Guillermo Gazanini Espinoza

México y el mensaje de Fátima

"Atribuir ese mensaje a un sólo contexto europeo y ajeno a nosotros sería un error"

México y el mensaje de Fátima
Guillermo Gazanini

Hay quienes se empecinan en hacer de este país una gran ciudad en medio de ruinas con cadáveres en los caminos. Ese parece ser nuestro apocalipsis cuando ahora la persecución va contra el ser humano por ser humano

(Guillermo Gazanini Espinoza).- «Hemos visto al lado izquierdo de Nuestra Señora un poco más en lo alto a un Ángel con una espada de fuego en la mano izquierda; centelleando emitía llamas que parecía iban a incendiar el mundo…»

No pretendo hacer exégesis del mensaje de Fátima; tampoco seré quien meta en esto el caos apocalíptico tratando de desentrañar nuevas cosas a un mensaje al parecer acabado y cumplido; sin embargo, la lectura íntegra, serena y pausada, con cabeza fría y corazón dispuesto, nos acerca a las duras lecciones de la historia que hace 100 años se iban tejiendo.

Duras porque el amanecer de aquel nuevo siglo acabó con la inocencia de la dulce vida que pretendía la modernidad y el progreso cuando las potencias centrales de Europa se destrozaban entre sí mientras en un pueblo de Portugal sucedía un prodigio sin parangón alguno.

No puedo dejar de lado lo que sucedía en este país mientras el viejo orden parecía dar paso a otro más conflictivo y sangriento. En esos años de emancipación y conflicto, el mensaje dado a esos niños, cuyo mundo no era más allá de ese pueblo portugués, parecían cimbrar el sentido de la liberación de la razón, el positivismo y la muerte de Dios a través del signo concreto de aniquilar el fanatismo y oscurantismo que, según se decía, eran culpa de la Iglesia.

Tanta impiedad fue revelada por la Virgen a través de la visión de visiones infernales, tribulaciones y amargura para el cristianismo y la humanidad, pero a la vez eran signos dotados con riqueza de significados como publicaría la Congregación para la Doctrina de la Fe, el 13 de mayo de 2000 en la célebre interpretación de los mensaje de Fátima y ante las visiones de catástrofes por la inminencia del nuevo milenio, lo sucedido hace cien años, «sintetiza y condensa sobre un mismo fondo hechos que se prolongan en el tiempo en una sucesión y con una duración no precisadas».

Hechos que tocan a México de alguna manera. Atribuir ese mensaje a un sólo contexto europeo y ajeno a nosotros sería un error cuando el 13 de mayo de 1917, los niños pastores conocieron la vorágine sobrenatural de acontecimientos sobre el mundo y que fue tiempo de «gran tribulación» para este país.

Mientras en Portugal, Francisco, Jacinta y Lucía fueron capacitados por la sobrenatural Señora, en esta parte del mundo el entusiasmo patriótico desbordaba por la nueva organización política que pretendió cerrar el capítulo revolucionario de sangre de nuestra historia y garantizar la paz por el triunfo del liberalismo positivista.

Los redactores de las nuevas reformas a la Constitución de 1857, se decían honrados y puros, convencidos algunos, como dirían en la Constituyente de Querétaro de 1917, que sólo podría haber «verdadera libertad si no se cuelga a los frailes» apostando por el imperio de la razón y el sometimiento de lo religioso.

Una parte del controvertido tercer secreto dice: «En lo alto a un Ángel con una espada de fuego en la mano izquierda; centelleando emitía llamas que parecía iban a incendiar el mundo».

Fuego que se pretendía extinguir en México con un nuevo texto fundacional que iba contra la religión y por el que los diputados constituyentes juraron que no habría un conflicto y en cambio un mejoramiento en la vida del pueblo. La historia demostraría lo contrario y la Iglesia, cuya «influencia tan perniciosa en el desarrollo de los pueblos nuevos del continente americano» debería tener limitaciones que se extrapolaron al fin, en una persecución al borde de la desaparición, la promesa de pax revolucionaria fue ilusión fatua que desequilibró el orden que mantuvo a México en constante guerra y tensión.

«Obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas subir una montaña empinada, en cuya cumbre había una gran Cruz de maderos toscos como si fueran de alcornoque con la corteza…» Lo que vino después es de sobra conocido por el amable lector, la violenta puesta en vigor de los artículos anticlericales de 1917, contrario a lo que se decía del fomento de la paz, mantuvieron el olor a pólvora.

Obispos, sacerdotes y religiosos subieron la empinada montaña del destierro y la gran cruz de hosca madera fue precisamente la denostación al sacerdocio, tomados por fugitivos de una nueva ley iluminada por el racionalismo liberal; creyentes fueron reprimidos, lugares del culto cerrados y objeto sagrados fueron instrumentos de parodias sacrílegas; en nombre del laicismo y de la separación del Estado y la Iglesia, la actuación política tuvo carácter de persecución y los mártires regaron esta tierra con la sangre.

Para el creyente verdadero, hay designios providenciales en todos los acontecimientos de la historia. Mientras Francisco peregrina en Fátima para recordar el mundo la esencia de un mensaje de paz, el centenario mexicano aparejado a esta celebración de fe nos recuerda cómo nuestra historia llega a un punto de quiebre donde nos debatimos sobre lo que queremos ser.

En cierta parte del tercer secreto puede leerse este párrafo: «Atravesó una gran ciudad medio en ruinas y medio tembloroso con paso vacilante, apesadumbrado de dolor y pena, rezando por las almas de los cadáveres que encontraba por el camino…»

Ese momento es de atroz pesadumbre, pero no deja de ser significativo el gran simbolismo que guarda con nuestra realidad. Hay quienes se empecinan en hacer de este país una gran ciudad en medio de ruinas con cadáveres en los caminos. Ese parece ser nuestro apocalipsis cuando ahora la persecución va contra el ser humano por ser humano. En esto debemos aprender mucho del mensaje de Fátima, es cercano a nosotros porque México, a la luz de este centenario y volviendo los ojos atrás, «no quiere ser una esperanza abortada». (Papa Francisco. Homilía en la misa de canonización de Francisco y Jacinta Marto. Atrio del Santuario de Fátima, 13 de mayo de 2017).

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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