José Ignacion González Faus

¿Otra ETA?

"¿Cómo van a combatir la corrupción quienes crearon esa ley de corrupción laboral?"

¿Otra ETA?
José Ignacio González Faus

Es inmoral que un gobierno presuma de crecimiento económico, sin decir que lo consigue enriqueciendo a los españoles más ricos a costa del 22% de la población pobre

(José Ignacio González Faus sj).- Temo que las negras siglas ETA no van a desaparecer; sólo cambian de lugar y significado. Ahora ya no buscarán la independencia de Euskadi sino la plena libertad de la corrupción ética. Significan «Esclerosis Total Amiotrófica»: una enfermedad del sistema neuronal de esta sociedad, que provoca una incapacidad motora no sólo «lateral» (como en la ELA), sino global: atrofia toda la conciencia y genera una parálisis ética total.

El 2 de marzo, publicó El País esta noticia: «subir salarios hoy es bueno para la economía» (p. 39). ¡Buen ejemplo de esclerosis ética! Porque un salario justo y suficiente no es algo vinculado a los intereses de la economía sino previo a ellos: es un deber humano elemental. No hay «mercado de trabajo» sino de trabajadores, es decir de personas. Salarios injustos, despido libre, horas extras no pagadas, son «operaciones» análogas a las que generaron el crecimiento económico de los Bárcenas, Correa, Costas, González, o la madre superiora pujolera…

Es inmoral que un gobierno presuma de crecimiento económico, sin decir que lo consigue enriqueciendo a los españoles más ricos a costa del 22% de la población en riesgo de pobreza, gracias a una ley que debió llamarse «de corrupción laboral» (y que no piensan reformar ahora que estamos mejor).

¿Cómo van a combatir la corrupción quienes crearon esa ley de corrupción laboral? Y que presuman de crear empleo cuando sólo crean precariedad. Claro que si el corredor mediterráneo pasa por Madrid, también cabe decir que hay justicia social en los presupuestos. «Su refugio es la mentira», dijo el profeta Isaías.

Hablar de ética hoy, en economía y política, suena a aquello de la vieja zarzuela: «ay que ver mi abuelita la pobre, qué trajes llevaba». Y quienes arguyen que guardar esa elemental ética social hundiría al sistema, no hacen más que poner de relieve, sin querer, la inmoralidad de un sistema que necesita la injusticia para mantenerse en pie.

La izquierda padece la misma esclerosis con otros síntomas: como la tranquilidad con que aceptaron el neoliberalismo, precisamente en los momentos en que éste más se embrutecía, mientras reivindican unas izquierditas «de plástico», burguesas o anticlericales, meros intentos de tranquilizar su mala conciencia.

O la incapacidad para ponerse de acuerdo, porque nadie quiere de veras acabar con la enfermedad, sino ser él quien acabe con ella. Desanima ver a Iglesias tildando al PSOE de apoyar al PP, cuando tuvo ocasión de votar la investidura de Sánchez y no lo hizo. Desanima ver al PSOE culpar a Iglesias de lo mismo, cuando él impidió a Sánchez pactar con Podemos.

Hasta Lluis Llach que antaño nos enardecía cantando «La estaca», blande ahora su propia estaca contra los que no sigan su modo franquista de hacer política… Y ahí tenemos a ERC poniendo la independencia por encima de la ética y actuando, junto con el PP, para que la porquería del Palau no afecte al PDCat el cual (¡qué casualidad!) vota a favor del dictador PP en el asunto de los estibadores. Así puede Rajoy, en Barcelona, avisar tranquilamente contra «toda tentación de desconexión»!

¿»Suspiro de alivio» tras las pasadas elecciones francesas? Déjenme aclarar que, si yo fuera francés, no sé qué habría votado en la segunda vuelta: pues no se enfrentaron la Europa y la Antieuropa, sino dos pseudoeuropas: una Europa racista y xenófoba (pero con más promesas sociales que la otra) y una Europa injusta y explotadora; un apartheid para los de fuera y un apartheid para los de dentro.

Hasta ahí nos ha llevado la idolatría del dinero, del consumo y del mercado, desde que un brillante subnormal declaró llegado «el fin de la historia», ignorando que la historia es un nadar contra corriente donde, cuando te detienes, se te lleva el agua. Veamos tres reflexiones, de ayer y de hoy, sobre esta situación.

* Según Z. Bauman, ese fin de la historia al que creíamos haber llegado, es el fin de lo sólido: una «sociedad líquida», donde «el poder se desconecta de las obligaciones,… se libera del deber de contribuir a la vida cotidiana y de perpetuar la comunidad… Sacarse de encima la responsabilidad por las consecuencias, es la ventaja más codiciada». La carencia de apoyos sólidos ha creado «una atmósfera de desasosiego y ansiedad» que hace que la vida sea «todo menos agradable». Y los antidepresivos que tomamos para eso [messis, patrias, whatsapps…], «nos alivian pero a la vez nos vuelven ciegos».

Siglos atrás, en una situación parecida, el profeta Isaías (c. 8) cuenta una visión que le impulsó a un gesto simbólico, de esos típicos de los profetas judíos: tener un hijo y ponerle por nombre «Presto-para-el-saqueo» (Majar Shalel, por si algún político quiere imitarle). La visión exhorta al profeta a «apartarse del camino de su pueblo, no llamar aliados a los que ese pueblo llama aliados», y «sólo llamar Santo al Señor de universo». Total: ¡Isaías antisistema!

* El último capítulo general de los jesuitas (noviembre 2016), se abre con un decreto («Reconciliación y justicia»), que habla del «modo equivocado como están organizadas nuestras sociedades y nuestras economías», y reclama «una solución radical», exhortándonos a «sanar este mundo herido promoviendo una nueva forma de producción y de consumo que coloque la creación en el centro».

Temo que para esta esclerosis tampoco hay eutanasia. Podríamos sustituir el monumento al soldado desconocido por un monumento al parado desconocido. Eso no arreglaría mucho, pero inyectaría unas gotas de memoria ética.

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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