Pepa Torres: "La Iglesia tiene que volver a sentarse bajo el árbol de la profecía"
(José Manuel Vidal).- A monseñor Romero lo mataron tres veces. Una, por odio a la fe. Otra, por su compromiso con la justicia y la tercera, por la marginación y el ninguneo al que le sometió la alta jerarquía eclesiástica de su tiempo. Este último martirio lo reconoció hasta el Papa Francisco y lo pusieron ayer de relieve los presentadores y el autor de de ‘San Romero de los derechos humanos‘ (San Pablo).
El conocido intelectual y escritor católico, Luis Aranguren, quiso presentar su último libro con dos objetivos. Homenajear al protagonista de su obra, el icono de la justicia y la solidaridad, monseñor Romero. Y rendir un tributo también a la gente que acompañó al autor en su ya amplio recorrido vital en el ámbito editorial, pedagógico y personal. Desde sus luchas y desgarros con su comunidad del Pozo del Tío Raimundo hasta su larga y fecunda etapa al frente de la editorial PPC.
Y los amigos respondieron, llenando casi por completo el aforo del salón del Arzobispado de Madrid de la calle de la Pasa. Para acogerlos y darle las gracias, Aranguren se rodeó de dos presentadores de excepción: Pepa Torres y José Luis Segovia. Acompañados en la mesa, por la directora de la editorial San Pablo, Mª Ángeles López Romero.
Como es preceptivo, abrió la presentación la directora de la editorial, dando las gracias al arzobispado de Madrid por su acogida en un lugar «en el que antes se nos miraba con recelo». Y, como también es lógico, Mª Ángeles agradeció su obra al autor, la presencia de los invitados (a los que calificó de «dos pesos pesados de la Iglesia madrileña más comprometida») y alabó el libro, «escrito con sencillez y con una contundencia magistrales».
Tras la directora de la editorial, intervino Pepa Torres, teóloga, activista y monja, a la que el autor definió como «una persona que lleva el anhelo de justicia en el corazón». La religiosa comenzó preguntándose si «se puede decir algo nuevo sobre Romero». Y contestó a su pregunta retórica que sí, porque «Luis ha tenido la osadía y la humildad de releer a Romero» desde nuevas claves.
Por ejemplo, la clave de «reencontrarse con el acontecimiento Romero y con su figura humana y profética», al tiempo que lo universaliza como «referente del compromiso por la justicia y los derechos humanos».
A su juicio, la Iglesia tiene que «volver a sentarse bajo el árbol de la profecía» y «recuperar al profeta que ella mismo maltrató». Sólo así, los seguidores de Jesús podremos estar presentes en los choques de la historia y «evitar que se globalice la cultura de la indiferencia».
Sobre todo, ahora, que «estamos viviendo un momento de kairós eclesial y estamos consolados con la presencia en Roma del Papa Francisco». De ahí que, al igual que el autor del libro, Pepa Torres hiciese un paralelismo entre Romero y Francisco: «Dos líderes y dos profetas latinoamericanos».
Y concluyó asegurando que «el libro es una gozada», porque propone «la humanización como lugar de encuentro» y porque propone «la memoria peligrosa de Romero, que nos urge a ser chinitas en el zapato de la globalización».
«Romero, icono del martirio por la justicia»
Tras la teóloga, el turno para el vicario de Innovación de la archidiócesis de Madrid, José Luis Segovia, un cura abogado de sólida formación y cercanía a la gente. Quizás por eso, todo el mundo le conoce como Josito y le agradece, como decía Mª Ángeles en su presentación, «su papel en el cambio de rumbo de la diócesis madrileña».
Josito fue abogado antes que cura y sigue siendo, en palabras de Aranguren, «defensor de los indefensos, una persona que rompe moldes y una fuerza de la naturaleza del amor, que nunca desampara a nadie».
De cumplido sincero a cumplido sincero: «Me llena de orgullo y satisfacción presentar tu libro», comenzó diciendo el vicario madrileño». Y, a continuación centró su disertación en la figura de Romero, «un obispo al que se cuestionó intraeclesialmente muchas veces». Quizás porque «siempre buscó el contagio de esos valores que no se enseñan, sino que se contagian desde el ejemplo y el testimonio de la propia vida».
