Cuando designaron a Francisco Sumo Pontífice, obispo de Roma, él fue tomado, literalmente, por el Espíritu
(Jesús Bastante).- El padre Jorge. Así es como recuerda el escritor argentino Carlos Abad al hombre que ahora es Papa Francisco. Un hombre «simpático, radiante, con libertad del espíritu en todo momento y esa cercanía con la gente». Abad charló con RD sobre sus recuerdos del actual pontífice, y también sobre dos nuevos libros que acaba de presentar: «Que el día de hoy, sea sólo hoy» y «Jesús, el primer indignado».
Hoy nos acompaña Carlos Abad, recién llegado de Argentina. Bienvenido.
Sí, he venido porque he sido invitado a la Feria del Libro, aquí en Madrid. Una experiencia muy interesante. Muy engalanado por los grandes escritores que allí estaban. Vine a presentar uno de mis libros, «Que el día de hoy, sea sólo hoy», que es el título.
«Que el día de hoy, sea sólo hoy» que, junto a «Jesús, el primer indignado», han sido editados aquí, en España, por libros del Zorzal.
Carlos es periodista, compañero experto en medios de comunicación. Ha trabajado también, codo con codo, con el que hoy es Papa de Roma. Que no se correspondía exactamente con esa imagen de hombre extrovertido, tan afable y tan querido por la cámara como es hoy.
Jorge Bergoglio, el entonces cardenal Bergoglio y hoy Papa Francisco era, efectivamente, un hombre austero. Lo es. Adusto, pero con poca cercanía a lo que podíamos llamar el estilo del mundo, en lo social, casi un tímido.
Pero, si me permites un comentario místico, yo creo que cuando lo designaron Sumo Pontífice, obispo de Roma, él fue tomado, literalmente, por el Espíritu. Es lo que creo. Porque el cambio a ese hombre simpático, radiante, con libertad del espíritu en todo momento y esa cercanía con la gente, es absolutamente natural pero también es absolutamente nuevo, inédito.
Él no pensaba en ser Papa. Vino con una pequeña maleta a Roma. Nos dijo: «hasta la vuelta». Y, bueno, la sorpresa, la algarabía, el honor ha sido enorme. Un Papa que viene del fin del mundo, literalmente.
Su primera alocución fue un momento emocionante para los que estábamos allí. Lo recordamos con los pelos de punta.
¿Cómo vive Francisco esta situación, de la que ya han pasado cuatro años?
Voy a volver al nombre Jorge Bergoglio, porque siendo cardenal se denominaba el padre Jorge.
Todavía lo hace, cuando realiza alguna llamada telefónica.
El padre Jorge, Francisco, tiene una marca en su ADN espiritual y sacerdotal y es, que él vive como piensa. Nada del glamour de Roma lo conmovió: no tomó la suite pontificia, no usó aquellos zapatos tan llamativos, eligió el automóvil más viejo del garaje vaticano y nada del mundo le genera presión. Y maneja, con mucho respeto, esto de la vanagloria de la vida, de la codicia de los ojos. Ama la verdad en lo íntimo, como dice la Palabra.
Él sigue siendo el mismo y maneja, con un don de una memoria privilegiada, los detalles cotidianos, las visitas. Creo que sigue siendo el padre Jorge.
Vamos a hablar de tus dos libros. Comenzamos por «Que el día de hoy, sea solo hoy», que estás presentando estos días en Madrid. Hablando de una figura que nos remite a la búsqueda de eternidad: tú honras, en tu libro, al momento. Me recuerda la frase de «carpe diem», aprovechar el momento.
Este libro nació en España: tengo una amistad personal con un hombre poco conocido en España. Se trata del padre Carlos González Vallés. Es un sacerdote que misionó en la India durante 55 años. Un hombre formado en la Compañía de Jesús. Autor de más de 120 libros, concertista, matemático, maestro espiritual…
Un hombre del Renacimiento.
Sí. Y que, a sus 92 años, vive en Madrid en El Viso. Os gustaría entrevistarlo.
