Los yihadistas siembran el caos para construir otro mundo, se sienten emisarios de una misión divina, de los planes de Alá
(Manuel Mandianes, antropólogo).- El islán fundamentalista y radical, que se ha despertado de su sueño dogmático, se considera el alma de un mundo sin corazón; ofrece una imagen simple y utópica del mundo fácilmente asimilable y entendible. El mundo está habitado por los buenos, los creyentes (en Alá), y por los malos, los infieles.
El creyente está entre el número de los escogidos, de los seleccionados, con el sentimiento de tener una patria, ser miembro de una comunidad, y se siente investido del deber de jugar un rol importante en el drama del mundo para salvarlo. El yihadista se siente el centro de la ira que transformará el mundo porque ejecuta la cólera de Alá contra los infieles, incluidos los islámicos que no pertenecen a su secta. Una vez eliminados los infieles, los límites del mundo coincidirán con los de la UMMA, la comunidad de los creyentes y el mundo será un paraíso.
El islán trasnochado no ve otra salida para mantenerse y expandirse que el terror. Esos miles de jóvenes no encuentran un horizonte de sentido atractivo, desde el punto de vista existencial, más que en el proyecto de extender la UMMA hasta lo confines de la tierra y harán todo, hasta suicidarse por dar un sentido al mundo que no lo tiene.
Los yihadistas siembran el caos para construir otro mundo, se sienten emisarios de una misión divina, de los planes de Alá. Exceptuando los obligados por amenaza y los niños engañados, esos hombres y mujeres, despojados de toda motivación social, se autoinmolan por la causa movidos por la fe. La UMMA, consciente o inconscientemente, es su proyecto de vida.
El fundamentalismo yihadista es la ocasión de pasar de la teoría a la práctica, de la frustración a la acción, de no ser nadie a ser un actor de la historia. Por la práctica del terror y de la autodestrucción dan prueba de su fe a sí mismos, a los demás fieles y a Alá. El islamismo radical es un ejemplo de ideología que trata de lograr sus fines por el terror, y está lejos de llegar al final de sus posibilidades. El genio actúa por ideas que pueden cambiar con el tiempo; el apóstol, el yihadista, sabe de una vez por todas lo que tiene que hacer, piensa Kierkegaard. No hay arbitrariedad ninguna en su actuar. El objeto de su cólera es la sociedad occidental porque se opone al sistema de vida que ellos quien imponer.
El clima de intimidación difusa que está creando el terror yihadista hace que la sociedad occidental se olvide de las enormes diferencias existentes entre sus componentes y se cree un sentimiento de comunidad solidaria que lucha por la seguridad y por la sobrevivencia. Ninguna asamblea está en la posibilidad de cambiar eficazmente este estado de cosas porque los fundamentalistas golean lo que, por azar, le viene a mano; es como un vandalismo amorfo y epidérmico, fruto de su hostilidad contra el mundo.