Tras alegrarse también por «el momento eclesial que vivimos», Segovia definió a monseñor Romero «como un intelectual no de escritorio» y como «un mártir por odio a la fe y por su compromiso con la justicia». Porque «su muerte fue consecuencia de su vida» y Romero se convirtió «en un icono clave del martirio por la justicia».
El vicario de Innovación reivindicó el término «amistad con los pobres» en vez del clásico de «opción por los pobres», subrayó la audacia de Romero para «encarnarse en el sufrimiento» y «su capacidad de conversión y de cambio», algo que, siguiendo a Romero, «podemos hacer todos, incluidos los obispos».
A su juicio, el libro de Aranguren invita a bucear en las entrañas de la realidad, en el conocimiento y en el reconocimiento, en la categoría de pueblo y en la distinción entre la autoridad y el poder, asi como en la centralidad de la persona.
Respecto al paralelismo entre Romero y Francisco, José Luis Segovia destacó que «ambos vienen del Sur», mientras en el norte tenemos una «Iglesia de pelo blanco» y no sólo por la edad de los creyentes y de los clérigos, sino porque tiende a ser «una Iglesia acomodada, acomodaticia, aburguesada». Es decir, «con pelo blanco en el corazón».
Quizás por eso, «con el Papa, el Sur ha pasado a estar en el corazón del Norte», porque «Francisco es un vendaval que nos descoloca, que nos sacude y al que no acabamos de acostumbrarnos». Un vendaval con un objetivo: «Seguir transformando el mundo según el sueño de Dios».
«Dos animales pastorales»
En su turno, el autor que confesó haberse adentrado con temor y temblor en la figura de monseñor Romero, con el reto de actualizarla y de homenajear «a las personas que están en las trincheras de la solidaridad, tanto en la valla de Melilla como en nuestros barrios de Madrid y en otras muchas partes del mundo».
Quiso dejar claro Aranguren, desde le principio, que «Romero fue una persona normal, no fue un iluminado, no fue un héroe no quiso serlo, incluso fue, durante gran parte de su vida, muy espiritualista». Pero se dejó cambiar por una serie de acontecimientos, como el asesinato del jesuita Rutilio Grande y, sobre todo, por el dolor de la gente.
Y desde ahí cambia personal y socialmente, se convierte a su pueblo, comienza a escuchar su sufrimiento y se transforma en un Bautista, en un «señalador de caminos», porque «el encuentro con la gente que sufre tiene que movilizar». Y, desde entonces, «no ceja en el empeño de denunciar y de ofrecer reconciliación».
Para mantenerse fiel a su conversión, Romero tuvo que pasar, según el autor, momentos estremecedores. Como aquel en el que se tuvo que plantear si era lícito llamar a la desobediencia a los soldados y pedirles que obedeciesen a sus conciencias y a la ley de Dios antes que a las órdenes de sus mandos. Optó por la radicalidad de pedirles la desobediencia, sabiendo «que se la jugaba». Y lo mataron.
Luis Aranguren abordó también la relación entre Romero y Francisco, subrayando, con la proyección de un video, el momento en que el Papa recuerda, enfadado, que «Romero fue martirizado dos veces: una con las balas, otra con las calumnias. Una vez muerto, fue difamado, calumniado, ensuciado. Su martirio se continuó incluso por hermanos suyos en el sacerdocio y el episcopado. Se le siguió lapidando con la piedra más dura que existe en el mundo: la lengua».
Según el autor, «Romero y Francisco son dos animales pastorales de esos que tanto necesita la Iglesia, dos actores que no balconean, dos místicos en acción, dos obispos rodeados de hermanos que se empeñan en ponerles la zancadilla, dos cristianos libres y confiados en Dios y en el Espíritu, que aletea en el pueblo».
O dicho con una metáfora: «Romero y Francisco son como dos depósitos de agua», de la que, si bebemos, nos podemos convertir en canales que manan para los demás. «¡Que San Romero de los pobres nos acompañe y con bendiga!».
Y la ovación estalló rauda y desde el corazón. Como un gracias enorme al escritor e intelectual católico, Luis Aranguren, por su atrevimiento en reactualizar la mítica figura de monseñor Romero, el obispo que fue santo en el corazón del pueblo mucho antes que en los papeles de la Iglesia.