Aquel hombre que no se movía, que no corría, que estaba inmóvil y como ausente en medio del caos y del pánico de aquella situación de muerte, mostraba, o más bien era, la imagen de la desesperación y de la desolación
(Josep Miquel Bausset).- Por la rapidez de les imágenes que pude ver por TV3, no pude identificar si era la calle de la Portaferrissa, la de Sant Pau o la de la Boqueria o quizás también pudo ser el pasaje Amadeu Bagués, o puede que fuese otra vía, todas ellas que conducen a la Rambla, donde el jueves 17 tuvo lugar un atentado terrorista.
La imagen que me impresionó fue la de las carreras de la gente, aterrorizada por el atropello de una furgoneta que sembró la muerte y el miedo en pleno centro de Barcelona. La tragedia y la barbarie del terrorismo se hizo presente de nuevo en el centro de la Ciudad Condal, como en el 19 de junio de 1987 con el atentado en Hipercor o con el asesinato del exministro Ernest Lluch el 21 de noviembre de 2000 o antes, el 29 de mayo de 1991 con la matanza en la casa cuartel de la Guardia Civil de Vic y con otros tantos brotes de violencia y de odio.
Pero a parte de esta imagen dantesca de muerte y de miedo, mientras la gente corría asustada, me impactó también la presencia de un hombre sentado en el suelo, inmóvil, ajeno a todo lo que pasaba, pidiendo limosna en alguna de las calles que he citado antes. Con las manos tapándose la cabeza, posiblemente por la vergüenza que supone haber de pedir una ayuda a los que pasaban por allí, con un plato o con una gorra delante de él para recoger las monedas que deja la gente, aquel hombre estaba sentado con una actitud indiferente a la situación de miedo y al drama de las personas muertas o heridas esparcidas por la Rambla.
Aquel hombre que no se movía, que no corría, que estaba inmóvil y como ausente en medio del caos y del pánico de aquella situación de muerte, mostraba, o más bien era, la imagen de la desesperación y de la desolación. La imagen de aquel mendigo era la de una persona que no tiene nada que perder debido a su situación marginal provocada por la pobreza. I por eso aquel hombre, sumido en su desesperación y en su marginación, no corría ni huía, ni tan siquiera se movió del lugar donde estaba sentado, posiblemente el mismo que ocupa cada día, por el hecho que nada de lo que pasara (incluso su muerte) no podía empeorar su vida.
Cuando una persona, para poder vivir, está a merced de la limosna de los que pasan delante de ella, cuando un hombre está tan desesperado por su situación económica, deja de tener miedo, ya que la desesperación se ha instalado en su corazón y en su vida. Seguramente aquel hombre pensaba que su posible muerte no podía ser peor que la vida que llevaba, una vida hecha de precariedad, de fragilidad y de desamparo y que le dejaba sentado en la calle pidiendo limosna. Por eso aquel hombre ni se movió de su lugar, ni tan solo se levantó del suelo, mientras la gente, delante de él, corría presa por el pánico.
La maldita pobreza que sufren tantos hombres, mujeres y niños, degrada la vida de estas personas. Incluso les anestesia o las adormece, ya que debido a la situación económica de estos seres humanos, los deja como en estado vegetativo, sin ilusión, sin fuerzas ni tan siquiera para correr, para huir de la muerte. Y es que la vida de estas personas, castigadas por la crisis y frecuentemente abandonadas por los suyos, ya es como una muerte avanzada.
Rescatar y ayudar a las víctimas del atentado es un trabajo que nos concierne a todos. Pero rescatar a la gente de la calle que ya ni tiene fuerzas para correr, para huir de la muerte, también es trabajo de todos. Solo así, no dejando a nadie de lado, en la cuneta, haremos un mundo más fraterno y más humano. La globalización de la indiferencia, como nos alerta el papa Francisco, provoca casos como éste: un hombre que pedía limosna, ya ni tiene coraje (ni miedo) para salir corriendo de aquel infierno que fue la Rambla el 17 de agosto de 2017, debido a que la vida de aquel mendigo ya estaba más muerta que viva.
Ciertamente que me impactó la imagen de aquel hombre pidiendo limosna, sentado en el suelo, inmóvil y sin fuerzas para huir, y que era la imagen de la desesperación y de la desolación. Pero al mismo tiempo también me impactó la indiferencia de los que corrían por aquella calle, insensibles a las necesidades de aquel mendigo, y que pasaban de largo delante de él sin que nadie lo ayudara a levantarlo y a sacarlo de aquel avispero de muerte y de odio.