Dios me amó, yo me dejé amar por Él y traté de responderle con amor. Así se perfiló esta historia de amor
(Antonio Aranda Calvo, sacerdote).- ¡Buenas días nos de Dios! Así se saludaba en mi tiempo y así os saludo yo.
Aquí estoy con vosotros, me conocéis, pero hoy quiero ser yo mismo quien os hable. Hace poco me presenté ante unos 200 jóvenes en Jaén e hizo mi portavoz un joven de aquí, del Monte… por cierto que leyó muy bien y con sentido… su voz me recordaba a los jóvenes de mi época.
Ya sabéis: Soy un joven, aunque nací hace muchos años, pero no he pasado de los 20…
Mi nombre es Manuel; el año 1916, el día 22 de marzo vine al mundo y gocé del don de la vida…lo más maravilloso, dentro de unos días se cumplen 96 años. Yo era el último de mis hermanos: tres mujeres y dos varones… y yo el sexto.
Me recibieron muy bien, mi hermana la mayor me llevaría 10 años, así que yo era como un juguetillo para todos… mi madre, feliz pero con más trabajo… mi padre se alegró y pensó que ya tenía dos brazos más para ayudar a sacar la familia adelante, porque él era un trabajador que ganaba el jornal a diario.
Bueno, nací en un ambiente rural; mi familia no era especialmente religiosa… ¡sí! creían en Dios, pero por allí no había misas, ni curas y apenas se celebraba algún acto religioso; me bautizaron en Martos, haría la Comunión, pero casi no lo recuerdo.
Yo, de niño, dicen que era muy travieso… en aquel lugar no había escuela y mis juegos serían bastante primitivos; ya con 9 o 10 años asistí junto a un grupo de chicos y chicas a la escuela del llamado maestro Palanca, un hombre sin título pero que sabía bastante y se ganaba la vida enseñando a leer, escribir y las cuatro reglas (sumar, restar, multiplicar y dividir, que decían era lo necesario). Este «maestro» contaba que cuando yo faltaba a la escuela, porque desde chico iba al campo para ayudar a la familia, toda la clase estaba tranquila… pues se ve que era travieso y formaba jaleo.
Mi infancia fue normal en aquel ambiente; allí éramos como una familia, y nos relacionábamos con los otros núcleos más pequeños, entre todos formábamos una población de 2000 habitantes, no se contaba con servicios sociales ni religiosos… todo había que hacerlo en la cabecera del Municipio, a unos 14 Km.
Como todos, iba creciendo y era fuerte y sano…al comienzo de los años 20, hicieron una Capilla en mi pueblo, dedicada a la Virgen del Carmen, a partir de aquí se empezó a mover algo lo religioso en torno a la Virgen, aparecía algún cura de vez en cuando, diría misa, hablaría con los niños, pero yo no me acuerdo muy bien. Por entonces los chiquillos empezaban a «jugar a las novias» muy pronto… yo no iba a ser menos, tanto que le escribí a dos para declararme… así se hacía entonces; en realidad teníamos muy poca formación y vivíamos rudamente.
Ya tendría unos 12 años, cuando un hermano mío tuvo que ir a estudiar a Jaén porque tenía un problema en una pierna y no podía trabajar en el campo… en mi casa se decía que había que apretarse el cinturón para poder costear los estudios de mi hermano…yo ya empezaba a ganar el jornal. Por entonces, también, se hizo más frecuente la visita de un sacerdote y comenzó a tratar con los niños, adolescentes y jóvenes… entre ellos me encontraba yo. El Cura venía a casa de unos señores, los que habían hecho la Capilla, y uno de ellos le ayudaba en algo que luego supe era la Catequesis, entonces le decían «la doctrina».
Lo de mi hermano y lo del Cura influyó mucho en mi vida.
Por una parte me propusieron para catequista, como ahora se dice… y a mí me iban entrando ganas de estudiar, como hacía mi hermano. En fin, ya veis, dos cosas sin mucha importancia, pero ahora veo que Dios se valió de eso para llamarme. Porque Él me llamó… pero, como siempre, de modo sencillo y a través de otros.
Un día me cogen el Cura que se llamaba D. José y aquel señor, D. Manuel, y me dicen sin más:
-Manuel, ¿no te gustaría entrar en el Seminario y estudiar para ser Sacerdote?
