Pero ahí está la lección de lo humano: todos somos válidos, todos nos necesitamos, estamos llenos de riquezas para los otros y los otros están llenos de riqueza para nosotros
(José Moreno Losada, sacerdote).- Recibo una llamada de teléfono de Segunda, la consagrada del hogar de Nazaret que bien se podía llamar Luz, por su identidad con el centro del que vamos a hablar.
Sus palabras son sinuosas como siempre, de las que mandan con la dulzura de una petición cuidada y tierna: «¿Has recibido la invitación?, este año estamos locos con la celebración de los cincuenta años de la fundación del centro. Ah que no te ha llegado, pues bueno ya sabes, es mañana, la misa a las diez, ¿vas a venir?…Si puedes.»
Esta noche la recibo por Whatsapp con los datos y horario para que no se me olvide. Es un momento en que estoy reflexionando, orando y musitando una canción que me ayuda: «Un día por las montañas apareció un peregrino… se fue acercando a la gente, acariciando a los niños…». Uno el canto a los rostros de los doscientos niños y jóvenes que son miembros vivos de ese centro de la Luz, siendo ellos el centro de todo el proyecto.
Recuerdo que hace unos días bailaba con algunos de ellos en nuestra parroquia la canción de la «bicicleta» y el «despacito», pienso en las veces que he estado con los trabajadores de ese centro reflexionando sobre el evangelio y su quehacer, en las consagradas que han hecho de ese lugar la fecundidad de su virginidad, la libertad de su obediencia y la riqueza de su pobreza. Y me digo, mañana tengo que estar allí, no puedo faltar, aparte de que los churros y el chocolate -no por el frío que hace- me encantan. Necesito ir, porque siempre que voy me siento iluminado y salgo agradecido, por la corriente de amor y alegría que allí el Padre Dios derrocha para todos, más allá de los límites, de la debilidad, de la pobreza, del abandono o de la soledad. Allí hay luz verdadera.
Y pienso en el contexto de la celebración. Aquello que comenzó con pobreza y humildad hace 50 años, un cura –Don Luis Zambrano– que predicaba el evangelio y hablaba de las obras de misericordia. Mujeres creyentes y fuertes que hicieron de esas claves evangélicas un lugar de enamoramiento y de entrega superando todas la dificultades, siendo creativas y creadoras, yendo mucho más allá de lo que podían, porque tenían en su manos la «antorcha» del Dios de la providencia, que no abandonó el hogar de Nazaret y tampoco las iba a abandonar a ellas.
Mucho menos si se dedicaban a los preferidos de Dios. Y así comenzó, como Dios mismo en Belén, envuelto en pañales y acostado en un pesebre. En pequeños sitios, con pocos medios, con gente muy rota y muy necesitada, lo más pequeño elegido por Dios para confundir a los fuertes.
Y después de cincuenta años, ahí está, multiplicado como los panes y los peces, con mayor debilidad, con mucha más gente necesitada, pero desde un concepto de las capacidades que tiene bastante de divino.
En los que parecen débiles, está la verdadera fuerza y el verdadero amor, de ellos y de todos nosotros. Son imprescindibles como fuente para hacer nacer la verdadera ternura y la auténtica humanidad. Y esto lo confiesan las mujeres de la institución, pero junto a ellas, todos los profesionales de corazón, desde el director a la portera y las limpiadoras -tienen su alma en este centro y ahí reciben su luz, algo más grande que un sueldo-, los padres y madres de todos los chavales, los voluntarios, los que son colaboradores y facilitan el proceso y las ayudas.
Se trata de unos de los tesoros mayores que tiene Badajoz, tan importante que ni siquiera se puede enseñar como un museo, porque está lleno de dignidad humana y de respeto a cada uno de los hermanos que lo habitan y que son protagonistas de esta historia. Pero ahí está la lección de lo humano: todos somos válidos, todos nos necesitamos, estamos llenos de riquezas para los otros y los otros están llenos de riqueza para nosotros.
No es fácil entrar en esta dinámica que no es de riqueza material sino humana, espiritual, trascendente, única, profunda, eterna. Sí, es como aquel hombre que un día, cuando menos se lo espera, se encuentra un tesoro y por la alegría que le da se abraza a él y no lo abandona nunca. Porque la vida ya no sería como es sin ese brillo, sin esa riqueza de luz inmensa. Es aquí donde se hace realidad aquello de venid a mí los que estáis cansados y agobiados que yo os aliviaré.
Por eso «el colegio de la Luz», que lleva ese nombre mirando a María la madre de Jesús, que desde el hogar de Nazaret y la pobreza radical del pesebre supo darse cuenta que allí estaba la luz del mundo, se convierte en Luz para todo Badajoz, para toda la ciudadanía. Una luz, que no es de fuego artificial -aunque mañana en la verbena igual salta algún cohete al cielo- sino que se ha ido gestando poco a poco, en la oscuridad y la fe de cincuenta años, de cientos de vidas, de nombres, de gestos de cuidados.
Hoy será un día de fiesta por los cincuenta años, la Eucaristía estará en el centro y en ella celebraremos, que lo que el mundo considera lo débil y lo inútil, es para nosotros -desde el Espíritu del crucificado resucitado- la Luz de la Vida.
¡Viva el Colegio de la Luz!
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