El artículo 155 no soluciona este debate, sino todo lo contrario
(Josep Miquel Bausset).- Desde el País Valenciano he recibido una Carta abierta a toda la ciudadanía, escrita por el Grup de Seglars i Rectors del Dissabte, a propósito del proceso soberanista que vive Cataluña, y después del discurso de apertura de la 110 asamblea de la CEE (celebrada en Madrid del 20 al 24 de noviembre) pronunciado por el presidente de la Conferencia Episcopal Española.
La carta abierta viene como anillo al dedo después de la entrevista del arzobispo de València en el diario El Mundo, donde el cardenal Cañizares descalificaba a los católicos independentistas, hasta el punto de decir que no eran buenos católicos.
La Carta, escrita «desde un perspectiva cristiana, que apuesta por la justicia y la paz, el respeto y la hermandad, la reconciliación y el perdón», manifiesta su preocupación por el resurgimiento «de resentimientos, odios, acosos, violencia y fanatismo» debido a la «cuestión catalana». La Carta también lamenta el hecho inquietante de que el fanatismo sustituya a la argumentación por argumentarios, prejuicios y estereotipos.
Los seglares y los presbíteros exponen en esta Carta la importancia de la solidaridad universal y por eso les «duele profundamente esas actitudes y comportamientos negativos (incluso desde algunos medios de comunicación), ya que impiden crecer en humanidad y construir una sociedad nueva en justicia, libertad, solidaridad y paz».
La Carta expone una reflexión sobre la «cuestión catalana» y el proceso que vive Cataluña.
El primer punto que destaca y que valora esta Carta es «los dinamismos de una gran parte del Pueblo Catalán, que se moviliza pacíficamente para reivindicarse como nación y, por tanto, con derecho a decidir su futuro».
La Carta defiende «la libertad», y se opone «a la violación de los derechos humanos, culturales y políticos». Por eso hace un llamamiento «a la reconciliación mediante la liberación de las personas encarceladas a causa de sus posiciones políticas, el fin de la excepcionalidad y el cese de cualquier tipo de humillación».
Los firmantes de esta Carta defienden que «la opción política a favor de la independencia» como «éticamente aceptable (y compatible con el hecho de ser buena católica o buen católico), aunque no es la única legítima». Los seglares y sacerdotes que firman esta Carta, piden no sacralizar esta opción independentista «frente a otras» y animan a la sociedad a propiciar «un esfuerzo de diálogo y encuentro en un contexto pacífico, democrático y sereno».
La Carta también nos recuerda que «la Iglesia Católica no ha de proponer opciones políticas» ni a favor de la independencia de Cataluña ni poniendo la unidad del estado como dogma. La Iglesia ha de tener una presencia pública pero sin decantarse hacia ninguna de las dos opciones, igualmente válidas y lícitas. Por eso la Carta apoya «el derecho de autodeterminación y la celebración de un referéndum pactado y vinculante», como ha pedido insistentemente el gobierno de la Generalitat de Cataluña y los partidos soberanistas.
La Carta pide al gobierno de España que «busque la forma legal de hacerlo y que plantee las oportunas reformas constitucionales». Los seglares y sacerdotes del País Valenciano también se reafirman en que para que la democracia sea auténtica, «tiene que basarse en la justicia y en la defensa de las personas empobrecidas» y por lo tanto será válida «si afronta los problemas sociales, laborales y económicos desde la centralidad de las excluidas y precarizadas».
La Carta pide igualmente «la despolitización de los debates sobre la lengua» y «un compromiso activo de la Iglesia Valenciana en la construcción de las diferentes realidades nacionales».
Cabe recordar que los obispos de Cataluña, el pasado mes de mayo, pedían que el gobierno del estado oyese las aspiraciones legítimas del pueblo catalán. Por otra parte los diversos documentos del episcopado catalán han reafirmado sucesivamente el carácter nacional de Cataluña y la legitimidad y la validez, siempre que sea por métodos pacíficos, de cualquier opción, tanto si es la independencia como la unidad de España. De hecho, la Doctrina Social de la Iglesia reconoce el derecho de los pueblos a decidir su futuro en libertad, como hicieron todos los países latinoamericanos o Filipinas, entre otros. Si bien los obispos españoles, en su mayoría, apuestan por declarar bien moral la unidad de España, los obispos catalanes solo piden que se oiga la voz de los ciudadanos de Cataluña.
