En respuesta a José Ignacio González Faus, sobre Cataluña

«La diversidad no es un valor más ni un lastre, es la esencia de la condición humana»

"Quizá Lutero no iba tan desencaminado al reaccionar contra la superstición católica"

"La diversidad no es un valor más ni un lastre, es la esencia de la condición humana"
Estatua de Lutero en Wittemberg RD

Se ha plantado la semilla de la regeneración democrática en Catalunya, en España y en la maltrecha y envejecida Europa

(Montserrat Camps Gaset).-  Estimado José Ignacio: Si tengo la osadía de responder a tu artículo es porque siempre he respetado tu nombre y tu prestigio como defensor de las libertades de los oprimidos en Sudamérica y tu voz lúcida contra el capitalismo, y hubiera deseado ver la misma perspicacia en tus apreciaciones aquí y ahora.

No entro en valoraciones del tono ni del lenguaje grosero que utilizas. Me alegra que te dirijas sólo al independentismo y al gobierno catalán: si hablaras con la misma zafiedad del gobierno central, yo ahora llevaría un lazo amarillo por ti (a lo mejor me lo prohibirían), pero me importan más los argumentos de fondo que el tono.

Gracias, en primer lugar, por situar el independentismo catalán al mismo nivel y bando que la Reforma luterana. Hace quinientos años, unos cristianos tuvieron el valor de levantarse contra la corrupción de la iglesia católica. No fueron los primeros, ya antes habían surgido muchas voces discordantes, como la de Francisco, en el siglo XIII, pero el movimiento protestante arrastró a mucha más gente y tuvo más consecuencias. Sin el protestantismo, Europa no sería hoy la que es, para bien y para mal, basta con leer a Max Weber.

Con todos los defectos y errores que quieras, el desarrollo económico de los países del norte y centro de Europa, en primer lugar, y de Norteamérica más tarde, la instrucción de las clases sociales, el realce de las lenguas vernáculas y su gramática…y en nuestro terreno, la lectura de la Biblia, la Palabra al alcance de todo el mundo, las traducciones bíblicas, la exégesis, los fundamentos de la filología, todo esto y más cabe agradecerles. No solo a ellos, es verdad, pero de los protestantes hemos aprendido mucho. Por controvertida y discutible que sea su persona, no sabemos qué cristianismo tendríamos si Lutero no hubiera existido, ni siquiera sabemos si habría cristianismo, pero es seguro que no tendríamos la sociedad que tenemos, ni en Europa ni en América.

Aquí, en cambio, nos tocó la Contrarreforma, en que surgió la orden a que perteneces, el Barroco, la Inquisición, la colonización de América. Todo depende del lugar donde nacemos, somos como somos con nuestra historia. Por esto agradezco que apareciera una reforma protestante. No estaríamos donde estamos sin Lutero, ni sin Müntzer, o Calvino, o Melanchthon. Como tampoco no estaríamos donde estamos sin Servet, un aragonés atacado desde ambos bandos, o sin Giordano Bruno.

Los dos acabaron en la hoguera. Lutero no reaccionó contra el cristianismo, sino contra las indulgencias, la simonía, la idolatría y la venalidad del catolicismo de la época, contra el dominio del poder romano, contra la perversión del evangelio, en defensa del evangelio. Lutero fue un cristiano fiel a los valores del cristianismo, con todos los defectos y el mal genio de los seres humanos, y fue una suerte para Europa y la Iglesia.

Quizá por eso tuvo tantos seguidores, porque un hombre solo, por iluminado que sea, no cambia el mundo si nada hay que cambiar. No sé si los amigos de la CUP se sentirán muy halagados de que los compares con un cristiano, ni que sea un cascarrabias como Müntzer, pero gracias al Pepito Grillo de la CUP no caemos en la autocomplacencia del capitalismo acomodado. La CUP, con todos los errores y exabruptos que se quieran, ha encarnado a menudo la sinceridad evangélica y ha recordado dónde está el pueblo y cuáles son sus necesidades.

Solo por eso merecen ya consideración y respeto. Porque lo que ha sucedido, lo que algunos ven y otros no quieren ver, es que una multitud, acertadamente o no, se ha levantado contra la venalidad, la corrupción, la opresión y la injusticia, con un nuevo proyecto de país. El movimiento independentista es una revolución con un alcance mucho más amplio que el autogobierno.