Un día, en una prologada conversación sobre alguno de los libros, trajo a la cita al premio Nobel español, bastante recordado hoy, me refiero a Juan Ramón Jiménez. Se le atribuye esta oración, quien, dicen, que tenía una plegaria laica matinal, que decía: «Líbrame de las adherencias del pasado y de las tensiones del futuro. Que el día de hoy, sea sólo hoy».
Con todo lo que quiere decir ese «sólo hoy».
El padre Vallés dice: «me voy a permitir una descripción cristiana de lo de Juan Ramón Jiménez; ‘Señor, pongo mi pasado a tu misericordia, mi futuro a tu providencia y que el día de hoy, sea sólo hoy'».
Me puse a estudiar sobre el tema del hoy. Hay muchos libros new age sobre el tema. Sin embargo, la religiones abrahámicas, universales, tienen en el sentido del presente una dimensión distinta. Por ejemplo, nada más conocido que la oración del «Padre nuestro». Dice: «el pan nuestro de «cada día» dánoslo hoy…»
Pero, también los de Alcohólicos Anónimos tienen en su estructura vital la salida del alcoholismo en un triunfo en lo cotidiano. Y dicen y afirman: «sólo por hoy». Aquél que vence la batalla de ese día de abstinencia y de sobriedad y suma los «hoy», puede tener un camino a la recuperación muy favorable.
Ya lo decía el Evangelio: «Todos los días tienen su propio afán».
Incluso, algunos podrían pensar que solo centrarse en el presente, nos evita los miedos del futuro y las responsabilidades del pasado. Y nos hace ser un poco más irresponsables. Pero no es esa la tesis del libro.
No. Todo lo contrario. Lo primero es que hay una certeza para todos y es, que todos disponemos del hoy. Que cada mañana nos levantamos con una cantidad de horas y minutos para disponer, ya seamos enfermos, sanos, ricos o pobres. Y en el fin de las certidumbres, lo único que garantiza su vigencia es el hoy.
Ésto, suena como una verdad muy sencilla. Pero hay grandes interrogantes frente al futuro y, estamos, como decía Juan Ramón Jiménez, en las adherencias con el pasado y en las tensiones con el futuro. Y el hoy, se nos evapora.
Hay muchas promesas en la mercadotecnia, en el márketing, en la publicidad… Muchas promesas de que el hoy tenga otro significado. O que pase rápidamente, o que nos deje sus huellas. Pero la suma de cada día es lo que nos puede dar una vida en plenitud, donde el hombre interior, el ser interior madure, crezca y disfrute de esta democrática situación.
Y cómo casa el vivir el hoy intensamente con ese sentido de trascendencia que tenemos todos y que las personas de fe desarrollamos, si cabe, con más fuerza.
Pienso que lo más parecido a la trascendencia es el hoy. Y que como somos hoy, seremos mañana. Que esta vida un día acabará, la vida humana del sentir-palpar-oler, para ingresar en una vida trascendente que tendrá que ver con lo que hagamos hoy.
Yo no lo veo como algo contradictorio, todo lo contrario: los hombres y las mujeres de fe, son personas que disfrutan mucho del cada día, confiados en el buen Señor que dice: «No dará mi pie a resbaladero, ni se duerme el que me guarda. El Señor es mi guardador».
Solamente teniendo esa seguridad en el presente, podremos llevar esa vida tan compleja e intensa como la de hoy.
¿Y la responsabilidad de construir el futuro, de pensar en las generaciones posteriores, de cuidar el planeta? ¿Cómo se casa ese pensamiento de vivir intensamente el hoy pero teniendo esto en cuenta?
Las personas que construyen el hoy, construyen el futuro. Hace pocos días entrevisté en televisión a un ecologista y biólogo, el padre Agosta. Él, hablando de estas dicotomías con «nuestra casa» el medio ambiente, pensando en la encíclica Laudato si’… El tema es, que cuando uno tiene conciencia del hoy, tiene conciencia de finitud. De que uno no es tanto.
Aquél mensaje del edén, para mí, sigue vigente: «Seréis como Dios, conociendo el bien y el mal». Ésto, va en contra de la perpetuidad, de la heredad. Y, «el problema que tiene hoy nuestra casa la Tierra -dice Agosta-, es que la Tierra es finita en recursos. Hay una determinada cantidad de aves, de árboles, de agua… Pero hay una ambición, una codicia y una desmesura, infinita».
