Gregorio Delgado

La renovación del clero

"¡Así no pueden seguir! ¡Hay que ser cretivos! ¡Hagan algo!"

La renovación del clero
Gregorio Delgado del Río

¡Ejerzan la sinodalidad y busquen nuevos caminos! Son posibles. Sólo hace falta ‘parresia'

(Gregorio Delgado, catedrático).- Días pasados, José M. Castillo, realizaba, con su habitual acierto, un atinado diagnóstico sobre el ejercicio del Papado en el futuro. A su vez, relacionaba una serie de ‘asuntos urgentes y apremiantes, que no admiten espera’. Todos ellos de gran calado. Evidentes, aunque hay quien ha mirado y mira para otro lado, no quiera verlos y pretenda ocultarlos. Difícil empeño. Pero, ahí están las resistencias.

Efectivamente, la Iglesia tiene un muy grave problema en relación con la renovación del clero. Es notorio que los seminarios y noviciados están, en general, casi vacíos o han cerrado. Es cierto que, en muchas Diócesis, ya existen problemas reales para atender los servicios habituales (administración sacramentos/funcionarios de la salvación). Es cierto que no hay transparencia sobre el problema y que se llevan ya muchos años, muchísimos, sin saber cómo se va a reaccionar frente al mismo. Se ha hablado por algunos de ‘invierno vocacional’ y de ‘viña devastada’. Es más, los fieles más responsabilizados con su papel en la Iglesia aguantan con paciencia su aparcamiento y sufren el desviacionismo del que son víctimas. El problema es evidente. Urge, por tanto, acometer, dentro de lo posible, su solución.

Quiero pensar -hablando con relación a España- que esta realidad preocupa a los Obispos. Si es así, convendría que, después de un amplio debate entre Ellos y en sus Iglesias respectivas, asumieran la realidad sin tapujos. ¡Así no pueden seguir! El cómodo lamento y el simple esperar a ver que pasa es apuntarse a la nada. ¡Hay que ser creativos! Ya conocen la historia más reciente. Ya saben los resultados de no haber impulsado el espíritu renovador del Concilio Vaticano II. Sin embargo, da la impresión de que siguen estancados, repiten los errores del pasado y vuelven a querer recorrer el mismo camino. ¡Como si no hubiesen aprendido nada de lo ocurrido!

Permitan (con el deseo de colaborar) que les sugiera unas pocas preguntas: ¿Todavía piensan que la cuestión ha de ser abordada por cada Iglesia local de modo individual? ¿Todavía creen que son viables los Seminarios actuales, donde los mantengan? ¿Están satisfechos del nivel medio de la formación de sus sacerdotes? ¿Están seguros que ahora tienen garantizada esta formación necesaria para el futuro? ¿No les parece que han de repensar la figura misma del sacerdote y de su función en la Iglesia actual? ¿Acaso esperan que una Iglesia, tan volcada en la restauración del pasado y tan a la defensiva, responderá con solvencia a los retos de la evangelización? ¡Muévanse, agiten el problema, salgan a su encuentro! ¡Hagan algo!

Es obvio, por otra parte, como ha señalado Vidal, que la Iglesia viene manifestándose secularmente como una institución profundamente clerical. Todo el mundo sabe -ustedes señores Obispos tampoco lo ignoran- los males de todo tipo que semejante desviación ha venido causando. No es extraño que el papa Francisco lo tenga entre ceja y ceja. Ustedes, señores Obispos, han de hacer suyo tal magisterio y dejarse de tantas resistencias, expresas o silenciosas. ¡Ejerzan la sinodalidad y busquen nuevos caminos! Son posibles. Sólo hace falta ‘parresia’.

En las actuales circunstancias (me temo que persistirán durante mucho tiempo), los sacerdotes podrían seguir, como función específica, con la administración de la Eucaristía y la Penitencia junto con la proclamación de la Palabra. Esta sugerencia del cardenal Marx merece la pena ser reflexionada y valorada. Por escasa atención que se haya prestado, ¿quién no ha advertido la necesidad de renovar el lenguaje y las formas de llegar a la gente?

«Cada vez le cuesta más a la gente entender lo que estamos proclamando y hasta no entiende nuestros sermones», ha explicitado el ilustre arzobispo de Múnich. Valoración que también ha puesto de relieve el Arzobispo Mons Rodríguez Carballo, secretario de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica: «Hay que cambiar de lenguaje: los jóvenes no entienden el 99% de nuestras homilías». En términos similares, por poner otro ejemplo autorizado más, se manifestó el Arzobispo chileno de Concepción, Mons Chomalí.

Si algo les es exigible a quienes proclaman la Palabra de Jesús es que la conozcan, la hayan interiorizado y la vivan con cierta intensidad. Es una de sus misiones más esenciales en la Comunidad cristiana. Sin embargo, la experiencia nos enseña que su lenguaje es de otro mundo, es muchas veces ininteligible, vacío de contenido, poco sugerente y atractivo. Se suelen mover por los terrenos del tópico y los lugares comunes.

Es muy poco habitual que el predicador de la Palabra en los actos litúrgicos te sorprenda con una glosa verdaderamente completa, en la línea del llamado realismo evangélico. ¿No me digan, señores Obispos, que ignoran esta realidad? ¿Acaso están de acuerdo en que el cristianismo es un ‘mero fenómeno cultural’? ¿Qué vienen organizando para fomentar y actualizar la formación y espiritualidad de sus sacerdotes? ¿No piensan que el sacerdote necesita ahora completar su formación con saberes de carácter secular?

Se ha terminado ya hace tiempo, como ha sugerido el cardenal Marx, la figura tradicional del «liderazgo autoritario» según el cual una persona da órdenes y las demás obedecen. Ya no pueden ser «los protagonistas principales de las comunidades locales», que «supervisen todo lo que acontezca en la vida de la parroquia». Es obvio que «el liderazgo moderno consiste en aunar los talentos de las personas y no en hacerlas llevar a cabo las ideas de otro». Fina observación del purpurado bávaro, que reclama una mayor atención a la hora de organizar, en los tiempos actuales, el servicio parroquial.

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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