Si los administradores del perdón divino se dispensan de pedirlo cuando es obligado hacerlo, la imagen de la institución sale maltrecha y el mensaje de reconciliación que predican se queda sin una prueba de autenticidad punto menos que definitiva
(Ramón Baltar).- En las celebraciones del centenario de su nacimiento personalidades de la Iglesia y de la política han calificado de decisiva la aportación del cardenal Enrique y Tarancón al éxito de la Transición a la democracia. Pero ninguno aprovechó la ocasión para plantar sobre la mesa una cuestión que trae cuenta no soslayar.
Sorprende que durante su presidencia la CEE no se tomara la decisión de pedir perdón al pueblo por la adhesión de la Iglesia al Régimen nacido de la sublevación militar de julio del 36, postura coherente con el programa del papa Pablo VI para alejarla de las malas compañías. Puede descartarse que un hombre tan lúcido como demostró ser don Vicente no apreciara las ventajas de un acto de esa grandeza moral, también que desconfiara del apoyo de la mayoría del episcopado, de la que es arbitrario suponer que aceptara su liderazgo a beneficio de inventario.
No parece descabellado sostener que si los administradores del perdón divino se dispensan de pedirlo cuando es obligado hacerlo, la imagen de la institución sale maltrecha y el mensaje de reconciliación que predican se queda sin una prueba de autenticidad punto menos que definitiva. Mala disculpa es oponer que sus enemigos no le pidieron perdón a la Iglesia por la persecución que sufrió en la Guerra Civil, notada de religiosa sin advertir que al tomar partido por uno de los bandos enfrentados a muerte se ofreció de avalista moral de sus crímenes.
Las conferencias episcopales de los países donde la ICAR colaboró con las dictaduras genocidas o no se opuso a ellas con la fuerza que cumplía, se tragaron la soberbia y solicitaron público perdón de su pecado. La española no está por la labor, lo que convierte a sus miembros en candidatos a plaza numeraria de resistentes tridentinos.
Corresponde a los especialistas en nuestra historia contemporánea encontrar una respuesta a esta intrigante pregunta. Una manera de respetar la memoria del gigante que se gastó en la misión imposible de reconciliar a los españoles.