Enarbolas la amenaza de una terrible fractura que algunos vemos menos terrible. Es cierto que en todo conflicto hay fracturas y oposición, pero he visto más fracturas por herencias que por política, o al menos, más irreconciliables. No se rompe lo que es sólido y no estaba resquebrajado antes. El conflicto ha hecho emerger lo latente, la rabia contra los catalanes, contra la lengua y la escuela, contra la diferencia. Cuando no había protesta, se vivía en la falsa imagen de una tranquilidad construida sobre el desprecio de unos y el aguante de otros. Cuando la involución ha sido evidente, la protesta por una sociedad más justa ha hecho desbordar las aguas.

¿Por qué no he oído tu voz, no ya cuando se presentó recurso contra el Estatut, enmendado, votado y aprobado en dos Parlamentos y un referéndum, sino cuando el PP denunciaba la escuela catalana y obligaba a cambiar la lengua de una escuela entera a petición de una única familia? ¿O cuando han dicho mentiras constantes, durante todos estos años, contra la realidad lingüística o social? Esta es verdadera construcción meticulosa y premeditada de fractura social, en un país que los sociolingüistas de todo el mundo dan como ejemplo de convivencia. Entonces tenían que protestar las voces lúcidas, y no fueron muchas las que oímos, diría que casi ninguna. ¿Por qué no has denunciado lo que ha pasado en Catalunya desde 2006 y en cambio ahora expresas tanta rabia?

¿Por qué, en tu artículo, no mencionas ni una sola vez la violencia? A porrazos sí que se crean fracturas, y no metafóricas. No soy de ningún partido ni lo he sido jamás, pero me sorprende que atribuyas al PdeCat la frase que supones de Lutero, «que les maten», porque no te has detenido a escuchar el mensaje de las manifestaciones independentistas: paz y no violencia. Que sin duda haya habido exabruptos verbales y conflictos personales, no lo niego, es la condición humana. Que en algunos debe de haber ambición, cálculo, egoísmo, no lo negaré, también es la condición humana. Pero la lección colectiva, el esfuerzo, el mensaje, han sido y serán de pacifismo y diálogo.

No hablo de los políticos, quienes pueden tener más o menos interés propio (pero que están en la cárcel a sabiendas de que irían): hablo de la inmensa lección de civismo que han dado y están dando, continuamente, todos los ciudadanos que, sean o no independentistas, han entendido que lo que se vive ahora es una lucha por las libertades ciudadanas y por un mundo más justo. Muchos aplaudimos la acampada del 15-M, los «indignados» eran una chispa de rebeldía que no se sabe a ciencia cierta en qué ha acabado, si no es en algún partido que ha asumido ya las contradicciones del poder establecido.

En cambio, ¿por qué nadie ha querido ver-y aprovechar-el auténtico germen de revolución ciudadana que es el movimiento catalán? Quizá por eso, porque es catalán. Hablas de corrupción y no te das cuenta de que la reacción catalana, equivocada o no, contra la corrupción y la perversión política es la exigencia de construir un país nuevo, una república, y de reformar la democracia. De muchos intelectuales como tú cabría esperar no ya adhesión ideológica, sino más sutileza en la percepción y el diagnóstico y, tengo que decirlo, en la prevención. Todo esto se cuece a plena luz del día desde hace años, y nadie ha planteado una alternativa seria al independentismo que no sea acallar la diferencia catalana, si es preciso a porrazos.

Dices que quinientos años después de la Reforma protestante hemos descubierto que es más lo que nos une que lo que nos separa. Tienes toda la razón. Lo que me une con toda la humanidad es mucho más que lo que me separa, pero no con los protestantes, ni con los españoles: con todos los seres humanos.

Porque lo que me une es mi condición de mujer, catalana y creyente. Lo que me separa no es ni la religión, ni la lengua, ni el sexo, ni el pasaporte. Lo que me separa de los demás no es la diferencia. Lo que me separa de una parte de la humanidad es el desprecio de los derechos humanos, la violencia, el machismo, la intolerancia y la guerra. Lo que me separa de muchos católicos es el integrismo, lo que me une con muchas personas ateas es la defensa de los derechos humanos.

