¿Puede ser el perdón el camino para la paz? Gandhi decía: "No hay un camino para la paz. La paz es el camino". También hubiese podido decir: no hay un camino para el perdón, el perdón es el camino que nos lleva a la paz. ¿Pero como vivir el perdón?
(Josep Miquel Bausset osb).- «Si no abandonamos enemistades y odios y no construimos pactos firmes y honestos por lo que respecta a la paz, la humanidad se verá abocada a la muerte». De esta manera nos exhorta, todavía hoy, la Constitución «Gaudium et spes» del Concilio Vaticano II, para construir caminos de paz.
He recordado este texto del Concilio, debido a los atentados de hace unos días en Barcelona y en Cambrils.
¿Puede ser el perdón el camino para la paz? Gandhi decía: «No hay un camino para la paz. La paz es el camino». También hubiese podido decir: no hay un camino para el perdón, el perdón es el camino que nos lleva a la paz. ¿Pero como vivir el perdón?
El 28 de febrero de 2016 salió de la cárcel de Zaballa, en Álava, José Luis Urrusolo Sistiaga, exjefe de ETA que ordenó el asesinato del profesor valenciano Manuel Broseta, el 15 de enero de 1992 y que también participó en el comando Ekaitz, en la muerte de otros siete valencianos más. Acogido a la vía Nanclares, para los presos que rechazaran la violencia, Urrusolo salió de la cárcel después de cumplir su condena.
Tres meses después de abandonar la prisión, José Luis Urrusolo lamentaba la muerte del profesor Broseta y declaraba: «Siento el dolor causado a las víctimas. Fue una brutalidad utilizar la violencia». También Arnaldo Otegui reconocía el dolor que ETA causó con sus atentados.
Ya hace tiempo, algunas víctimas de ETA se pronunciaron sobre la violencia y el perdón. Si por una parte, Mª Carmen Hernández, viuda de un concejal del PP de Durango decía: «Yo ya he perdonado, creo en el arrepentimiento y en la reinserción», por otra, Mari Mar Blanco, hermana del concejal Miguel Ángel Blanco, afirmaba: «nunca apelaré a la reconciliación». También el exministro Enrique Múgica estaba en la línea de Mª Mar Blanco, ya que decía que «en contra de las declaraciones convencionales que se hacen, yo quiero decir bien claro a los asesinos de mi hermano, que ni perdono ni olvido».
Por el contrario, Rosa Lluch, hija del político i exministro Ernest Lluch hace unos años hizo estas declaraciones sobre el final del terrorismo de ETA: «Es un momento histórico que se ha de administrar con generosidad. Todo esto se ha de resolver ahora. Mi padre estaba a favor del diálogo. Por eso habrán cosas que no me gustarán, pero mirando al futuro hemos de ser generosos». Y aún, la joven Irene Villa, víctima de un atentado de ETA, afirmaba: «La generosidad se encuentra cuando perdonas a los terroristas, cuando te quieres reconciliar».
Ya el papa Juan Pablo II, en Asís, el 2002, proclamó el Decálogo por la paz, donde se condenaba la violencia y el terrorismo y se instaba a promover la cultura del diálogo y a «perdonarnos mutuamente, para vencer el odio y la violencia». Es esto lo que hizo el sacerdote Jesús Garitaonandia, rector de la basílica de Begoña, apaleado el 1970 por el grupo de ultraderecha, Guerrilleros de Cristo Rey, y que declaraba hace unos años: «Hemos de avanzar en la reconciliación de nuestra sociedad y reconocer y asistir a todas las víctimas. Reconocer el dolor causado y ayudar a sanar las heridas personales y sociales». Y añadía aún: «ni la patria, ni el poder, ni el Estado, ni la Iglesia son más importantes que un ser humano». Por eso, también el lendakari Íñigo Urkullu, hace un año, pedía perdón por el trato dado a las víctimas de ETA.