¡Madre mía! ¡Qué golpe!… no sé qué respondí en aquel momento, pero aquello se fue adentrando en mi pensamiento y sobre todo en mi corazón… y sabed que alguna noche me costaba trabajo dormirme… pues pensaba en ello. Yo todavía no conocía muy bien a Jesús, pero se ve que Él había puesto los ojos en mí y ahora veo que es muy difícil escapar de Él.
-Bueno, aquellos señores volvieron a plantearme el tema y yo les prometí que se lo diría a mis padres…se comenzaba a dar pasos, ¿quién? ¿yo o Jesús? ¿tal vez los dos?
-Amigos, permitidme deciros que Él va siempre por delante y nos espera a cada uno en el lugar que corresponde, ¡claro lo malo es que tratemos de escapar! puede ser el comienzo de nuestro fracaso, pero seguirle es el comienzo de nuestra felicidad.
-Efectivamente, comencé por decírselo a mi madre… ya sabéis las madres…ellas te escuchan más fácilmente, al menos entonces; a pesar de todo me dijo: eso tu padre. Y tuve que afrontar la cosa con él. Mi propuesta sentó como una bomba y hasta con un poco de guasa.
Yo ya tenía unos 14 años y empezaba a trabajar en el campo, sobre todo en la recolecciones y en aquellos años, por el 1930, comenzaron a salir unas leyes muy contrarias a la Iglesia, a los Curas y en general a lo religioso.
Mi padre se negó rotundamente y daba sus razones:
-Aquí no podemos tener más gastos… ¡qué tanto estudiar, ni estudiar! Tu hermano porque no puede hacer otra cosa, pero tú… a trabajar y a ganar para la casa… Y además, ¿es que no te das cuenta? Lo religioso está de capa caída y a los curas no se les ve bien ¡ahora quieres tú ser cura!
-Yo seguía insistiendo, una y otra vez… después dicen que tenía mucha fuerza de voluntad… pero aquello ya no era solo yo, sentía una fuerza que me salía de dentro, una fuerza interior. Me dijeron que podía tener una beca y así se lo dije a mi padre, pero ni por esas, seguía negándose.
-D. José y D. Manuel fueron a hablar con él… prometieron lo de la beca… medio le convencieron y mi madre siempre de mi parte.
Y yo vencí, ¡pero no fui yo! En mi vida desde entonces siempre ha vencido Él, «un tal Jesús» que llenó totalmente mi corazón y toda mi vida.
Pues bien, ya me tenéis en el Seminario de Baeza, primer curso. Aquello fue fatal, como para decir «si lo sé no vengo», pero ¿quién se echaba atrás? Y veréis por qué fue tan grave: Yo era un muchacho del campo, ya con 15 años, fuerte, basto si queréis, empezaba a tener que afeitarme… y allí llegaron niños de 10 a 12. No quería que se enterara la gente, pero se reían de mí… y peor todavía, porque yo no pronunciaba bien las «erres». Al fin pude superar aquel año con muy buenas notas: nada importante, sólo que estudiaba y era responsable, era mayor… los profesores apreciaron mi esfuerzo y Jesús seguía entrando más y más en mi corazón; todavía yo no me daba mucha cuenta. Quiero deciros que aquel año en Baeza todo fue para mí una novedad: la vida del Seminario, elementos como el teléfono, la luz eléctrica, el agua corriente… que en el campo no se tenían… y además la ciudad de Baeza, con la Catedral, la Iglesias, el Seminario que ahora sé es la Universidad «Antonio Machado» y tantas obras de arte…
Mi familia iba crecido; al casarse mis hermanas, empecé a tener los primeros sobrinos, que quería mucho. Mi padre estaba más conforme, pero nadie me quitaba el trabajar en el campo durante las vacaciones, además lo hacía de voluntad para compensar mis gastos.
Pasé dos años en Baeza, en el verano preparaba materias y al volver me examinaba; así aprobé dos cursos más, de modo que en el curso 1933-34 pasé al Seminario de Jaén para iniciar los estudios filosóficos.
Ya Jesús había entrado en mi corazón, yo sentía gusto al rezar, me maravillaba de la Eucaristía ¡qué amor tan grande! y comencé a querer mucho a la Virgen María.
