José Cobo incia su ministerio en uno de los barrios más deprimidos de Madrid

Un obispo en Caño Roto

"Las cosas no se ven igual desde arriba que desde abajo. Y los problemas, tampoco"

Un obispo en Caño Roto
José Cobo en Caño Roto

A mi lado, una señora le dice a su amiga: "Un futuro mejor para nuestros hijos". También en Caño Roto

(José Manuel Vidal).- Día de fiesta en la parroquia de la Crucifixión, que ayer se vistió con sus mejores galas, para recibir al primer obispo «carabanchelero» de corazón, a pesar de haber nacido en Sabiote (Jaén). Porque el flamante obispo auxiliar de Madrid, José Cobo, pasó toda su vida sacerdotal en las parroquias de la zona. Por eso, él se sintió en casa y la gente, con un párroco especial, que, ahora, lleva mitra y capelo, pero sigue siendo el Cobo de siempre, de las parroquias de San Leopoldo o de San AlfonsoMaría Ligorio, que pertenecen a la zona.

El obispo visita la parroquia en el día de la Transfiguración, pero en el antiguo barrio dirigido de Caño Roto se vive, desde hace años, un auténtico descenso a los infiernos. Siempre fue un barrio pobre, pero, ahora, se está convirtiendo en marginal y hasta en peligroso. Aunque también aquí, la mayoría de los vecinos son gente honrada y trabajadora, que trata de salir adelante con ilusión y ganas de trabajar.

Ayer mismo los medios de comunicación de Madrid se hacían eco de una redada policial, para desmantelar los narcopisos de la zona. Hay varios en torno a las calles Arrayanes y Marcelino Castillo, otro en la calle Cullera y cerca del parque de la Cuña Verde y en calles como Borja, Escalonilla y la Plaza de Tauste, adonde por la inseguridad hace ya mucho tiempo que no va ninguna empresa de reparto.

Así lo denuncia la asociación de vecinos La Fuerza, creada precisamente por este repunte del trapicheo en sus calles y portales. «Es un problema que está aumentando desde hace varios años. Vuelve a haber jeringuillas en los jardines, robos con tirón…», afirma una persona de esta agrupación. «Usan a menores para buscar pisos vacíos y les pagan con droga», añade. Y es que la heroína ha vuelto a Caño Roto, después de haber segado decenas de vidas jóvenes en los años 80.

Aquí quiso inaugurar prácticamente su ministerio el obispo Cobo. La parroquia, que sabe mucho de atención a la drogadicción, le recibe con los brazos abiertos. Es un cura del lugar que ha llegado a obispo y, conocedor de la zona, viene a traerles al menos el auxilio del Señor, que nunca falla.

De ladrillo visto por dentro y por fuera, la parroquia de la Crucifixión es la típica construcción de aquellos años desarrollistas madrileños, cuando a los barrios de las periferias llegaban riadas de emigrantes interiores. En esta zona, procedentes sobre todo de Castilla la Mancha y Extremadura.

Por eso, el templo parece un garaje grande, pobre y austero, pero, eso sí, limpio, acogedor y cuidado con mimo. Bajo las vigas vistas de hierro, bancos en semicírculo, un Cristo que lo preside todo, una virgen de madera y otra cruz, al lado del altar, de colores vivos y dibujos latinoamericanos. Quizás, porque el párroco, Joaquín Palomino, estuvo antes de misionero en Guatemala y en Perú.

Antes de la celebración de la misa, el párroco presenta al invitado especial de la parroquia: «Hoy, estamos de fiesta, por la visita del nuevo obispo auxiliar de Madrid, José Cobo, que viene a ayudarnos a ser una parroquia misionera y alegre. Se acaba de ordenar obispo no para cuestiones burocráticas, sino para acompañar a las comunidades y estar cerca de las ovejas. Y, además, es carabanchelero».

El nuevo obispo asiente, saluda a los fieles y con la vista a gente que ya conocía de antes, por las reuniones de vicaría y por haber estado ya en este mismo templo en numerosas ocasiones.

La misa es sencilla, como procede. Al obispo se le nota que todavía no se ha acostumbrado del todo a sus nuevos ‘arreos’ episcopales y tiene que ajustar tanto la mitra como el solideo. Eso sí, luce un báculo de madera (quizás su único báculo), que encaja a las mil maravillas con la parroquia y el lugar.

Pero, aparte de los desajustes ornamentales, José Cobo se encuentra en su salsa de párroco de toda la vida. Porque eso es lo que siempre fue y lo que quiere seguir siendo, si le dejan. Por eso, no se da importancia ni presume de mitra o báculo, más bien parece querer esconderlos por pudor.

Y, en la homilía, habla como un cura, con tono de cura y lenguaje de párroco que conoce a sus ovejas. Empieza captando la atención de la gente: «Las cosas no se ven igual desde arriba que desde abajo. Y los problemas, tampoco». ¡Qué bien lo saben los que lo escuchan, precisamente aquí! La mayoría, mujeres y ya de cierta edad. Aunque en los bancos de delante también hay un grupo numerosos de niños de la catequesis.

El obispo continúa su homilía, siempre didáctica y sencilla, y dice que «en Cuaresma Jesús nos invita a subir», pero, para subir hay que «entrenarse y estar en forma». Tres subidas enumera: La del Tabor, la del Calvario y la de la Ascensión.

«En la subida de hoy, la del Tabor, Jesús nos dice: ‘sube, pero con todo lo que tengas en la mochila'». Como Abrahán, que subió al monte Moria, con lo único que tenía, su hijo, Isaac. Y allí «Dios le enseñó que no era cruel y Abraham bajó con una idea de Dios distinta».

A su juicio, hay que atreverse a subir, dándole la mano a Jesús y «con nuestros problemas, heridas y cansancios». Y, como un maestro en la escuela, el obispo pregunta a la gente: «¿Qué subiríais cada uno de vosotros?» Y deja un espacio, para que la gente se lo piense.

Porque, al subir con Jesús, allá arriba lo vamos a ver de una forma nueva, «transfigurado y sin efectos especiales» y, al bajar, cuando volvamos a la vida y a los problemas, veremos el mundo y a los demás también de una forma nueva, para «poder reconocer a Jesús en medio del barrio». Un Jesús que, muchas veces, aquí, en Caño Roto, está en el paro, herido, abandonado, tirado o degradado por el ‘paco’.

«Bajamos con la luz de Jesús», repite José Cobo, que vuelve a preguntar a la gente: «¿Creéis que Dios está con nosotros?» Y la gente, convencida y necesitada de la ayuda divina, responde que sí. Y lo dicen convencidos y necesitados. Y el obispo concluye, pidiendo a la gente precisamente eso: que cada uno coloque simbólicamente en el altar algún problema, alguna alegría, alguna esperanza. No tienen que pensárselo mucho. A mi lado, una señora le dice a su amiga: «Un futuro mejor para nuestros hijos». También en Caño Roto.

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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