Antonio Aradillas

«Por Dios, por la patria y el rey…»

La politización de los santos y de lo "santo" es, y seguirá siendo, blasfema

"Por Dios, por la patria y el rey..."
Antonio Aradillas, columnista

Tampoco tiene santos-santas lo que llamamos "política" o "ciencia y arte de gobernar y dictar leyes y reglamentos para mantener la tranquilidad y seguridad de un Estado en sus asuntos internos y exteriores"

(Antonio Aradillas).- Y el cántico, tan patriótico como religioso, proseguía, y prosigue, enardecedoramente hacia la consecución de la meta de que ni es, ni será, otra, que como «habían luchado nuestros padres, lucharemos nosotros también», lo que llevaba necesariamente consigo muerte-sacrificio propio y ajeno y ¡caiga quien caiga¡

Los conceptos «Dios», «patria, «rey», sacrificio», «muerte», «religión» y otros más, precisan de urgente y profunda reflexión a la luz de la teología, de la doctrina y de la ética y moral evangélicamente cristiana. Con definiciones como las que fuimos, educados,,, y educamos, en la fe, la solución y el compromiso tendrán que seguir los dictados del «ardor guerreo» más generoso. Los recientes y dramáticos acontecimientos registrados, y registrables, en Cataluña, y en cualquier lugar del mundo sugieren y demandan reflexiones como estas:

. Sacrificio personal o colectivo, incluida la muerte, peregrinan de continuo, y hasta sus últimas consecuencias, con el Dios de los catecismos y prédicas, aún a sabiendas de que su idea y perfiles tuvieron poco, o nada, que ver con cuanto registran y adoctrinan los santos evangelios. Los atributos de Dios Padre-Madre, misericordioso, salvador y redentor siempre y de todos, son los que lo identifican sempiterna y substancialmente al margen de interesadas apreciaciones humanas.

. Dios no nos quiere muertos. Nos quiere vivos y procreadores de vida y de resurrección. Las religiones en general, también la cristiana, fueron y son fraudulentamente administradas por sus respectivos gestores y por quienes viven de ella, por lo que el temor a la muerte, y más si esta es eterna, acompañara la exposición doctrinal de sus principios y dogmas. En este contesto, el mismo planteamiento del martirio y de la aceptación de la muerte, como expresión del amor infinito de Dios, requiere reflexión teológica profunda, sin tener exclusiva o fundamentalmente en cuenta las aportaciones propias de la «leyenda áurea».

. «Morir por la patria» exige nada menos que la deificación de un territorio concreto sometido necesariamente a multitud de cambios políticos de por sí mutantes e inciertos, en los ámbitos gloriosos de la globalización en la que hoy se vive con acreditada perspectiva de acrecentamiento y substantividad. La parcelación del territorio común, no parece ser tarea sagrada, sino todo lo contrario.

. Tan próximo e inexcusable futuro tampoco parece favorecer la divinización de los regímenes políticos al uso, y menos, a los que la genealogía y la antidemocracia sean sistemas apropiados o, al menos, en mayor proporción, del reparto de los bienes a favor de los pobres o los más necesitados.

. Cantar, vivir e intentar llevar a la práctica las aspiraciones de entregar la vida -morir- «por Dios, por la patria y el rey», carece de consistencia religiosa, con la seguridad de ser interpretado el canto literalmente como una añagaza más para conservar el «orden establecido» a favor de los poderosos, también de los revestidos de ornamentos talares.

. Oportunas y bien venidas sean también las condenaciones episcopales, con ocasión de que al grito de «Alá es grande», las máquinas trituradoras hayan segado montones de vidas humanas, ni siquiera con el anterior reconocimiento de ser estas de «fieles» o de «infieles», en relación con las convicciones islámicas. Es de lamentar, no obstante, que a la autocrítica no se le haya reservado lugar alguno, ni cristiano, ni islamista, ni de otros líderes religiosos, para haberse hecho activamente presente entre tanta, sangre, irracionalidad y odio.

. Es posible que piensen algunos, aún entre los cristianos, que las referidas condenaciones hubieran matizado el recuerdo y la constatación histórica de que hubo tiempos -con Cruzadas e Inquisición, o sin ellas- en los que la doctrina y los convencimientos cristianísimos de entonces justificaban los procedimientos idénticos a los que ahora lamentamos. El dato de que eran otros tiempos, y escasos los índices culturales de sus protagonistas, jamás será excusa tranquilizadora. Tampoco lo sería la influencia decisiva, «en el nombre de Dios», de acérrimos, indoctos y asilvestrados «consejeros» espirituales e imanes.

. Resultaría tal vez provechoso para unos y otros, que, exentos de prejuicios ideológicos o culturales en general, se estudiaron los serviles emparejamientos existentes entre los gritos de «¡Alá- Dios- es grande¡», y los de «¡morir por Dios, por la patria y el rey¡»

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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