"Desde ahora nada será igual para la Iglesia en la Amazonía"

Cesar Luis Caro: «Yo estuve allí, en Puerto Maldonado, y jamás lo olvidaré»

"Con sus palabras, Francisco me confirmaba en tantas cosas que pienso y vivo"

Cesar Luis Caro: "Yo estuve allí, en Puerto Maldonado, y jamás lo olvidaré"
Francisco en Puerto Maldonado

Tenía los ojos llenos de lágrimas cuando escuché que "necesitamos que los pueblos originarios moldeen culturalmente las iglesias locales amazónicas" para plasmar "una Iglesia con rostro amazónico y una Iglesia con rostro indígena"

(César Luis Caro, misionero en la Amazonía).- No podía conciliar el sueño por la reverberación de todo lo vivido durante el día: palabras y silencios, colores, gestos, sonrisas, esperanzas y proyectos compartidos… Y la impresión inequívoca de haber participado en un momento histórico: el encuentro del Papa Francisco con los pueblos indígenas de la Amazonía en Puerto Maldonado.

Es increíble que el Papa haya elegido venir a esta chacra, una pequeña ciudad de 65.000 habitantes situada estratégicamente cerca de las fronteras con Brasil y Bolivia, capital de una región como Madre de Dios, que reúne en sí una muestra de todos los problemas que aquejan a la Amazonía (devastación del medio ambiente, minería ilegal, trata, narcotráfico, liquidación de las culturas ancestrales…). Él quería encontrarse expresamente con los indígenas, para eso vino a esta periferia, y así lo dijo en su discurso. Se trata pues de un acontecimiento que trasciende la mera visita al Perú, pensado desde el principio como pan-amazónico.

Pero antes de hablar, el Papa Francisco sintió y escuchó. Sintió el agradecimiento que se fue adueñado de la gente desde la madrugada, desde la jornada anterior, en los meses que siguieron al anuncio de que «el Papa viene a nuestra casa». Gratitud que no necesitó de aplausos para materializarse, y que conectó inmediatamente con esa corriente de cariño que él genera de forma natural. No precisó hablar: bastó con que se colocarse de pie ante nosotros con ese gesto tan suyo, los brazos caídos a los lados, con franqueza, exponiéndose y haciéndonos sentir lo que él sentía: sorpresa ante la bondad de Dios, satisfacción por una aspiración realizada, expectativa ante los retos que se apuntan y las puertas que se abren con el Sínodo amazónico en el horizonte.

Tras entrar en el coliseo Madre de Dios, durante los primeros 35 minutos, el Papa solamente escuchó. Representantes de diferentes pueblos indígenas le saludaron en sus lenguas y le mostraron sus heridas, le contaron sus sufrimientos, las injusticias que soportan, sus luchas y sus deseos. Con gran naturalidad le hablaron de los abusos de las empresas que invaden sus territorios y pretenden arrebatárselos, de la contaminación que hace que escaseen los alimentos, de la marginación y el olvido por parte del Estado, de la necesidad de la educación para sus hijos, pero sin que la escuela borre sus culturas ancestrales, sus tradiciones, sus idiomas y su espiritualidad. En un bellísimo gesto, leyeron ante Francisco sus propias palabras de Laudato Si, una delicada forma de reconocimiento.

 

Solo después de todo eso oímos por fin la voz del Papa. Comenzó pronunciando los nombres de varios de los pueblos allí presentes, y en las gradas la expresión de las caras transmitía que solo por eso ya había merecido la pena el viaje. En su discurso «dio duro» (como él dice): denunció la gran complicidad que permite las diversas formas de trata de personas, esclavitud sexual o laboral; cargó contra el neo-extractivismo (petróleo, madera, oro, monocultivos) que degrada la naturaleza y asfixia a los pueblos originarios; pidió espacios de respeto y diálogo intercultural, y protección para los pueblos indígenas en aislamiento voluntario. Calificó a los indígenas de «memoria viva de la misión que Dios ha encomendado a todos: cuidar la Casa Común»; los llamó interlocutores y protagonistas en la preservación de sus culturas originarias ante los nuevos colonialismos: «Muchos han escrito y hablado sobre ustedes. Está bien que ahora sean ustedes mismos quienes se autodefinan y nos muestren sus identidad».

En varios momentos el público rompió a aplaudir. Mientras escuchaba yo iba sintiendo una emoción incontenible, Francisco me confirmaba en tantas cosas que pienso y vivo, con lo que significa que el Papa las dijera de esa manera tan clara y rotunda ante mí y también para mí. De hecho habló de los misioneros que se han comprometido con estos pueblos «y han defendido sus culturas» inspirados en el Evangelio. Tenía los ojos llenos de lágrimas cuando escuché que «necesitamos que los pueblos originarios moldeen culturalmente las iglesias locales amazónicas» para plasmar «una Iglesia con rostro amazónico y una Iglesia con rostro indígena». Ahí están el desafío y la chamba.

No hay vuelta atrás: desde ahora nada será igual para la Iglesia en la Amazonía. Este día pasará al la historia, y las palabras de Francisco serán recordadas por siempre. Citó el libro del Éxodo, cuando Dios dijo a Moisés: «Quítate las sandalias, porque el suelo que pisas es tierra sagrada» (Ex 3, 5), y recordé que esta llamada de Dios me ilumina el corazón desde el día en que puse el pie en la selva, y la veo cada mañana en el corcho que tengo frente a mi mesa. Monseñor David había invitado antes a los misioneros a «permanecer con estos pueblos». No tengo escapatoria pues.

19 de enero de 2018 en Puerto Maldonado. Yo estuve allí y jamás lo olvidaré.

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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