Jaén supuso mucho para mí. Yo seguía siendo becario del Cabildo Catedralicio y tenía que sacar nota suficiente para no perder la beca; entonces se exigía un notable alto, casi sobresaliente. El ambiente de estudio era serio, el profesorado competente y la vida espiritual se cultivaba a fondo… yo veía un mundo nuevo, unos horizontes abiertos, unas perspectivas maravillosas: si llegaba a la meta podría hacer tantas cosas por los demás… ¡podría y tenía que hacer tanto por la gente que vivía sin medios y sin cultura, como yo antes! En este curso (33-34) cumplí ya los 18 años.
En Jaén estudié tres años, en el Seminario que muchos conocéis, en la parte que ahora es residencia de Sacerdotes… todavía quedan intactas aquellas escaleras muy artísticas que yo subía y bajaba. Yo era un buen seminarista, pero ni me lo proponía, porque lo que quería era seguir el camino de Jesús, conocerle y amarle cada día más: la oración, la misa, la comunión, la devoción a la Virgen María (le hice varias poesía, una a la Virgen de la Cabeza… y me he enterado que le han puesto música y han hecho un disco o CD como le llaman) y eso también: estudiaba mucho. Bueno lo de las «erres» conseguí superarlo, los compañeros me estimaban y los profesores me ayudaban y confiaban en mí… y eso que yo no desbordaba simpatía ni atracción especial, pero sabía escuchar y dicen ahora que sonreía siempre y no me daba demasiada importancia. Ahora dicen que yo era sencillo y humilde, muy estudioso, interesado en todos los temas de estudio y actualidad, muy piadoso, lo cual quiere decir que me gustaba mucho tratar con Dios.
Durante el verano en mi pueblo, me consideraban casi un cura. Reunía a los niños; ellos cuando se enteraba que había llegado venían a mi casa, les daba algún caramelo o estampas del Señor y la Virgen… y ¡ale! ¡a la doctrina!. Me interesaba mucho por mis padres y hermanos para que fueran más religiosos. Juntaba a los adolescentes y jóvenes, les dejaba libros y les explicaba algunas cosas… así conseguí que Aurelio fuera al Seminario y que dos chicos estuvieran preparándose para ello. Me importaban mucho los más necesitados y los enfermos… os diré, porque esto ya se sabe, que con frecuencia me quedaba sin comer a medio día cuando trabajaba en el campo, pues mi comida se la daba a otro jornalero para que la llevara a sus hijos… ya cenaría yo por la noche, y además siempre decía a mi madre ¡échame más comida! Para poder darla.
Con frecuencia iba por los cortijos y hablaba a la gente de Dios y procuraba el bautismo de los niños… un verano bautizamos a 23 y arreglé las cosas para que no tuvieran que dar ni una gorda (un euro diríamos hoy) porque era gente pobre y no acostumbrados a colaborar con la Iglesia. Siempre estudiaba y leía por la noche, pues de día trabajaba. Alguna vez tuve que discutir con gente que ofendían a Dios blasfemando, una vez con una comparsa de saltimbanqui que se reían de las cosas de Dios; algunos lo hacían por fastidiarme…pero yo no podía permitir que ofendieran a mi Padre del Cielo… Jesús me enseñaba a eso. Como en mi pueblo no había misa, iba con frecuencia andando a otros, o montado en una yegua que teníamos en casa. Las cuestiones sociales me interesaban sobremanera, había leído la encíclica de León XIII «Rerum Novarum» donde se exponía la doctrina social de la Iglesia. Los tiempos eran muy difíciles, había verdaderas necesidades, injusticias y suma pobreza. Yo siempre me inclinaba a los más débiles, como pensaba debería hacer cuando fuera sacerdote. También preparé a algunos novios para casarse y sobre todo quería que hubiera más vocaciones para el Seminario.
Pero llegaron unas fechas fatídicas: el año 1936. Aquel curso terminaría los estudios filosóficos para comenzar los teológicos y de aquí a ser ordenado sacerdote y ¡a servir a un pueblo! Yo avanzaba en conocimientos y en fe en Dios, en confianza en el Señor, en ganas de ser buen cristiano, un santo es la verdadera palabra como dijo después el Concilio Vaticano II… Jesús era mi amigo y a la vez mi Señor… por Él todo… me había dicho ¡ven! y yo lo había dejado lo mío y le había seguido… ¡Pero cuánto recibía ya a cambio! Y lo que me quedaba todavía que recibir. En 1936 tuvo que cerrarse el Seminario por la inseguridad en que vivíamos, volvimos en junio para los exámenes y marchamos de nuevo a casa. Regresé al Seminario en el mes de julio, días 14 y 15, para una convivencia o retiro espiritual… allí comulgué por última vez y le pedí al Señor me ayudara en los momentos tan difíciles que se acercaban.
