Celebra una Asamblea General en 2018

El IEME se enfrenta a un «cambio de época»

Los sacerdotes misioneros señalan que "no queremos repetir sin más, hacer lo mismo siempre"

El IEME se enfrenta a un "cambio de época"
Misión de la Iglesia

Somos muy conscientes de estar no sólo en una época de cambios (y muy rápidos) sino en un "cambio de época", donde todo se replantea. Ello nos obliga a reflexionar, evaluar, cambiar, convertirnos...

(IEME).- Año tras año os hemos ido dando a conocer distintas facetas del Instituto Español Misiones Extranjeras: de lo que somos y de lo que queremos ser; de nuestros trabajos en la misión fuera de nuestras fronteras y de nuestra tarea de animación misionera aquí en España, de nuestros sueños y nuestras esperanzas (también de nuestras dificultades y limitaciones).

Hemos dejado muy claro que nuestra iglesia española y todos nosotros, como bautizados, somos y tenemos que ser misioneros. Nos lo dice Jesús en el Evangelio, nos lo ha dicho el Papa cada rato y nosotros lo sabemos muy bien. ¿Lo creemos y lo vivimos? Ese es otro cantar…

Nosotros, los sacerdotes misioneros del IEME, somos una cara visible de esa iglesia misionera (otras caras son los/as religiosos/as, los laicos). Y no queremos repetir sin más, hacer lo mismo siempre. Por supuesto que lo esencial no cambia: anunciar la Buena Noticia del Reino, con obras y palabras, especialmente a los pobres, como lo hizo Jesús (Lc 4, 16-21). Somos muy conscientes de estar no sólo en una época de cambios (y muy rápidos) sino en un «cambio de época», donde todo se replantea. Ello nos obliga a reflexionar, evaluar, cambiar, convertirnos…

Afortunadamente, en el IEME tenemos establecida una Asamblea General cada 5 años. Y este año, 2018 en mayo, nos toca hacerla. Nos reuniremos representantes de todos los países donde estamos trabajando, más los de España, para preguntarnos con sinceridad: ¿dónde estamos? qué estamos haciendo? cómo lo estamos haciendo?… Y, sobre todo, sí es eso lo que el Señor nos pide, si es eso lo que hoy necesitan los pueblos y las iglesias donde trabajamos. Y adelantarnos al mañana.

No cabe duda de que es importante que tengamos bien puestos los pies en el presente (en el mundo de hoy y en la Iglesia de hoy, la que nos dibuja cada día el Papa Francisco). Y es importante que pongamos la mirada no tanto en el pasado sino en el futuro: lo que queremos ser y hacer, lo que Dios espera de nosotros y aquello a lo que tienen derecho a esperar los pueblos a los que somos enviados.

Desde ahora os agradecemos vuestras oraciones para que acertemos en nuestra Asamblea General de este año. Somos menos y mayores cada vez, pero eso no nos exoneran de tratar de ser mejores, de trabajar cada día mejor. Y «si el Señor no construye la casa en vano se esfuerzan los albañiles» (Sal 127). Que Él nos eche una mano. Por adelantado, nuestra gratitud a vosotros.

Creadores de comunidad

O cuando el laicado asume la tarea dinamizadora de las comunidades cristianas en misión

1.- Inundados por el Amor de Dios.

La insistencia de que la Misión está enraizada en nuestro ser de bautizados no aporta ya más claridad. Amados por Dios con un amor tan profundo, ¡qué otra cosa podemos hacer que amarle y anunciar este amor (¡Ay de mí si no evangelizare! 1 Cor 9,16) Por eso la Misión brota y fluye de forma natural como el agua cristalina del hontanar. La Misión es entonces venero del Amor de Dios hacia el mundo, hacia cada uno de nosotros y esta misión es la que convoca a la Iglesia para que lleve a cabo esta tarea. La Misión hace a la Iglesia para que el mundo conozca la Buena Nueva de Dios encarnado en Jesucristo. Por eso la misión es el corazón de la fe cristiana, nos recordaba el Papa Francisco.

Como discípulos de Jesús debemos conocerle, amarle y desbordarnos en gozo anunciando lo que experimentamos. El núcleo de nuestro anuncio es hacer conocer este Evangelio, su fuerza transformadora y vivificante. A través de su resurrección, Jesucristo ofrece al mundo un sentido, una vida, un Reino en el que la justicia, la verdad, la paz, la igualdad se debieran instalar de forma natural en cada corazón. Jesucristo, con su reconciliación, traspasa las fronteras de la enemistad y del desamor.

