Antonio Aradillas

La nota de la ‘Tarraconense’

"No puede ser ni más fría, ni más aséptica y 'política'"

La nota de la 'Tarraconense'
Antonio Aradillas, columnista

¿Por qué no hablan ya, de verdad, e inteligiblemente, los obispos catalanes y los del resto de España, miembros de la Conferencia Episcopal?

(Antonio Aradillas).- Aún con la satisfacción y el razonamiento fronterizos de que «nunca es tarde si la dicha es buena», por fin, y gracias sean das a Dios, a la Virgen de Monserrat y posiblemente a san Jorge, los obispos de la Conferencia Tarraconense publicaron una «nota oficial.

Una nota de la que destaco lo siguiente :«Momento delicado»; «La Iglesia fomentará siempre el uso de procedimientos pacíficos, cívicos y democráticos», y contribuirá a «crear espacios de libertad, fraternidad y paz», por lo que «anima a todos, especialmente a los laicos cristianos, a ser responsables y a comprometerse en la vida pública «. Termina la susodicha nota con el manifiesto de que «la sensatez y el deseo de ser justos y fraternos nos ayude a todos.»

La nota no puede ser ni más fría, ni más aséptica y «política». y ni menos cristiana y descomprometida. Abundan en ella los «lugares comunes», y lo mismo «sirve para un roto, que para un descosido», pudiendo firmarla los agnósticos que los ateos. Lo que destaca por encima de todo es que los obispos animen expresamente a los laicos a comprometerse, con la implícita intención de que, a ellos, por obispos, tan solo les compete aconsejar, estar atentos a «verlas venir» y «a ver lo que pasa».

Con «notas oficiales» como estas, no se educa y orienta a la gente y menos «en» y «desde» la Iglesia. Así no se dialoga. Las notas no forman parte de la educación de la fe, ni de conversación alguna. Ellas no albergan palabras. Ni proceden, ni emanan. ni llevan al entendimiento. Estas notas no son, ni contienen «palabras de Dios». Hay quienes piensan que, a los obispos, y en general, a la Iglesia, les hubiera sido preferible y «rentable» haber prolongado su «sospechoso» silencio.

Causa sonrojo y vergüenza que los abades de Poblet y de Monserrat se limiten «con humildad, a reclamarles a Rajoy y a Puigdemont, prudencia y responsabilidad», en igualdad de condiciones y responsabilidades». Con tan «santo», injusto e hipócrita «equilibrio» ha de resultar difícil, imposible, seguir manteniendo sus abadías respectivas en reductos de fe, devoción y piedad.

Expuesto, y dado a conocer en su día, más o menos oficialmente el pensamiento pro- soberanista de los componentes de la Conferencia Episcopal Tarraconense, y de los abades «mitrados», y a la vista de las más recientes y preocupantes noticias, la voz -palabra de Dios- ha de pronunciarse y vivirse en conformidad con criterios y argumentos elementalmente cívicos y cristianos. El pueblo de Dios no sabe a qué atenerse y si ha de votar o no, y si quienes impiden o favorecen «ejercer» tan sagrada función democrática, son «los buenos» o «los malos», según Dios, y no en conformidad con eslóganes políticos cambiantes e interesados.

¿Por qué no hablan ya, de verdad, e inteligiblemente, los obispos catalanes y los del resto de España, miembros de la Conferencia Episcopal? ¿Acaso unos y otros, y también los laicos, no somos todos catalanes, a la vez, y en la misma proporción cívica y eclesial, que españoles? ¿Es que resultaría reprobable para algunos la defensa, a pecho descubierto, de leyes tan fundamentales como la Constitución y el Estatuto, democráticamente votadas por todos, en tiempos de bonanza y entendimiento políticos?¿Acaso el voto de castidad respecto a la democracia, tal y como se impone y practica canónicamente en la Iglesia, imposibilita para el adoctrinamiento de este sistema de gerencia política?

¡Señores obispos, hablen de una santa vez, pero no con «notas oficiales», sino con entrevistas televisivas y manifestaciones, sin temor a las censuras eclesiásticas o civiles, pero siempre con el ejemplo, con ponderación, con audacia y con evangelio! Háganlo adoctrinados con el consejo del sabio que advierte que «tus palabras siempre han de ser dulces, por si tienes que comértelas algún día». El obispo es lo que es su palabra. Es, por teología, palabra. Palabra de Dios. Sin palabras ni se es ni se ejerce de obispo. Palabra que crea y re-crea.: «Dijo Dios: haya luz y la hubo». Palabra que salva y redime: «En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios y la Palabra era Dios».

Obispos sin palabras -en latín, en español o en lenguas vernáculas-, han de jubilarse lo antes posible. Más que la mitra, el anillo, el báculo, las capas magnas y los ornamentos sagrados, lo que de verdad les confiere lugar y título en el listado del Episcopologio, por tarraconense y «primado» que sea, es la palabra. Y esta -la palabra- jamás podrá albergarse en una «nota», por muy oficial e indulgenciada que sea.

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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