer?
En estos casos. Lo curioso es que yo tenía una relación con el cardenal Seper, que era el prefecto de la congregación, muy buena. Era yugoslavo, como Illich. Estaba en contra del proceso contra Illich y me lo dijo. Y, sin embargo, aprobó todo lo que se hizo en consulta y en la congregación de cardenales, y lo llevó al Papa para condenarlo.
¿Y por qué?
Eso es un misterio. Porque estaba convencido de la inocencia de Illich, pero cuando hablo de la inocencia de Illich podría extenderlo a otras cosas. Pienso que el cardenal Seper estaba pillado. Hablo de que nos confesó que estaba siendo espiado; los provenientes de países del este eran sospechosos.
Aún no había llegado Juan Pablo II al papado.
Claro. Estamos en los tiempos de la URSS. Eran considerados sospechosos. No me lo dijo a mí solo. Estábamos varios cuando el cardenal Seper dijo que estaba siendo espiado y que le constaba. Por quién -decía- no sé. Pero probablemente existe un FBI en el Vaticano. Y no solo existía. Esto puede ser incluso una rémora para el actual Papa.
Porque todavía puede haber células activas de ese servicio.
Allí se considera que los Papas cambian, pero que el Vaticano sigue.
¿La curia sigue teniendo ese poder que tenía antes?
Claro que tiene poder. Pero es que esto que estoy insinuando es algo superior, incluso a la curia.
¿Qué es?
No sabría decir. Eso es lo que quisiera saber. Esa especie de FBI es como algo de defensa de Occidente, de la tradición. Por tanto, cualquiera que venga y quiera cambiar cualquier cosa, por mínima que sea, es contestable. Se considera un peligro y un riesgo.
¿Es verdad, o tú tienes experiencias, de que en el interior de la curia suceden esos escándalos que desde fuera nos parecen ciencia ficción? Que si lobbies gays, luchas intestinas de poder…, no sé, casi, hasta intentos de envenenamiento si nos ponemos a la larga, robos de documentos, etc.
Estos Vatileaks que han salido en los últimos años, ¿son excepciones o un signo de que detrás hay algo? Estoy pensando mucho en esos famosos documentos de 300 folios que algunos piensan que forman parte de la renuncia de Benedicto XVI. En aquella investigación que él ordenó, a tres cardenales, sobre las intrigas del Vaticano después del Vatileaks.
Desde fuera, uno puede pensar en mil historias de ciencia ficción. Pero, desde dentro, ¿cuánto hay de ficción y cuánto de realidad?
Yo no lo observé, estaba a lo mío y puedo decir que los que estaban cercanos a mí eran excelentes personas. Había buen ambiente entre nosotros. Y muchos conformistas que simplemente hacían su labor pero no pensaban en las consecuencias.
Yo sí. Sufría con los procesos y con las desiciones. Me implicaba. A pesar de no ser el responsable. Porque los responsables, al final, venían a ser los cardenales.
Te sentías parte de un proceso que considerabas injusto.
Eso es. Y en cuanto a tu pregunta, yo no puedo alargarte más información.
Hablas en el libro de cuestiones como el celibato, que tratas bastante. Y el tema de Fátima. Ahora, el 12-13 de mayo, el Papa va a canonizar a dos de los tres pastorcitos. Falta sor Lucía. Hablas de las canonizaciones y de tu experiencia respecto a Fátima y sobre todo a sor Lucía.
Tuve en mi mano un cuaderno que era el diario de sor Lucía. Lo tuve durante unas semanas, me lo dieron para hacer un resumen. El resumen ya venía hecho de la secretaría de estado y yo leí las dos cosas. No hice nada en el resumen porque estaba bien hecho. No había nada especial, eran cosas triviales de una monja.
Pero sí hay un momento, porque si bien tú no has tenido acceso al famoso papel lacrado del secreto, sí que tienes cierta información que es bastante novedosa. Porque todos hemos pensado que el tercer secreto era lo del atentado contra Juan Pablo II. Lo que decía del vestido blanco manchado de sangre.
El tercer secreto lo leyó algún año después Juan XXIII, porque tenía que ser en el año 60 pero lo leyó en el 63. Y Pablo VI también. Ese secreto yo no lo tuve en mano, pero el archivero me lo contó. Él era de los pocos que lo conocían además del cardenal Ottaviani y el Papa.
Me lo contó y según él no había nada especial. Sí cosas extrañas, como luchas entre cardenales, entre obispos y que un Papa moría de mala manera. Se moría. Lo del atentado de Juan Pablo II no tenía que ver nada en absoluto. Y además, no murió en el atentado.
Suena más a Juan Pablo I, tal vez.
Claro, todavía podría ser. Pero no hay nada especial. Como sabes, el segundo secreto de Fátima era la conversión de Rusia. Ya sabemos en qué consistió: pasar del socialismo al capitalismo. Y esto tenía un cariz parecido. Es todo trivial.
