Hemos vivido amedrentados, cuando no aterrorizados por el miedo, la culpabilidad, el pecado, la condenación, el fracaso, la predestinación, el infierno
(Tomás Muro Ugalde).- El miedo y la angustia están presentes en el ser humano desde la noche de los tiempos, desde los orígenes. Adán tuvo miedo y se escondió, (Gn 3,10). Todo ser humano atravesamos en ciertos momentos de la vida por la experiencia del miedo y, en ocasiones, de la angustia.
El miedo es una vivencia fuerte e intensa que sentimos ante la presencia de un peligro más o menos inmediato y concreto.
La angustia (palabra originaria que significa angosto, estrecho) es un estado afectivo sufriente que aparece como reacción ante un peligro más bien desconocido, difuso pero que afecta embarga a toda la persona hasta su última célula o neurona.
El miedo y la angustia pueden impregnar nuestra vida y pueden provenir de las causas más diversas: miedo ante una enfermedad, problemas afectivos, económicos, etc.
La angustia, -de modo más difuso-, es un profundo cansancio existencial, la angustia es indiferencia y falta de interés por la vida, es un no ver salida a la misma y todo ello en una profunda noche y sufrimiento.
Las religiones, el pecado y la culpabilidad que tanto acentuaba la moral católica, los desprecios y marginaciones, la fragilidad de nuestra propia psicología pueden ser fuente de angustia existencial. La angustia toca a vísperas de depresiones.
Lutero sufrió durante largos años un estado de ánimo de angustia ante la posible condenación y fracaso. La confianza, el justo vive por la fe, será lo que le saque de la angustia y le haga confiar en la misericordia de Dios
Sea por lo que fuere, el miedo y la angustia pueden hacerse presentes en nosotros y bloquean nuestra vida, paralizan toda iniciativa y creatividad (V. Frankl).
¿El miedo es el fundamento de la religión?
Sobre esta cuestión se ha pensado y escrito mucho.
Tanto en alguna filosofía de la religión como en muchos momentos de la vida cotidiana de la iglesia, el miedo ha sido el «caldo de cultivo» y el arma de trabajo.
Una religión que acentúe con tanta violencia el miedo, el pecado, la culpabilidad, la conednación, el infierno, incluso el purgatorio necesariamente terminará generando angustia.
De hecho hemos vivido amedrentados, cuando no aterrorizados por el miedo, la culpabilidad, el pecado, la condenación, el fracaso, la predestinación, el infierno. Y lo malo no es que eso lo hayamos vivido hasta hace no muchas décadas, sino que en grandes sectores de la Iglesia, se quiere recuperar y reimplantar el pavor como cantus firmus del cristianismo.
Sin embargo el miedo y el «terrorismo» (terror) no son cristianos. El miedo no es un «arma» con la que Cristo jugara. ¡Cuántas veces nos dice el Señor: no tengáis miedo!
Puede que el miedo y la angustia sean el humus de las religiones, pero no del cristianismo.
Para leer el artículo entero, pincha aquí: