Jorge Costadoat

Necesidad de más pluralismo religioso

"Dios "salva" a los seres humanos por vías que la Iglesia puede desconocer"

Necesidad de más pluralismo religioso
Costadoat

El ecumenismo es casi obvio. Después de polémicas, e incluso de guerras entre ellos, cristianos y protestantes descubren que comparten lo fundamental

(Jorge Costadoat).- Alguna vez se ha pensado que el avance de la modernidad traería aparejada la reducción de las religiones. Esto no se ha cumplido. La secularización europea no es la regla. Por todas partes del mundo se constata, no obstante el predominio de la racionalidad científica y técnica, el florecimiento del pluralismo religioso. Normalmente las religiones son fuerzas de paz, a no ser que los Estados u otros grupos de poder las utilicen con otros fines. El pluralismo religioso prospera especialmente de la mano de los migrantes que llevan sus creencias por doquier.

América Latina es pobre en la materia. Faltan en ella judíos, musulmanes, budistas e hindúes. No sería tan pobre si se valorara más la religión de pueblos originarios. El cristianismo ha nutrido a los latinoamericanos de respeto por la dignidad humana, de amor al prójimo, de sentido de pecado, de inquietud por la justicia social y el bien común, de esperanza y de capacidad de sobreponerse a las adversidades, y de sentido de agradecimiento por la vida. ¿Pero no podría el continente enriquecerse aún más si acogiera otras tradiciones religiosas?

Desde un punto de vista teológico la apertura de los cristianos a descubrir la grandeza religiosa de la humanidad tiene fecha de comienzo. El concilio Vaticano II, de un modo impresionante, aseguró que Dios «salva» a los seres humanos por vías que la Iglesia puede desconocer. La Iglesia Católica, en consecuencia, no tiene el monopolio de la verdad. El mismo Vaticano II derribó el muro con los judíos. Hoy las relaciones interreligiosas entre ambos credos suman triunfos. Algo parecido ha ocurrido con las otras confesiones cristianas.

El ecumenismo es casi obvio. Después de polémicas, e incluso de guerras entre ellos, cristianos y protestantes descubren que comparten lo fundamental. Por último, el Concilio terminó con las religiones estatales. Desde entonces las iglesias locales no debieran procurar de los Estados ningún tipo de privilegios. A partir del Vaticano II las jerarquías eclesiásticas han debido respetar la conciencia de los políticos católicos en el ejercicio de sus cargos.

La modernidad y sus modernizaciones sin duda han elevado las condiciones de vida de la humanidad. Han forjado también valores extraordinarios: la democracia y los derechos humanos. Pero, por otra parte, sobre todo a ancas del capitalismo, han devastado al mismo ser humano que pretende mejorar. La crisis socio-ambiental es una prueba palmaria de su fracaso. Hoy, por el contrario, se impone la convicción de que las religiones humanizan a un nivel muy profundo. No siempre. No en todos los casos. Ninguna de ellas debiera eximirse a priori del escrutinio público. Pero, en términos generales, las religiones, con sus ritos y sus mitos, expresan las necesidades más hondas de amor, de perdón, de purificación, de integración al cosmos, de oración, de agradecimiento, de justicia y de paz de las personas.

Hacer espacio al pluralismo en las sociedades latinoamericanas, sin embargo, no es fácil. En Chile mi país, hay capellanes en el palacio de la Moneda, la sede del Gobierno. Hay un capellán católico y uno protestante. ¿Se necesitan? Creo que no. Estimo que es una especie de privilegio respecto de otras religiones. Una «ventaja», pero ya decorativa. El Estado debe estar pagando sueldos a personas que no tienen nada que hacer. También existe en un obispo castrense. El episcopado castrense atiende a la enorme familia militar. ¿Pero por qué a una religión particular se le facilita este acceso y a las demás no?

Los estados latinoamericanos, mientras más conciencia se tome del valor del pluralismo religioso, debieran emparejar sus relaciones con todas las pertenencias religiosas. Sería muy conveniente que concentraran sus ayudas sin privilegiar a ninguna. En cambio, por lo mismo, debieran ayudarlas a todas, fomentar su desarrollo y el encuentro entre ellas, en vez de apoyar cargos y ritos que van perdiendo razón de ser, o que se han vuelto odiosos por su parcialidad. Esta sería la mejor expresión de la neutralidad que las repúblicas deben a sus ciudadanos.

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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