¿En esa época, creías en la veracidad de estas apariciones?
No, yo nunca creí en su veracidad. Las apariciones, si existen y no son solamente una elaboración de la mente del vidente, es algo paranormal. Pero no tiene nada que ver con Dios ni con algo que se asemeje.
Sin embargo Fátima, Lourdes, Guadalupe… El depósito de fe de las apariciones es muy potente.
Sí, lo es porque es muy potente la cantidad de fieles y devotos que producen esas apariciones. De muchos fieles que, al no estar en contra de las enseñanzas de la Iglesia institucional, entran y se consolidan como católicos. Pero se acaba ahí.
¿Ha habido algún tipo de doctrina, por parte de la Doctrina de la Fe, de cara a ese tipo de cosas? Como que hay que tener una cierta manga ancha a la hora de abordar esos fenómenos.
La manera de abordar los fenómenos por parte de la curia de Roma es siempre represiva. Lo primero que se hace es dudar y reprimir.
Yo participé en todo lo del Garabandal; redacté la carta que firmó el cardenal Seper a monseñor Cirarda, entonces obispo de Santander, y lo que se le decía era que de eso nada. Que había que echarlo abajo.
Pero no entrábamos en si era cierto o no. Dábamos por supuesto que era falso. Y eso es lo que se da por supuesto al principio, cuando hay cualquier aparición de este tipo. Es lo que se hizo en Fátima, pero luego, la presión de los fieles hizo que cambiase la visión de Roma. Nada más.
Ahora, parece ser y estoy un poco escandalizado, tanto, que escribí un artículo que se tituló «Desconcertante Francisco» y que acaba de ser publicado. Estoy escandalizado de que el Papa quiera canonizar a dos niños que no tienen ninguna ejemplaridad para los católicos; ni son mártires, ni son nada. Simplemente fueron videntes. Yo creo que fueron víctimas de un suceso paranormal y murieron al poco tiempo de las visiones.
Y no entiendo por qué van a estar en el elenco de los santos, que yo admito que existan como personas-ejemplo para los demás. Pero no tienen por qué ser taumaturgos ni tienen por qué ser los que llevan fieles a Roma. Basta con que sean ejemplares en su vida.
¿Qué te parece Francisco? Le dedicas un par de artículos.
Son cuatro años los que lleva en el Vaticano. Entendiendo que viene de fuera, que no es un hombre curial y que se están cambiando cosas, ¿qué ves en el horizonte?
A Francisco lo considero un predicador. No solo con la palabra, sino con los gestos. Y los pasos que está dando para la reforma de la Iglesia, es decir para la mejoría de la Iglesia, me parece que son tardíos en el sentido de que va muy despacio y que corre el peligro de que alguien venga luego (porque es un hombre de edad), y que haya una involución, un retorno.
Lo que yo auguraría es que sus ideas, que parecen reformistas y muy novedosas, fuesen cristalizando en la institución eclesiástica.
Que la institución asumiera esas reformas que se plantean.
Él tiene bastantes puntos en los cuales tiene un poder personal. Es, dentro de la Iglesia y del estado Vaticano, una autoridad. El Vaticano es una institución monárquica dictatorial y podría decidir. Así como Pablo VI se reservó el problema del celibato a sí y no quiso que lo tratasen ni que lo decidiesen en sínodo ni en concilio. Pues si lo reservó así, pues que lo decida él, por qué no. Y así otras muchas cosas. Por ejemplo, lo del colegio cardenalicio. ¿Por qué no dejarlo morir o cambiarlo y dar más universalidad a la Iglesia?
Tú propones un cónclave formado por presidentes de conferencias episcopales, con representes de religiosos.
Claro, representantes de los obispos. Los delegados de los obispos, porque todos los obispos sería demasiado. Son los que tendrían que elegir al Papa de Roma que los preside. Y no los cardenales, que son elegidos normalmente por carrera o por estar en una diócesis importante, y que no siempre on los más competentes. Pienso que sería una forma de más colegialidad.
Tu libro tiene un título que esponja un subtítulo que no aparece: Roma Veduta es una frase que tiene continuación: ¿Fede perduta?
Claro que he pensado en ello. Fede perduta, sí. La fe tradicional yo la he perdido. Me considero con fe cristiana pero me remonto al evangelio y a Jesús.
¿Qué responsabilidad tienen esos años de Roma?
Toda, o casi. Cuando entré tenía mis dudas. Cuando la defensa de mi tesis en Roma surgió esto, podía haberlo rechazado y seguir otros caminos. Pero tenía ya mis dudas y lo de Roma me confirmó. Seguí en el camino del repensamiento.
Qué sucedió cuando sales en el 75. ¿Te vas tú, te echan, hay un acuerdo de marcha?
No hay un acuerdo de nada. Simplemente lo decidí y presenté una carta al prefecto donde explicaba que quería irme por decisión personal. No le dije las razones. Había hablado con Suquía, que era entonces el arzobispo de Santiago. Me comprendió. Yo le dije que tenía problemas de encaje allí, y de fe.