Quiero pensar que tras tu alusión al protestantismo no se esconde ese viejo anhelo católico de una reunificación romana, igual como quiero pensar que tras tu crítica al independentismo no se esconde el afán de uniformización españolista. Una buena lección del siglo XX ha sido el ecumenismo, que no han aprendido ni todos los protestantes ni todos los católicos. Recuerdo que hace unos años, en Taizé (la gran iniciativa espiritual surgida después de la segunda guerra mundial), celebramos, un domingo, una eucaristía ecuménica, como es costumbre.

Todos unidos, en buena entente humana y espiritual. Después, unos cuantos católicos presididos por un hermano tuyo de orden y residencia se fueron a consagrar la eucaristía, aparte, por su cuenta. Partir el pan, ecuménicamente, entre todos, no bastaba, faltaba el sacramento «de verdad», el precepto dominical, entre unos pocos.

Quizá Lutero no iba tan desencaminado al reaccionar contra la superstición católica. El cristianismo actual no necesita reunificaciones, necesita ecumenismo. Que todos reconozcamos a Cristo, cada cual desde su teología, su liturgia, su confesión de fe, su historia, su lengua y, sobre todo, que nos reconozcamos todos los cristianos como iguales. No separados, ni escindidos, ni equivocados. Cristianos diferentes y, por eso mismo, iguales.

Como los pueblos de España y Europa. La diversidad no es un valor más ni un lastre, es la esencia de la condición humana. Por eso, los fabricantes de fracturas son quienes niegan el valor igual del catalán o del gallego o de cualquier otra lengua en su territorio de origen, quienes mienten, quienes atacan con violencia y sangre, quienes encarcelan. No he oído que dijeras nada acerca de ellos. Hablas de amor, de manera equívoca, porque no creo que sea el mismo amor genital y zafio de los primeros párrafos que el que citas luego en referencia a los partidos de la oposición. Jamás negaré el valor del amor verdadero, de eros y agape, pero, ante todo, para hablar de amor hay que hablar de respeto a los derechos humanos, de dignidad y de autoestima, y aquí no todo vale.

Respeto y amor al otro, sí, sumisión, no. Respeto y amor significa no pedir la muerte de quienes piden la mía, ni reventar el ojo de quienes han reventado el nuestro. Significa no devolver la misma moneda y no utilizar los mismos métodos y armas (metafóricas o no) que quienes van contra mí. Significa hacer con el otro lo que yo reclamo que hagan conmigo y tratarlo como si fuera yo, incluirlo en mi proyecto de país. La situación actual no es simétrica, hay quien actúa con todos los instrumentos del poder, impunidad incluida, y quien tiene que defenderse. Como en el caso de los protestantes, que deseaban un cristianismo más auténtico, hay quien exige hoy un verdadero estado de derecho, con la independencia de los tres poderes y el derecho de todo el pueblo a decir qué es lo que quiere, y que le escuchen. Solo se trata de esto. De escuchar al pueblo y hacer política de verdad, para todos. De hacer un proyecto en que quepa todo el mundo.

Dices que el proceso ha sacado lo peor de cada cual. No estoy de acuerdo. Como en todas las situaciones difíciles, ha emergido lo que estaba reprimido en el fondo de la gente, si es malo, ya estaba ahí, si es bueno, también, y ahora todo ha crecido. La situación actual ha generado mucha complicidad colectiva, ayuda mutua, respeto con desconocidos y contrarios, colaboración, compromiso político, disciplina, reflexión sobre la paz, solidaridad. ¿Cuántos países occidentales tienen políticos en la cárcel y un pueblo que hace colectas para pagarles la fianza de su bolsillo?

Y todo esto cuando no hace ni cinco años que se hablaba del desprestigio de la política y se decía que todos los políticos eran igualmente corruptos e interesados. La situación actual ha regenerado la política y el compromiso cívico por la democracia. También ha hecho emerger el fascismo reprimido que no se había depurado en la transición, pero esta tendría que ser ocasión, para los demócratas, de regenerar España entera. Los veo más atareados en cargarse Catalunya que en proponer un nuevo estado español donde quepa todo el mundo.

No sé cómo nos verán dentro de quinientos años, no estaremos ni tú ni yo, ni siquiera sé si habrá catalanes. No creo que la hayamos armado tan gorda como Lutero y sus amigos, pero quiero pensar que, con errores y tropiezos, se ha plantado la semilla de la regeneración democrática en Catalunya, en España y en la maltrecha y envejecida Europa. Es nuestro deber.

Amistosamente,
Montserrat Camps Gaset

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA
Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

Lo más leído