Soy amigo de Don Carlos, porque la amistad nace y, si se cuida, crece y esponja el corazón. Y porque los amigos se eligen
(José Manuel Vidal).- Soy amigo del cardenal Osoro. O, mejor dicho, me honra con su amistad, desde sus tiempos de joven prelado de mi diócesis de Ourense, en la que, según su propia confesión, aprendió a ser obispo. Y, además, me consta que dejó huella tanto en sacerdotes como en fieles. Desde entonces, hemos mantenido la conexión afectiva ininterrumpida. A veces, en la distancia. Otras, en la cercanía.
Soy amigo de Don Carlos y le estaré eternamente agradecido, porque, en los tiempos duros del invierno eclesial, cuando el cardenal Rouco imponía en España su santa voluntad, dio la cara por nosotros y defendió la sacrosanta libertad de expresión de Religion Digital, a la que algunos querían silenciar. Cuando Rouco y Camino porhibían a obispos y hasta a directores de los secretariados entrar en contacto con RD. Oponerse a esa consigna, en aquella época, era poco menos que heróico. Osoro lo hizo y pagó el precio de varios disgustos y algún que otro intento (torpe) de zancadilla intraeclesiástica.
Soy amigo de Don Carlos, porque no tuvo empacho alguno en subirse rápidamente al carro de Francisco y remar en su misma dirección, intentando poner la archidiocesis de Madrid a la hora de Roma. Me encantan los obispos francisquistas y me disgustan los antifrancisquistas o los que, simplemente, están agachados y agazapados, esperando que pase (cuanto antes) la ‘primavera’ de Francisco.
Soy amigo de Don Carlos, porque la amistad nace y, si se cuida, crece y esponja el corazón. Y porque los amigos se eligen.
Una amistad que nunca hemos perdido ni vamos a perder. Aunque algunos quisieron sembrar cizaña en nuestra relación tras las últimas elecciones en la Conferencia episcopal, donde Don Carlos dejó de ser vicepresidente y fue reemplazado en el cargo por Antonio Cañizares.
Alguien (con evidente mala intención) trató de convencerlo de que había perdido la vicepresidencia por culpa de un artículo mío sobre Cañizares, publicado unos días antes, en el que rompía una lanza a favor del arzobispo de Valencia y en contra del cliché sedimentado del ‘cardenal de la capa magna’.
No picó el anzuelo Don Carlos y pronto se dio cuenta de que lo que realmente pasó en las elecciones de la CEE fue que los obispos más conservadores formaron lobby (bien engrasado y conjuntado), se presentaron con un plan preestablecido a las elecciones y, con su estrategia, ganaron muchos puestos. Y con sus votos le dieron a Francisco una ‘patada’ en el trasero de Osoro. Así de ruín, pero así de real.
Tampoco se va a romper nuestra amistad ahora, tras la publicación en RD de una carta del misionero Christopher Hartley, en apoyo de Santiago Martín, y poniendo a caer de un burro al arzobispo de Madrid. Una carta que, a mi juicio y tal como le dije en correo privado a su propio autor, se califica por sí sola, con las descalificaciones de trazo grueso que hace del Islam, de los musulmanes, de las alcaldesas de Madrid y Barcelona o del arzobispo de Madrid.
Christopher es un misionero de raza (primero en USA, después en Santo Domingo y, ahora, en Etiopía), pero que siempre estuvo y sigue estando profundamente alineado con el sector más conservador y ‘talibanizado’ del clero español. En la línea de Santiago Martín y de algunos otros curas que, un día sí y otro también, destripan la labor de Francisco y le atacan abiertamente, acusándolo de sembrar «la confusión y la ambigüedad» en la Iglesia.
A pesar de estos pesares, la carta abierta de Hartley es noticia y, por eso, la publicamos en RD. Sin que eso quiera decir que RD se vaya a mover lo más mínimo de su amistad con el cardenal Osoro y de su apoyo sin fisuras al Papa Francisco. La pluralidad y el pluralismo informativo se demuestra con hechos.
Tengo el enorme privilegio de dirigir (desde hace ya 18 años) un medio de comunicación e información religiosa, que se ha convertido en referente en el mundo de habla hispana, con más de cinco millones de visitas mensuales, saneado económicamente y con excelente predicamento tanto en Roma como en muchas curias de España y Latinoamérica. Ya no somos los ‘herejes’ ni los ‘apestados’, a los que había que negar el pan y la sal por todos los medios lícitos e ilícitos. Ahora, vamos en el mismo carro de Francisco a misa.
Este privilegio de dirigir un importante medio de comunicación también hace recaer sobre mis hombros y los de mi equipo una gran responsabilidad. Tanto a la hora de seleccionar (informar es seleccionar) la información, como a la hora de poner el foco informativo sobre temas y personajes. Y les confieso que, a menudo, no es nada fácil. En esta tarea puedo cometer errores y los he cometido, pero siempre he intentado salvaguardar el pluralismo informativo. Por eso, como periodista e informador religioso, tengo la conciencia muy tranquila.
Aunque la opción por el interés informativo y el pluralismo exija, a veces, dar cancha a textos de los ‘enemigos’ del Papa o del arzobispo de Madrid. Textos que retratan a los que los escriben y que no van a empañar mi amistad, sincera y leal, con Osoro. Seguimos remando, Don Carlos.
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