Debe ser para nosotros un gozo sentirnos amados y creados para vivir esta tarea. Somos discípulos misioneros que llevamos al mundo la noticia de este Amor de Dios Padre. ¡Qué alegría ver los pies de mensajero que anuncia la paz que trae la Buena Nueva!(Is 52,7). Esta tarea, tan de todos, se ve disminuida por nuestra debilidad pero también por estructuras que impiden un anuncio más corresponsable, más vigoroso y vital.

El 19 de marzo de 2016, el Papa Francisco se dirigía en carta al cardenal Ouellet afirmando que «la iglesia no es una élite de sacerdotes, sino que todos formamos parte del pueblo de Dios» Un pueblo de Dios formado en su gran mayoría por laicos/as, por gente que vive con su familia en medio de sus pueblos de origen. Dice el Papa que «El clericalismo no sólo anula la personalidad de los cristianos sino que hace disminuir y desvalorizar la gracia bautismal…Lejos de impulsar los distintos aportes, propuestas, poco a poco va apagando el fuego profético que la Iglesia toda está llamada a testimoniar en el corazón de los pueblos».

Este espíritu profético de hombres y mujeres, de comunidades humildes lo hemos hecho testimonio a lo largo de estos años en que hemos presentado la Jornada de Catequistas nativos y del IEME.

2. Dios hace surgir en el pueblo creadores de comunidad, anunciadores del Evangelio.

Hay que dar gracias a Dios porque en las comunidades que llamamos de misión emergen líderes, fieles laicos/as que ofrecen su tiempo y su vida a que este amor de Dios se configure, se profundice, se viva y se siga anunciando. La Misión sin discipulado coherente y vivo se construye en arena. Por eso estos agentes, fieles laicos, de la Misión han de formarse para asumir su responsabilidad y vivir esta experiencia de Dios con más profundidad en sus comunidades. En ellas y ante otras muchas gentes no creyentes se hacen Testigos de la Fe y del Amor de Dios.

Este fue el lema de nuestro primer año de andadura con la Jornada de Catequistas nativos y del IEME donde Ba Abel Fwalanga de Zambia nos comentaba «tenemos que trabajar para hacer que la fe empape los corazones de la gente. Como dijo el Papa Pablo VI en Uganda, tenemos que ser africanos y cristianos de verdad y los catequistas somos responsables de evangelizar a nuestra gente, evangelizar desde nuestras tradiciones y cultura.»

Hace tres años cruzábamos el Índico para situarnos en las culturas asiáticas y en concreto en un pequeño pueblo de la cuenca del río Mekong en Tailandia, allí nos encontramos con Kru Somphong Khanasaan que expresaba su gozo de ser discípula misionera. Ella misma nos comentaba de su vida «de haber sido una vida marcada por el dolor, de haber perdido a mis padres de niña, vivir la soledad de la falta de familia y amigos, y ello en medio de la miseria que toda guerra genera, pasé a experimentar la «alegría» de ser consciente al sentirme llamada a formar parte activa de la comunidad cristiana, compartiendo la experiencia de la vida creyente al lado de otros líderes cristianos y junto a sacerdotes entregados en cuerpo y alma a los demás.»

Traspasamos mares e islas y con dos años de distancia recordamos a Phillippe Exalus en las lomas de Paraíso, diócesis de Barahona (República Dominicana). Fhillippe está curtido también en la adversidad de la vida por su origen haitiano, pero su fe no tambalea y su trabajo caritativo es alma de Dios, fuerza y esperanza para las comunidades pobres de origen haitiano: así se lo comunicaba a Antonio Fernández en la entrevista que le hacía «Me gusta trabajar para mi comunidad… Celebramos la Palabra de Dios, damos catequesis los sábados y cuando sube un padre una vez al mes, celebramos la misa» Tenemos muchos problemas como el agua potable, la salud, la escuela, los documentos…» De esta forma Phillippe refuerza una comunidad que siente con fuerza la misericordia de Dios en su periferia existencial.

El año pasado vimos el testimonio del líder zimbabuano, Beni Tsuma. Traíamos su experiencia en cuanto líder catequista viviendo la fe en familia, anunciando el Evangelio desde esta experiencia de Iglesia doméstica donde crece y configura su fe con la de la comunidad cristiana. Con una realidad de pobreza para poder levantar a su familia nos emocionaba cuando expresaba «somos la boca, las manos, y los pies que hoy tiene Jesús para transmitir su mensaje de vida y esperanza para toda la humanidad»

Ellos y ellas son creadores de comunidad donde tanta vida se desarrolla y crece en nuestras Iglesias en Misión. ¿Y nosotros qué podemos hacer, dónde está nuestro corazón y nuestras actitudes para hacer vida también la Misión de Dios?


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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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