Aguiar desgranó su interés por conocer los problemas de la Ciudad de México "y contribuir a la unidad nacional... para sumar y construir nuestro destino juntos, aportando lo que tenemos y reconociendo lo bueno de los otros"
(Guillermo Gazanini, corresponsal en México).- Carlos Aguiar Retes se ha convertido en el XXXV sucesor de Fray Juan de Zumárraga. Sucesión en un día atípico donde convergen dos antípodas de la historia que ahora parecen fundirse en una sola cosa. La celebración del martirio de un joven en Japón en 1597 cuando México era la Nueva España. Protomártir declarado patrono de esta Iglesia particular y modelo de la juventud. Y por el otro, la deificación del texto fundamental, la Constitución de 1917 que reformó a la de 1857, promulgada en este mismo día para desplazar la festividad más grande de la Capital de México e imponer la cosmovisión laicista que llevó a duras confrontaciones.
El punto de convergencia entre estos dos poderes fue el inicio del ministerio episcopal de un hombre que quiso demostrar signos de unidad, pero también de poder y capacidad de convocatoria por lo que pretende representar desde el foco donde se irradia el poder económico, político, cultural y religioso de la nación. Quizá en otros tiempos sería propio hablar de la entronización de un Arzobispo quien tiene en sus manos el poder de atar y desatar; Primado, aunque sea sólo de título, pero que tiene en sus manos la caja de resonancia de la vida religiosa de un país debido a esos resabios centralistas que aún nos atan.
El sucesor de Norberto Rivera Carrera llegó esta tibia mañana de 5 de febrero a la plaza de la Constitución para tomar la catedral bicentenaria que a partir de este nuevo episcopado será monumento donde se asienta la cátedra del Arzobispo sin Arzobispo. Siete campanas repicando, tañer a todo vuelo para anunciar a la urbe que el nuevo pastor estaba entre nosotros. A la entrada, el Jefe de Gobierno ostentando el poder civil para dar la bienvenida al prelado. Después, cruzar esa puerta pesada de madera, puerta santa que se abre exclusivamente en ocasiones memorables o tiempos de gran júbilo, de misericordia y cumplir con la ancestral costumbre de abrir el kairós divino que supera a nuestro tiempo cuando un Arzobispo deja impronta en la historia humana.
Carlos Aguiar había anunciado una especie de líneas programáticas en artículos de opinión en los principales diarios de circulación nacional, la mañana del inicio de su ministerio en la Arquidiócesis de México. Una estrategia comunicativa previa bien calculada para advertir, sobre todo a la clase política que lee el periódico todas las mañanas, los gestos y la mano tendida de la Iglesia hacia la Unidad Nacional como principal reto donde hay un mediador, el Primado.
Reiterando su alegría por la designación, desgranó su interés por conocer los problemas de la Ciudad de México «y contribuir a la unidad nacional… para sumar y construir nuestro destino juntos, aportando lo que tenemos y reconociendo lo bueno de los otros». Opinión escrita que reiteró el «cambio de época» invitando a los lectores a multiplicar sinergias haciendo del Arzobispo Primado de México, el promotor principal entre los distintos actores sociales para la defensa de los derechos humanos. Para hacer de la Iglesia actora y sanar la fractura colocando a la «Ciudad de México en la construcción de un país fraterno y solidario» que irradie un poder regenerador a toda Latinoamérica y al mundo. Un ideal con el aroma antiguo del México como potencia y líder de toda una región, con el añejo ideal de ponernos como eterno ombligo del mundo.
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