El realismo sin el simbolismo es mera letra o literalismo sin alma o espíritu, mientras que el idealismo sin el realismo es pura ficción o ficcionalismo
(Andrés Ortiz-Osés).- Una auténtica propuesta española proyectaría un realismo idealista, tal y como se desprende de nuestro Don Quijote, el héroe idealista contrarrestado por el realismo antiheroico de Sancho. El mero realismo nos lleva al sanchopancismo, el puro idealismo nos conduce al irrealismo. Cervantes parece anudar realismo e idealismo, hasta el punto de que en su novelón Sancho se idealiza un tanto, mientras que don Quijote se hace más realista finalmente.
Nuestros antepasados más conservadores propugnaban un tradicional realismo español, cuya expresión resultaba ser un pensamiento acrítico, frente al cual nuestros antepasados menos conservadores defendían un realismo crítico, y los más radicales un surrealismo subversor. Por nuestra parte, proponemos aquí un real-idealismo o un ideal-realismo, o sea, un realismo idealista y un idealismo realista. Podemos traducirlo hoy en día como la defensa de un realismo no literal sino simbólico. Pues el realismo sin el simbolismo es mera letra o literalismo sin alma o espíritu, mientras que el idealismo sin el realismo es pura ficción o ficcionalismo. El simbolismo añade a la realidad una apertura significativa de transrealidad, un horizonte de sentido; el realismo añade al simbolismo un límite o tope inmanente a su trascendencia.
El realismo simbólico sería nuestra propuesta española y humana en general, la cual evita la simpleza al aportar un doble signo de positividad y negatividad. En efecto, en el realismo simbólico del Quijote se positiviza la belleza femenina ocultada en Dulcinea, pero también se negativiza la gigantomaquia de la realidad inhumana, los molinos cual mecanos de aspas gigantescas. Por lo demás, el arte español verificaría nuestra hipótersis del realismo simbólico español desde el estilo plateresco hasta el modernismo de Gaudí, desde la pintura de Velázquez hasta Dalí, desde las Cantigas galaico-portuguesas hasta G.Lorca y J.R.Jiménez.
En Lope de Vega el realismo del amor revierte simbólicamente en un sabor/saber sapiencial de los contrarios, en Quevedo el simbolismo del amor hace de su realidad una idealidad (polvo enamorado) y en Juan de la Cruz el amor humano simboliza el amor divino. Con Unamuno el español piensa sentimentalmente y siente intelectualmente, como así ocurre en nuestro Ortega y Gasset cuando habla en favor de una razón vital, a la vez objetiva y subjetiva, real e ideal. El propio lenguaje humano es el paradigma de semejante realismo simbólico, por cuanto el lenguaje dice la realidad objetiva subjetivamente y viceversa, lo real idealmente y viceversa.
España ha transitado en su historia real y simbólica o cultural a trompicones, entre un realismo seco o hirsuto y un idealismo o simbolismo fantasmagórico o irreal. El extremo realismo escolástico nos condujo al otro extremo de un idealismo dogmático, mientras que el surrealismo anarco-utópico nos ha llevado a irrealismos violentos. Todo extremismo es un exterminio, incluso la mística puede llevar a mistificaciones. El hombre, todo hombre, se sitúa entre la realidad y el deseo, pero el hombre español parece resituarse políticamente entre el centro o centralismo cerrado y una periferia en fuga. Ahora bien, un auténtico realismo simbólico coafirma a la vez el realismo de la democracia común y el idealismo del simbolismo fratriarcal, ya que el símbolo dice reunión o relación abierta, hermanamiento o mediación frente a toda separación asimbólica o fratricida.
El realismo simbólico es bien reconocible culturalmente en nuestro estilo plateresco, también conocido como estilo español, el cual es una síntesis de gótico nórdico, mudéjar arábigo y renacentismo mediterráneo. Su esplendor en la piedra dorada de Salamanca da cuenta de una impronta española tan elocuente que llega a proyectarse en Hispanoamérica hacia el barroco. Su clave está en la intersección de realismo y figuración, en un diálogo de contrastes entre la prosa y la poesía, en una junción o juntura de acción y pasión, épica y lírica.
El realismo simbólico que defendemos proyecta una épica lírica para España y lo español, así como un sentido común crítico y no acrítico. Se trata de proponer un interlenguaje o lenguaje de ida y vuelta, capaz de poner en comunicación lo incomunicado o excomunicado por unos y otros: de un modo fratricial y no fratricidalmente. Pues los hombres estamos hermanados no solo por nuestra igualdad, sino también por nuestra desigualdad, pues como decía Charles du Bos, esa desigualdad exige precisamente mayor hermandad: para nuestro mutuo apoyo y complementación.