En contra de los que algunos pueden pensar, dentro de la Iglesia hay vocaciones (¡muchas y buenas vocaciones!) para los ministerios fundantes de la Iglesia, en línea de evangelio
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(Xabier Pikaza).- El Cardenal Ricardo Blázquez, presidente de la CEE, que fue (y sigue siendo) colega y compañero, acaba de lamentarse ayer en Bilbao de la «sequía vocacional» de sacerdocio que padece la Iglesia católica en este país, una sequía que ha enmarcado en un contexto general de «un cierto enfriamiento cristiano».
En ciertos lugares, las vocaciones no son más que un hilito, es para preocuparse, dice el cardenal.
Acepto en parte el diagnóstico de Mons. Ricardo Blázquez y admito con él que existe un «cierto enfriamiento cristiano», que influye mucho en el tema de las vocaciones cristianas, pero más que ante una sequía juzgo que estamos ante una una «mutación vocacional», es decir, un cambio de orientación en las vocaciones.
— Ese enfriamiento y mutación resulta, por un lado, preocupante, pues nos sitúa ante el fin de una etapa que ha dado sus frutos de evangelios…
— Pero en otro sentido nos abre ante un futuro y tarea llena de esperanza, pues nos obliga a replantear el tema, no en la línea del «sacerdocio clásico» (que forma parte de un ciclo cristiano ya pasado), sino en la línea de recreación de los ministerios fundantes de la Iglesia.
En ese nuevo contexto, tengo la certeza de que la crisis ha de ser positiva, si sabemos situarnos ante ella, una ocasión para que las diócesis y las parroquias pueden recuperar un inmenso caudal vocacional latente, que está ya pronto para iniciar nuevos caminos. En contra de los que algunos pueden pensar, dentro de la Iglesia hay vocaciones (¡muchas y buenas vocaciones!) para los ministerios fundantes de la Iglesia, en línea de evangelio.
Precisamente para abrir un camino en esa línea, desde mi vocación de estudioso de la Biblia y de la historia cristiana, comprometido en el despliegue de los nuevos ministerios, preparé hace unos días unos folios para comentarlos entre agentes de pastoral de la diócesis de Bilbao, a la que acaba de ir también Mons. Blázquez. Él ha estado celebrando una fiesta de bodas de plata y oro de unos presbíteros venerables (a cuyo gozo me uno). Yo he ido a conversar con agentes de pastoral (en Orué-Euba y Durango), y así quiero colgar en este blog una parte del texto que allí presenté (tomado básicamene de Iglesia Viva 266 (2016) (http://iviva.org/getFile.php ).
En este contexto, con ocasión de las palabras del Cardenal Blázquez en Bilbao, que fue su diócesis, recojo aquí la última parte de mi propuesta en esa misma diócesis, el pasado 24 del 6 del presente año 2017. Un saludo a todos mis lectores, y un abrazo especial a Mons. Blázquez.
1. Un tipo de ministerios sacerdotales están en tiempo de sequía
Al principio las cosas no fueron así, pero así se consolidaron desde el IV d.C. (constantiniano) y sobre todo desde el XI (Reforma Gregoriana), de manera que la Iglesia Católica se convirtió en una institución jerárquica, dependiente del Papa y obispos, con unos ministerios de tipo sacerdotal, celibatario y patriarcal. El Vaticano II quiso volver a los orígenes, pero no logró hacerlo de un modo consecuente y sus textos incluyen dos eclesiologías:
‒ En teoría el Vaticano II expuso una eclesiología de comunión, presentando a la Iglesia como Pueblo de Dios, comunidad de creyentes, con ministerios que brotan de la comunidad. Lo primero es el Pueblo Sacerdotal, Cuerpo de Cristo, presencia (esposa) del Espíritu santo, y a su servicio, se instituyen unos ministerios, que no son jerarquía (superioridad), sino servicio. Esta visión, que es dominante en un plano teológico, influye menos en la administración de conjunto de la de las comunidades.