En el camino hacia la paz, también en estos atentados de Barcelona y de Cambrils, es necesario el perdón, incluso heroico, como lo vivió Kim Phuc, la niña del napalm, quemada por las bombas que cayeron en Vietnam el 8 de junio de 1972 e inmortalizada en la fotografía de Nick Üt. Años más tarde la gente no comprendió que el 1992, Kim se casara con un comunista del Vietkong. Pero todavía comprendieron menos que el 1996, Kim Phuc abrazara y perdonara a John Plummer, el piloto que lanzó las bombas aquel 8 de junio y que quemaron el cuerpo de la pequeña.
También es impactante el ejemplo de Alfons Cànovas, que abrazó a Rosina Costa. El padre de Rosina, Luigi Costa, fue uno de los aviadores que con las bombas que tiró sobre Barcelona durante la guerra civil española, mató al padre de Alfons Cànovas, un ataque donde murieron más de 2000 barceloneses.
Otro ejemplo de perdón fue el paso que hicieron algunas de las víctimas del GAL y de ETA. Concretamente, Luis Carrasco, el asesino del exgobernador socialista Juan Mª Jauregi, se encontró con Maixabel Lasa, viuda de Jauregi, en un encuentro donde los dos pudieron hablar y mirarse a los ojos, para así superar la violencia y el deseo de venganza.
Cabe recordar que uno de los etarras más sanguinarios, Iñaki Rekarte, después de pagar con la cárcel los crímenes que cometió, escribió el libro: «Lo más difícil es perdonarse a uno mismo». Y es que el perdón revela la generosidad más grande, tanto hacia los otros como también hacia uno mismo. Como dijo el periodista Xevi Sala en relación al perdón, «pedirlo nos hace más valientes y darlo nos hace más fuertes»
En este camino hacia una paz fundamentada en la reconciliación, Mark Twain, gran defensor de la abolición de la esclavitud, fue testimonio de escenas de perdón que le impactaron. Le llamó la atención lo que dijo un esclavo acabado de liberar: «El perdón es el olor que hace la flor, una vez se levanta la suela del zapato que la ha pisoteado». Nuestro mundo, también después de los atentados en Barcelona y en Cambrils, a pesar que la flor ha sido pisoteada sin miramiento tantas veces, también hace olor de libertad cuando hacemos la experiencia del perdón.
Por eso los cristianos (y también todos los hombres y las mujeres con un corazón lleno de humanidad) hemos de ser pacíficos y pacificadores, para construir un mundo más humano, alejado de la violencia, de les rencores, de la venganza y del odio. Y es que perdonar, es no bloquear ni el presente ni el futuro. Por eso no es extraño que los psicólogos hablen del perdón como un instrumento para sanar las heridas del corazón.
Ana Arendt reconocía en Jesús el «lugar del perdón», ya que es el perdón «el que tiene el poder de romper el círculo de la venganza». Según Arendt, discípula de Heidegger, «el perdón actúa siempre de nuevo» porque expresa «la voluntad de cambiar i de recomenzar siempre». Por eso el teólogo Josefa Andoni Pagola, nos invita al perdón, ya que la negación de él «nos parece la reacción más normal e incluso la más digna ante la ofensa, la humillación o la injusticia. Pero no es eso lo que humaniza el mundo. Una pareja sin comprensión mutua se destruye. Una familia sin perdón es un infierno. Una sociedad sin compasión es inhumana».
Después de los atentados de Barcelona i Cambrils, hace falta que recordemos la carta que (después del asesinato de su mujer) escribió Antoine Leiris, «No tendréis mi odio» y que pongamos en práctica aquel apotegma de los padres del desierto cuando decían: «Tu amor será como el de Dios cuando en tu corazón hayas perdonado a tu hermano incluso antes que él te pida perdón».
Solo con el perdón, evitando la xenofobia y el racismo, construiremos el camino que nos llevará a la paz, a una paz que se ha de fundamentar en la generosidad, la reconciliación, el respeto al otro y el dialogo. Y también en la educación y en la integración de los jóvenes que, aunque nacidos aquí, todavía no se sienten de aquí.
El perdón ha sido el ejemplo que nos enseñaron Yitzhak Rabin y Yasser Arafat, o Nelson Mandela y Frederik De Klerk o la reina Isabel de Inglaterra y Martin Mc Guinness.