La situación que vive Cataluña me recuerda la que vivió Bélgica el 2008, en el debate entre flamencos y valones sobre la unión o la independencia en Bégica. Los partidarios de la unión reclamaron a los obispos belgas un apoyo público a sus tesis. Pero el cardenal Danneels les dijo: «La separación entre la Iglesia y el estado ha de ser respetada. Los obispos no han de tomar parte a favor de unos o en contra de otros. Los obispos rezarán para que los políticos puedan decidir qué es mejor para Bélgica. Pero no apoyaremos ninguna opción» (Vida Nueva nº 2589, p. 7).
El debate, que ha de ser sereno y libre de prejuicios, como pide esta Carta, ha de ayudar a plantear y a encontrar una solución a esta una cuestión, desde la racionalidad y la libertad, y no con el artículo 155, que no soluciona este debate, sino todo lo contrario. En un referéndum pactado, que habría de hacer realidad el deseo de una gran parte de Cataluña de poder expresar su futuro como pueblo, los obispos españoles habrían de imitar a los belgas y mantenerse neutrales, sin declarar la unidad de España como si fuese un dogma. Habrían de hacer como los obispos catalanes que no se han pronunciado por la independencia, sino que solo han pedido que se oiga la voz del pueblo catalán.
CARTA ABIERTA A TODA LA CIUDADANÍA
Los miembros del Grup de Seglars i Rectors del Dissabte, desde una perspectiva
cristiana, que apuesta por la justicia y la paz, el respeto y la hermandad,
la reconciliación y el perdón, consideramos preocupante el surgimiento, en la sociedad
española, de resentimientos, odios, acosos, violencia y fanatismo a raíz
de «la cuestión catalana». El fanatismo sustituye la argumentación por argumentarios,
prejuicios y estereotipos.
A las personas que creemos en el Dios de la vida, Padre y Madre de todos
los seres humanos que nos llama a vivir la solidaridad universal, nos duele profundamente que se potencie estas actitudes y estos comportamientos negativos
(incluso desde algunos medios de comunicación), ya que impiden crecer en humanidad
y construir una sociedad nueva en justicia, libertad, solidaridad y paz
para todo el mundo.
Con esta convicción y abriéndonos a los signos de los tiempos, consideramos
importante dar a conocer nuestra reflexión sobre esta cuestión.
Valoramos los dinamismos de una gran parte del Pueblo Catalán, que se moviliza
pacíficamente para reivindicarse como nación y, por tanto, con derecho a
decidir su futuro.
Defendemos la libertad, nos oponemos a la violación de los derechos humanos,
culturales y políticos y hacemos una llamada a la reconciliación mediante la
liberación de las personas encarceladas a causa de sus posiciones políticas, el fin
de la excepcionalidad y el cese de cualquier tipo de humillación.
Pensamos que la opción política a favor de la independencia es éticamente
aceptable (y compatible con el hecho de ser «buena católica» o «buen católico»),
aunque no es la única legítima. No sacralizarla frente a otras exige un esfuerzo de
diálogo y encuentro en un contexto pacífico, democrático y sereno.
La Iglesia Católica no ha de proponer opciones políticas. Deseamos su presencia
pública en las iniciativas de promoción activa de la paz, la reconciliación, el
diálogo y la negociación, siempre proponiendo caminos de conversión y perdón.
Apoyamos el derecho de autodeterminación y la celebración de un referéndum
pactado y vinculante. Por eso, pedimos al Gobierno de España que busque
la forma legal de hacerlo y que plantee las oportunas reformas constitucionales.
Para que la democracia sea auténtica tiene que basarse en la justicia y en la
defensa de las personas empobrecidas. Será válida si afronta los problemas sociales,
laborales y económicos desde la centralidad de las excluidas y precarizadas.
Como valencianas y valencianos pedimos la despolitización de los debates
sobre la lengua y un compromiso activo de la Iglesia valenciana en la construcción
de las diferentes realidades nacionales.
Es necesario poner el poder y el derecho al servicio del ser humano con la
confianza de que las personas que renuncian a la violencia poseerán la tierra y
las misericordiosas conseguirán la misericordia.
València, noviembre de 2017
Grup de Seglars i Rectors del Dissabte