"Tratados como 'traidores'"

La gran exclusión de los curas casados

"Ninguna empresa en el mundo desaprovecha tanto recurso humano"

La gran exclusión de los curas casados
Celibato José Luis Cortés

El itinerario espiritual y las miles de historias de estas personas son de una riqueza incalculable para la historia del Pueblo de Dios

(Guillermo Jesús Azcúa).- En esta nueva época de atención a las periferias, siguen existiendo miles de seres humanos excluidos consciente y sistemáticamente de la participación eclesial. Ellos no pertenecen a lejanas culturas, terrorismos pseudo-religiosos o colectivos de delincuentes.

Sin embargo, existe un código de silencio más rígido y excluyente que el mismísimo derecho canónico, que los condena al ostracismo definitivo. Similar a los códigos no escritos que rigen la conducta de las sociedades secretas, con un discurso políticamente correcto hacia el exterior pero de crueles procedimientos en la práctica interna. Para estos códigos, es necesario que ciertas personas desaparezcan de escena, que sean olvidados cuanto antes porque su misma existencia hace trastabillar el andamiaje principal del sistema: el poder de la casta clerical.

Me refiero a esa gran masa de 100.000 ex sacerdotes en el mundo que han sido excluidos y discriminados sistemáticamente por la Iglesia. En vez de interpretarse una conducta tan masiva como un «signo de los tiempos» que nos invita a reconsiderar el papel del celibato monacal impuesto tardíamente en la Iglesia de modo arbitrario, como condición obligatoria para el ejercicio del ministerio sacerdotal. Por el contrario, en vez de recibir el mensaje, se ha sacralizado aún más el celibato y se lo ha colocado como la muralla más férrea de control clerical, «criminalizando» a los ex sacerdotes como «traidores» a la elite de los pretendidos «dueños de la fe».

¿Qué sería de la Iglesia actual si los ex-sacerdotes fueran readmitidos al ejercicio del ministerio como sacerdotes que son? Sin duda, semejante avalancha de experiencia matrimonial, familiar, laboral que fueron recogiendo desde la exclusión, pondría en peligro la actual ficción sacralizada del celibato obligatorio rodeada de atributos mágicos. Este estado de cosas sirve en la mayoría de los casos un ocultamiento de incapacidades, de vicios ocultos, miedo al mundo y sus desafíos, conductas aberrantes como la pederastia, misoginia, insolvencia para comprender los Gozos y Esperanzas de los hombres, etc. Han quedado sólo unos pocos después de la horda conservadora restauracionista del posconcilio que siguen para adelante con su corazón unido a Cristo en las vicisitudes del pobre, lugar teológico por excelencia.

Cuántas veces estos «excuras», con la carga de ingenuidad remanente de su antigua condición, han ido a conversar con obispos buscando compañía en la fe pero que en el mejor de los casos los han despedido con una palmadita en las espalda con actuado afecto y alguna recomendación piadosa, y que después respirar aliviados por sacarse de encima a estos «pesados», que no quieren entender que ya cuentan en ningún «plan» pastoral y de los que sólo hay que esperar que se mueran en silencio como si nunca hubieran existido y puesto en duda el sistema clerical.

No pretendo una readmisión al ministerio tal como es ejercido actualmente, porque eso en lo que se ha convertido Orden Sagrado es el problema. Hablo de un ensanchamiento de esa visión religiosa y culturalmente perimida. Mientras el «bien tiende de suyo a expandirse», el sacerdocio ha ido pertrechando a un grupo de personas generalmente inútiles para sobrevivir con su esfuerzo en el mundo, en unas seguridades que ni muchos ricos tienen. Es cierto que la mayoría no gana fortunas, pero siempre tendrán casa, comida, las mejores atenciones médicas, respeto, posición social, protección judicial, etc., es decir, todas las seguridades de las que carecen la mayor parte de los seres humanos en este mundo y que hace que alguien sea realmente «pobre».

A veces leo que hay algunos intentos -muy positivos- para abrir un nuevo camino de viri probatis, etc., ignorando la problemática de miles de ex -sacerdotes que han quedado excluídos. Ninguna empresa en el mundo desaprovecha tanto recurso humano en el que ha invertido tanto tiempo, esfuerzo y dinero. Pero la Iglesia se comporta en esto como un adolescente irresponsable que gasta y gasta para luego pedirle al Padre más y más…y por supuesto echarle la culpa de todo a «lo mal que anda la sociedad».

El itinerario espiritual y las miles de historias de estas personas son de una riqueza incalculable para la historia del Pueblo de Dios. El camino del Evangelio no es desechar lo anterior por no ser «químicamente puro» (como si alguien supiera qué es eso), «Él no vino a apagar la mecha humeante ni a quebrar la caña partida».

El Papa Francisco ha sintetizado en dos palabras los males de la Iglesia actual: el clericalismo y la autorreferencialidad. El clericalismo que hace del acceso al Orden Sagrado, la puerta a una elite de poder y sometimiento sumiso del resto del pueblo considerado «ignorante». La autorreferencialidad es la Iglesia que se mira el ombligo y cree que sus preocupaciones piadosas y no tan piadosas, son el eje central de su misión, usurpando la propiedad el Reino de Dios en vez de servirlo. Ambos constituyen la visión de una Iglesia amurallada ante el mundo, todo lo contrario de la Iglesia del Vaticano II que nos invita a abrir las puertas, a tender puentes, a rescatar todo lo bueno, todas las semillas del Verbo diseminadas por el mundo para que Cristo sea todo en todos.

Esperemos que el camino de Francisco fructifique en consecuencias teológicas y prácticas. Que no se quede en un mero «hacer simpática» a la Iglesia para que nada cambie y la conversión del Evangelio, siempre necesaria, llegue a todo y todos. Y a recordar siempre que «la Gracia no destruye la naturaleza, sino que la supone, la cura y la eleva». De allí que la obligatoriedad del celibato sea antinatural y un obstáculo a la Gracia. No se pueda obligar a nadie a contradecir su naturaleza, en nombre de lo que sea y aún con consentimiento propio. Cristo no lo ha hecho y ninguna potestad humana puede arrogarse esta brutal arbitrariedad, castigando con el menosprecio y la discriminación a los sacerdotes que «osan» formar una familia.

Mucho se habla sobre la renovación del clero. Pero tal renovación será cosmética si no incluye la sabiduría y el protagonismo de miles de testigos de la Fe que un día fueron ordenados sacerdotes y luego, siguiendo el camino nunca acabado de la búsqueda de Dios, respondiendo al llamado de la naturaleza humana creada por Dios, que es el único punto de partida para que la Gracia redima, formaron familias, educaron hijos, trabajaron a la par de cualquier ser humano sin perder la experiencia de la fe sacerdotal en sus vidas a pesar de la gran exclusión del clericalismo autorreferencial. Ruego a San José que la Misericordia los alcance de modo efectivo y los rescate de la absurda condena «canónica» en estos tiempos de «periferias» y «hospitales de campaña», para que la Iglesia no pierda a ninguno y sea instrumento de salvación universal.

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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