Este desajuste de creernos como dioses y disponer de algo que se pensaba era infinito, plantea una necesidad de encuadrarnos en lo que tenemos. Hemos sido llamados a vivir el presente. Porque vivir el presente, es referir al pasado: tenemos un ombligo que dice que de alguien venimos. Y también, es ir al futuro con la elegancia y la solvencia de alguien que ha sabido administrar bien esta oportunidad.
Hablas, en tu otro libro, de alguien que supo disfrutar mucho del hoy, del día a día, con esa alegría a través de las páginas del Evangelio. Pero también se rebelaba ante las injusticias y ante las indignidades. Tú, lo titulas «Jesús, el primer indignado». Me gusta muchísimo la imagen de las sandalias de la portada. ¿Cómo estaría hoy Jesús, en este mundo? ¿Seguiría indignado?
Pienso que más que antes. Porque yo le he puesto el indignado, pero vinculado a la no dignidad con la que Cristo veía el maltrato al templo. Echa a los mercaderes y a los usureros. A los que se lucraban sin piedad con la bondad y la entrega de aquellos donantes que venían a la casa del Señor. Cristo se enoja y dice: «Han hecho, de la casa de mi Padre, casa de mercado, cueva de ladrones».
Hoy, los ladrones usan trajes italianos y tienen grandes automóviles. En parte, son envidiados y reconocidos por muchos. Como dice aquél dicho español, tan antiguo: «tanto tienes, tanto vales».
Creo en la indignación de Cristo con esta cultura economicista tan sofisticada, tan sobrevalorada, que se aleja del hoy porque el tener nos hace la ilusión de que seremos eternos. El Señor está enojado con un mundo que invisibiliza a los que más necesitan, de tanto recurso y de tanta injusticia. El Evangelio propone desprendimiento, mirar al otro; «Por cuanto por uno lo hacen, por mí lo hacen», mientras que la sociedad laica, materialista y secularizada está muy alejada de este planteamiento del Señor, que era honrar lo sagrado.
Lo sagrado, no era solamente el templo. Lo sagrado es la Tierra, el compromiso con el otro, la amistad verdadera. Es, que mil gramos sean un kilo. Que la vida sea justa y digna de ser vivida, que no sea para pocos. No puede ser que la mitad del dinero del mundo esté en manos de seis o siete personas cuando hay cantidades aquí en España, en América Latina, y en África ni te cuento, de gente necesitada. Donde las carencias son extremas.
Creo que la indignación de Cristo se manifiesta hoy porque él ha resucitado y vive y reina a través de hombres y mujeres piadosas, que le sirven. Porque, ahí la Iglesia, está presente; está en los campos de refugiados, en los hospitales, en los orfanatos…
Pero no se vende bien.
No se difunde bien. A veces, de la Iglesia se ve solamente una versión oscura. Pero no la Iglesia real. Hay una frase, que me gusta mucho, de Felipe González, que decía allá, en los 80: «La realidad pública, es la realidad publicada». La realidad pública, es que la Iglesia está presente en su silencio cotidiano, en confesionarios, en colegios…, en tantos lugares.
¿Tiene futuro, este Jesús indignado, en una sociedad que va por otro lado?
A mí me parece que sí, aunque aparentemente los reinos, pareciera que estén en manos de otros. Pero, en lo personal, yo creo en un regreso, en un avivamiento aunque sea en pequeñas cosas; lo veo en el reciclado, en el cuidado de la Creación. Y me gusta mucho una frase del poeta chileno Víctor Jara que dice: «Una gota, con ser poco, de pronto se hace aguacero».
Las manifestaciones de Dios se dan; la gracia sobreabunda. Y en lo que, aparentemente es un silencio divino, en la práctica nos convoca no a la opresión, sino la esperanza. Que Cristo ha resucitado es sintomático. Los que están en Cristo nuevas criaturas son, tienen misericordia y necesidad del otro. Tal vez tengamos que ser sinceros. Como decía el Evangelio: «No todo el que me dice Señor, Señor…»
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