Entonces Suquía me dijo: si quieres venir a la diócesis, eliges el cargo que quieras. La amistad con Suquía venía de atrás, de cuando era obispo de Málaga. Le había resuelto problemas, a veces importantes, de la diócesis de Málaga. Luego, estando en Santiago seguíamos siendo amigos y hasta ahora, que seguimos siéndolo.
¿Fue sencillo salir de Roma?
Sí, no me reprocharon nada. Tengo una carta de elogio del cardenal Seper y lo que hice fue seguir mis estudios. Había hecho parte de filosofía y Letras en la rama de Filología semítica en Barcelona, allí terminé mi licenciatura y doctorado. Y luego me puse a trabajar como abogado matrimonial, porque también hice Derecho canónico.
¿Dejaste el sacerdocio?
No ejercí el sacerdocio. Tampoco pedí la secularización. No pedí la reducción al estado laical.
40 años después, aunque sea intelectualmente, si fueras capaz de volver a Roma, de volver imaginariamente encima de esas mazmorras que comentabas, ¿cómo observarías hoy esa Roma que tú viviste con 40 años de perspectiva?¿Ha cambiado algo?
Creo que no ha cambiado nada. Yo seguí por la prensa y por contactos que tengo en Roma los avatares de la Congregación para la Doctrina de la Fe durante Juan Pablo II y Benedicto XVI, y me sensación era de que seguían en la misma tónica. Una tónica de represión, de tradición a machamartillo y que, además, no tiene solución a mi manera de ver.
Yo soy bastante pesimista, porque si estamos en la observancia de los dogmas desde el concilio de Éfeso, pues no le veo solución.
Estamos en la observancia de los dogmas y no en la fe en el Cristo vivo.
Es que la la Iglesia a partir del siglo II, cuando se fundó el cristianismo, comenzó a desviarse de Jesús y quedamos atrapados por el dogma. Esta es mi sensación.
Y por el peso de la historia.
Sí, por el peso de la historia. La institución. Tenemos un Vaticano que se fue agrandando cada vez más, sobre todo con la conquista de América. Porque hasta entonces era un patriarcado más. Pero, a partir de entonces, dejó de serlo para pasar a llamarse pontífice universal. Ya no quiere ser patriarca. Incluso se suprime el título en los libros de Roma porque no quiere ser un patriarca más.
Y encima viene lo del estado del Vaticano, una prerrogativa de un jefe de una religión que no tiene ninguna otra. Por tanto, no se pone en paridad con los demás presidentes y jefes de religiones institucionales distintas.
Por tanto, entre el dogma, la universalidad del pontífice, la internacionalización y la supremacía de un estado Vaticano, no le veo solución. Ojalá la haya, pero habría que romper muchas amarras.
Lo tiene complicado el papa Francisco o cualquier otro que viniera con una sana intención.
Sí, y cualquier otro que venga. ¿Cómo se puede desprender de un poder ficticio, de un prestigio que fue creciendo y que está creciendo? Hay que tener en cuenta que se está metiendo ya no solo en los países occidentales y en los de conquista, que son los de América, sino también en África.
Asia y África son el futuro.
Se está metiendo en África, y en Asia central. Eso quiere decir que seguramente el catolicismo se irá agrandando, pero con las rémoras a las que me he referido y esos defectos.
¿Crees que corremos el riesgo de un cisma en la Iglesia? Porque aunque Francisco aún no ha tomado una gran decisión, es cierto que hay muchos sectores de esa Iglesia resistente, que tú bien conoces, que están amenazando con cualquier cosa; que no se puede mover una coma, porque si no, rompemos. Y que el mero de hecho conmemorar, ni siquiera celebrar, con los luteranos este año que es el 500 del aniversario de la Reforma, es un desafío, o el haberse reunido con el patriarca Kirill, después de 1000 años. Ese tipo de cosas.
Sí, hay peligro de cisma.
No sé cómo terminar la entrevista, Celso, porque ha sido súper interesante pero se me queda un sabor de boca poco optimista, la verdad.
¿Dónde queda Jesús en todo esto? ¿Podemos seguir los creyentes hoy, dentro de la Iglesia o de la manera en la que podamos, viendo a ese Jesús que vino a darnos una serie de herramientas y un estilo de vida para cambiar este mundo mundo y hacerlo más justo?
Pues sí. Lo que tenemos que hacer es ir a las fuentes y al evangelio crítico. No, así como está. Sabemos que Jesús tuvo una vida pública de alrededor de un año, no tres. Le cercenaron inmediatamente porque era anti-sistema, pero nos dejó una serie de enseñanzas y una cultura que es la auténtica vida.
Celso Alcaina. «Roma Veduta. Monseñor se desnuda» editado por Liber Factory, un libro muy interesante del ya estamos hablando y que dará mucho que hablar.