Y comenzó «la guerra civil» lo menos civil, lo menos cívico, lo menos civilizado que puede darse… y junto con ello acreció la persecución religiosa que padecieron muchos sacerdotes, religiosos y cristianos…
El día 22 de julio me hicieron prisionero y me metieron en la Capilla, que habían convertido en cárcel, allí estaba también mi padre y muchos otros hombres, casi no podíamos movernos. A mí me sacaban para barrer patios, trabajar en el jardín… pero lo malo no era eso, sino que se empeñaron en que yo tenía que blasfemar, ofender a Dios, romper los cuadros de la iglesia y los objetos religiosos…yo me negaba… ¡por nada del mundo hubiera ofendido a Dios! Cuando me negaba a todo esto me trataban muy mal, pero yo nunca lo dije a mi padre, ni a mi hermana que nos traía la comida, así evitaba que sufrieran y que se enterara mi madre. Un día, os lo voy a contar porque también se sabe, dos jóvenes de mi edad, los que me guardaba con escopetas, trataron de echarme a un aljibe… pero temieron porque yo era más fuerte que ellos y podía tirar y caer los tres… así se lo dije y desistieron.
Algunos de los que estaban presos conmigo me decían que «disimulara» e hiciera lo que me decían… que si no lo hacía de corazón Dios no me lo tendría en cuenta… pero a mí me molestaba muchos esas insinuaciones y me hacían sufrir… Yo pienso que a Dios hay que amarlo por dentro y por fuera.
Con frecuencia me amenazaron con la muerte, y por fin llegó el día 8 de agosto; hice los trabajos de barrido y riego y a eso de las 9 o 10 de la mañana me mandan que lleve un carrillo de basura a las afueras del poblado. Dos jóvenes me hacían guardia con escopetas… un grupo de niños corrían por allí, pues iban a por agua al pozo llamado «de la Patrocinia». Estos niños habían asistido a la catequesis y estaban de algún modo pendientes de lo que me pasaba. Llegado un momento la carretera daba una curva que llamaban «la revuelta», desde allí ya no se veían las casas… seguían obligándome a blasfemar, no lo consiguieron jamás… y enfadados cogieron unas varetas de olivo y me dieron algunos azotes… yo iba rezando para mis adentros…aquella noche también había rezado mucho.
Me mandaron entrar a un olivar y al cuarto olivo, más o menos, me ordenaron hacer una zanja para echar la basura… era el mes de agosto, hacía un sol que deslumbraba, mucho calor… yo sudaba casi empapando la camisa… De nuevo, «tienes que blasfemar»… aunque decían otra palabra. De nuevo me negué…
-Pues te matamos. Tenemos cargadas las escopetas…
-Jamás ofenderé a Dios.
-Te disparamos…
-¡Venga de ahí!
Y así fue. Caí en el hoyo al primer disparo, pude dirigirme hacia el olivo y allí acabó mi vida terrena con una segunda descarga, y quedé envuelto en un charco de sangre. Yo tenía 20 años y unos meses, pero aquel día fue mi verdadero nacimiento para Dios. Soy un bienaventurado que gozo de Dios en el cielo e intercedo ante Él por todos vosotros, por mi pueblo, por los jóvenes y en especial por el Seminario, mi Seminario de Jaén.
Yo soy Manuel, un muchacho que quiso ser cura, me enamoré locamente de Jesús y terminé dando la vida por él en este mismo lugar. (Mi nombre completo es Manuel Aranda Espejo).
Muchos están empeñados en que la Iglesia me declare Santo, no está mal, pero yo ya gozo de Dios, aunque sería bueno esta beatificación para que mi testimonio os ayudara a ser mejores; sin embargo, mi mérito estuvo en ser fiel a Dios… porque aquello todo fue Gracia, un regalo de Él, el más grande que pudo hacerme. Antes de ser sacerdote me llevó con Él a gozar de las Bodas de su Hijo.
Dios me amó, yo me dejé amar por Él y traté de responderle con amor. Así se perfiló esta historia de amor.