‒ De hecho han dominado las formulaciones jurídicas y prácticas de una eclesiología jerárquica, de tipo sacerdotal, que no parte del cuerpo de los creyentes (pueblo de Dios), sino de la jerarquía a la que Cristo habría instituido como potestad, para regir la Iglesia desde arriba. Los dirigentes poseen el poder sagrado, que han de ejercer al servicio del pueblo, pero desde arriba. Esta eclesiología se ha fortalecido en el plano práctico, tras el Vaticano II, con el fortalecimiento Curia Vaticano, aunque parece estar el crisis con los intentos de renovación iniciados por el Papa Francisco.
Ésa es una situación de inestabilidad: Se habla de comunión y se mantienen (en general) sus ideales, pero sigue dominando una eclesiología de sacerdocio jerárquico, con aval del nuevo Derecho Canónico (CIC, año 1983) y del Catecismo (CEC, 1993), con retoques cosméticos, pero insistiendo en la naturaleza jurídica y jerárquica de la Iglesia, como se ha venido diciendo a los cincuenta años del Vaticano II (1965-2015). En esa línea se sigue manteniendo el esquema de los ministerios tradicionales (ratificados a partir del siglo XI), con una Iglesia que de hecho se sigue fundando en el orden jerárquico.
En ese sentido, con el fin (la disminución progresiva) de este tipo de jerarquía (vocaciones sacerdotales), algunos piensan que se destruye la Iglesia. Pues bien, en este momento, con el cambio radical de sociedad e iglesia que estamos viviendo, esa disminución de las vocaciones clericales puede ser una oportunidad para recuperar el sentido y tarea de los ministerios de Jesús.
1. Estamos ante un final de etapa, de una larguísima etapa de iglesia, y tenemos que dar gracias a Dios de lo que ella ha sido. Para la mayor parte de nosotros ha sido una iglesia ejemplar, por el tipo de fe que ha transmitido, por su arraigo en la tradición, por su vinculación al pueblo…Pero las etapas terminan, y el fin de ésta parece que se está acelerando.
2. El tema no es esperar para ver qué pasa... En este campo no se puede aplicar el dicho de San Ignacio: «En tiempo de desolación nunca hacer mudanza» (San Ignacio de L., EE 318). Pero éste no es un tiempo de «desolación interior», sino todo lo contrario: Ha de ser un tiempo de creatividad evangélica. En cambio no puede venir por desolación interior, sino por creatividad evangélica.
3. No se trata, pues, de declararnos fracasados… sino todo lo contrario, de descubrir lo que aquí hay (debe haber) de creatividad evangélica. Éste tiene que ser no sólo un tiempo de acción de gracias, sino de fuerte discernimiento (como quería San Ignacio), para ver lo que es esencial y lo que es secundario, para descubrir así desde nuestra propia vida y misión la tarea del evangelio.
4. Yo tengo que menguar, él tiene que crecer...(Jn 3, 30). El camino de Juan Bautista ha sido bueno, ha tenido sus valores… Pero ese camino ha tenido que terminar, para que venga el camino de Jesús. Nosotros también hemos tenido una iglesia que en algunos rasgos era más de Juan Bautista que de Jesús. Por eso tenemos que estar dispuestos a abrir puertas para lo que ha de venir, abriendo caminos.
5. Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto a tu salvador… (Lc 2, 29). Son las palabras del anciano Simeón. Morir en paz porque es hemos mantenido el testimonio… y porque, por nosotros, se vuelve posible lo nuevo. Se trata, pues, de estar ligeros de equipaje… Aligerar mucho equipaje que hemos llevado durante signos, pero no para echar por echar, sino para recuperar mejor lo esencial del evangelio.
Lo que hace falta no es un cambio de fachada, un retoque cosmético ante cuestiones discutidas de la Iglesia (celibato, pocas «vocaciones», ministerios femeninos, exclusión de la mujer, pederastia…), sino de identidad. No, no hemos fracasado, en modo algunos, aunque todos llevamos algunas heridas del camino. Lo nuestro ha servido y debe servir para que llegue algo nuevo, en línea de evangelio.
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