Queremos una casa de puertas abiertas, un hogar real con utopía, un lugar para crear y criar ilusiones, un entorno de amor sin ñoñerías
(José Manuel Vidal).- Él era religioso camilo y ella, profesora. Se conocieron hace más de 20 años, se enamoraron y se casaron. Javier Barbero, concejal de seguridad del Ayuntamiento de Madrid y Sonsoles Méndez de Vigo apostaron, desde el primer momento de su unión, por ser un una «familia abierta», con una casa abierta. Y de hecho, fueron padres de acogida hasta en tres ocasiones.
Fruto de esa apertura son sus tres hijas de 23, 18 y 15 años, a las que acogieron cuando tenían 5,3 y 8 años. Antes de acogerlas, ya habían puesto por escrito sus sueños y sus objetivos vitales: «Queremos una casa de puertas abiertas, un hogar real con utopía, un lugar para crear y criar ilusiones, un entorno de amor sin ñoñerías», lee Sonsoles ante un auditorio de más de 250 personas, que asisten a las II Conversaciones de la editorial PPC y del Instituto Superior de Pastoral en Madrid, en las que participaron junto a otro matrimonio y una monja compasionista.
Y, de hecho, para concretar sus sueños, buscaron una casa amplia, aunque eso les supusiese alejarse de la zona donde vivían sus respectivas familias. Católicos comprometidos y progresistas, se ‘encarnaron’ en su barrio y, pronto, descubrieron a la primera niña que llamó a la puerta de su casa siempre abierta y a su corazón. Y la acogieron «en la alegalidad», como dice Barbero.
«Nunca fuimos a la Comunidad de Madrid a decir que queríamos acoger niños. Fue la vida con su realidad concreta la que nos mandó a las niñas, que tocaron a nuestra puerta. Por supuesto, entraron y se quedaron y, sólo después, empezamos a pensar en papeles y en caminar hacia un acogimiento familiar», añade el edil, mano derecha de Manuela Carmena en el consistorio madrileño.
Empezaron con acogimientos temporales, pero siempre conscientes de que su opción por las niñas acogidas era permanente. Un proceso que comenzaron con la ilusión de unos padres primerizos, para ir tropezando, poco a poco, con múltiples dificultades. «No es un camino fácil». Lo que más les dolió fue «la aceptación más formal que real» de las niñas por parte de sus respectivas familias extensas.
«Eso fue algo muy doloroso y nos supuso un dolor añadido. Hay abuelos que nunca invitaron a nuestras niñas a pasar un fin de semana en su casa, cuando sí lo hacían con los demás nietos», recuerda Barbero.
Tampoco les resultó fácil mantener los vínculos de sus hijas adoptivas con sus familias biológicas, aunque hicieron todo lo posible para que lo consiguieran. «Hoy tienen vínculos dobles, tanto con nosotros como con sus hermanas biológicas, con las que siguen manteniendo contacto, aunque lleven nuestros apellidos», añade Sonsoles.
Y la mujer de Barbero se abre y comparte ante el auditorio sus vivencias más profundas desde el corazón: «Al principio, nos daba apuro que nos llamaran papá y mamá, pero fueron ellas las que nos fueron situando y dándonos ese lugar».
En este proceso de ir aprendiendo a ser padres, la pareja encontró ayuda y cobijo fundamentalmente en varios espacios: la parroquia del barrio madrileño de Aluche, el movimiento scout, la Frtaer y su comunidad de base. «Mis hijas han sido marginadas en algunos espacios por ser distintas, pero nunca en la parroquia, en la que se integraron y donde fueron realmente bien acogidas, hasta el punto de seguir colaborando en ella».
Otro espacio en el que los Barbero encontraron acogida es la Frater (Fraternidad cristiana con personas con discapacidad), un movimiento católico de ayuda a los discapacitados, «al que dos de nuestras hijas siguen yendo a sus colonias de verano, para compartir y ayudar».
Gracias a todos estos apoyos y a pesar de que les llegaron con «genéticas especiales», sus hijas «florecieron», pasando por altibajos en las distintas etapas de su crecimiento. «Hicimos el duelo del hijo ideal y fuimos aceptando a nuestras hijas reales». Algo nada fácil. «Hemos llorado. Nos ha costado mucho, pero miramos el futuro con confianza y sin ingenuidad. Nos seguimos fiando e instalando en la confianza (también con ellas), y no en la sospecha», dice Sonsoles. Y su cara se ilumina con una bella sonrisa, mientras Javier, su marido, le coge la mano, para compartir su emoción.