Al finalizar su misión sin castigo alguno de hoguera, Fray Juan recomendó al emperador que la mejor medida para combatir la brujería era que enviara a Euskal Herria predicadores, "que sepan y entiendan la lengua vascongada", mejor que inquisidores
(Sebastian Gartzia Trujillo).- El 19 del pasado diciembre, el Ayuntamiento de Durango aprobó una moción del PSE, en la que su portavoz solicitaba que se cambiara el nombre del Instituto Público de Enseñanza Media denominado Fray Juan de Zumarraga «en desagravio a las mujeres perseguidas y a las fundadas sospechas que hay de que Zumarraga atentó contra la cultura y las costumbres indígenas».
La portavoz socialista recordó que Zumarraga fue «un inquisidor activo en la caza de brujas, una denominación que se suele utilizar para ‘aquellas mujeres sabias y liberadas que se atreven a desafiar a las convenciones». Este cambio de nombre supondría, además, «un acto de desagravio necesario y obligado hacia las mujeres perseguidas en todas las épocas». La moción fue aprobada con el voto favorable de todos los grupos políticos (PNV, EH Bildu, Herriaren Eskubidea (SQ-2D) y PSE), excepto el PP que se abstuvo.
Reducir la importante contribución social, cultural y religiosa de Fray Juan de Zumárraga a su actividad, relativamente corta, de inquisidor me parece una reducción que distorsiona la realidad (y más si la juzgamos a casi 500 años de distancia): por una parte, el inquisidor, ahíto de sangre y fuego, y por otra «las mujeres sabias y liberadas» (las brujas), representantes de «las mujeres perseguidas en todas las épocas».
Fray Juan fue nombrado inquisidor de las brujas vascas por el emperador Carlos V y detentó dicho cargo durante unos pocos meses en los que «hizo su oficio con mucha rectitud y madurez». Al finalizar su misión sin castigo alguno de hoguera, Fray Juan recomendó al emperador que la mejor medida para combatir la brujería era que enviara a Euskal Herria predicadores, «que sepan y entiendan la lengua vascongada», mejor que inquisidores.
En la moción del ayuntamiento de Durango, no se mencionan los siete años durante los que Fray Juan, contra su voluntad, detentó el cargo de Inquisidor en México. Durante este periodo, Fray Juan, tras concederle, sin resultados positivos, dos prórrogas para que aportara pruebas en su defensa, hubo de firmar la entrega ‘al brazo secular’ de un reo que sería ejecutado por ésta, pese a que Fray Juan «rogó y encargó a la misma que se haya benignamente». Por lo que se deduce, Fray Juan no hizo sino aplicar con rigor una ley rigurosa que trató de eludir. Para evitar situaciones legales tan engorrosas, Fray Juan dio instrucciones a sus delegados en el Concilio de Trento para que solicitaran una Inquisición para México independiente de la de España.
Respecto a la acusación a los misioneros dependientes de Fray Juan de la destrucción de imágenes y textos religiosos indios hay que decir que los historiadores más serios exculpan con bastante fundamento al obispo de esta destrucción, que, según todos los indicios no fue tan masiva como se propaló maliciosamente. Hay que señalar, además, que los ídolos mexicanos destruidos por los misioneros sostenían una religión, en general, cruel y sangrienta, que exigía sacrificios humanos a los que se les arrancaba el corazón y cuyos cuerpos eran quemados con sus mujeres y siervos.
Lo más destacable de Fray Juan no es su actividad como Inquisidor, cuyo nombramiento siempre aceptó de mala gana. Fray Juan, primer obispo y arzobispo de México, fue el gran colonizador de Nueva España. Defendió a los indios con tenacidad poniendo en riesgo su vida, se opuso con valentía a la codicia de las autoridades civiles española, denunció valientemente al emperador, del que fue amigo y confidente, los abusos y expolios de algunos de los conquistadores. Fue el que llevó al Continente Americano la primera imprenta, quien editó allí los primeros libros (por cierto, en bilingüe: Breve y más compendiosa doctrina cristiana en lengua mexicana y castellana, 1539). Inició la construcción de la Catedral de México y creó numerosos colegios, construyó el Hospital Amor de Dios en «donde al presente se reciben e curan enfermos de bubas y de enfermedades contagiosas, que en ninguna parte les quiere acoger».
Suya fue la primera biblioteca del Nuevo Mundo y la solicitud al emperador de la primera universidad de América, a para cuyo proyecto cedió todos sus libros, excepto los más queridos que reservó para la Hospedería de su Durango querido. Guiado por su sentido práctico, se ocupó de que se llevaran al Nuevo Mundo animales: los primeros asnos, para aliviar el trabajo físico de los indios, las primeras ovejas, los primeros gusanos de seda… y abundantes semillas.
Pero la gran obsesión de Fray Juan de Zumarraga fue conseguir la libertad de los esclavos indios, por la que insistió, a una con su amigo Fray Bartolomé de las Casas, ante las autoridades civiles y religiosas. Escribió una y otra vez al mismísimo emperador para que prohibiera la esclavitud, lo que se logró, por fin, el 2 de agosto de 1530.
En medio de todas estas actividades duras y arriesgadas, Fray Juan siempre guardó el recuerdo de su Durango. No fue un recuerdo meramente sentimental. Estuvo muy interesado en proporcionar bienes a la constitución de una fundación benéfica para que se creara y mantuviera en su casa natal una Hospedería para sacerdotes y pobres transeúntes, a la que unas horas antes de morir cedió sus libros más personales.
Podríamos seguir, destacando su principal actividad evangelizadora que realizó, no desde la comodidad de la sede episcopal, sino a pie de obra y sin cobro de rentas «que andando yo entre los índios, ellos me darán de comer de sus tortillas de maiz». Pero no hay espacio para más.
Pues bien, los concejales de Durango quieren quitar el nombre de Fray Juan de Zumarraga al Instituto de Enseñanza Media y a la calle en que nació. ¿Quién sale perdiendo?