Del siglo XVII al presente

La Iglesia en la historia de España (y II)

"La regeneración eclesial en España contaba con el discreto apoyo tanto de Juan XXIII como de Pablo VI"

La Iglesia en la historia de España (y II)
El cardenal Vicente Enrique y Tarancón Agencias

En torno a los años "conciliares" se va fraguando un inicialmente tenue distanciamiento entre la Iglesia y el Estado que va acentuándose con el cardenal Tarancón

(Saturnino Rodríguez).- La Cuarta Parte, correspondiente a la España de la Ilustración, abarca un siglo, el XVIII, en el que seguimos la acción de la Iglesia desde el comienzo mismo; desde su actitud en la Guerra de Sucesión, que dividió a los españoles en austracistas y borbónicos, y que hizo que el nuncio Antonio Félix Zondadori, partidario del archiduque Carlos, fuera expulsado por Felipe V en 1709.

Era el primer conflicto con la Santa Sede del Reinado de Felipe V que se produjo en plena Guerra de Sucesión Española cuando el papa Clemente XI el 15 de enero de 1709 reconoció como rey al otro pretendiente a la Corona el Archiduque Carlos, presionado por el ejército imperial que había sitiado Roma tras derrotar al ejército borbónico francés en el norte de Italia.

En España, la Ilustración coincidió con los reinados de Fernando VI (1746-1759) y Carlos III (1759-1788. Pese a la decadencia profunda del país, el auge de algunas zonas geográficas y la actitud , desde el poder político, aunque tímida, facilitó la aparición de un buen grupo de ilustrados como Cadalso, Campomanes, Feijoo, Jovellanos o Mutis (nacido en Cádiz y enterrado en la Universidad del Rosario de Bogotá). Hecho condicionado por la preponderancia del pensamiento teológico tradicional, aunque había excepciones como el caso del monje benedictino Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764), ensayista y polígrafo que llegaría a ser general de su Órden en España y Arzobispo de Otranto (Reino de Nápoles).

El reformista Campomanes, nombrado fiscal del Consejo de Castilla, trató de demostrar que los verdaderos inductores del motín de Esquilache habían sido los jesuitas, por lo que se decretó en 1717 su expulsión y sus dominios confiscados, pese a la oposición de sectores de la nobleza y las órdenes religiosas.

Así, si el regalismo de los Austrias aparece como fruto de una concepción providencialista en la que los monarcas se autoconsideran brazo armado de la Iglesia, el borbónico, sobre todo desde Carlos III, fue un regalismo en cierto modo laicista y secularizado, que ya no se presenta como intromisión real en materias eclesiásticas, sino como un derecho inherente a la corona. En este clima, alentado por los reformistas ilustrados, se estudian las difíciles relaciones Iglesia-Estado, con un Concordato, el de 1737 genérico y difuso, y otro, el de 1753, entre Benedicto XIV y Fernando VI, más importante y preciso, que, entre otras cosas, reconoció a los reyes el derecho universal de «patronato».

En este clima, regalista e ilustrado, fue objeto de críticas el número y el nivel cultural del bajo clero, que entonces sobrepasaba la cifra de sesenta mil miembros, al cuidado de unas dieciocho mil parroquias, pero ese nivel mejoró en la segunda mitad del siglo al aplicarse el Concordato de 1753, con la creación de seminarios y la reforma beneficial.

Con Carlos III, habrá que registrar en la Iglesia española una serie de conflictos, desde el mayor, que condujo a la expulsión de los jesuitas en 1767, que suprimiría definitivamente Clemente XIV en 1773, a otros provocados por cuestiones menores que incluso se iniciaron fuera de España, según fue el caso del Monitorio de Parma o del Catecismo de Messenguy, publicado aquí por una Inquisición excepcionalmente antirregalista y que concluyó con el triunfo del poder civil y la claudicación del Santo Oficio. Los jesuitas serían expulsados en otras dos ocasiones, 1835 y 1932.

La provisión de obispos, a su vez, se vio al principio condicionada por las circunstancias políticas (su posicionamiento en la Guerra de Sucesión y la consiguiente lealtad a Felipe V), y luego por la expulsión de los jesuitas, que marginó a quienes les eran afectos. En cuanto a los regulares, una consulta del Consejo de Castilla de 1769 preconizó la revisión de su excesivo número y de la corta edad con que profesaban, iniciándose así un expediente para la reducción de sus miembros que, entre otros, afectó a trinitarios, mercedarios, franciscanos, carmelitas y agustinos.

En la España del XVIII se estudia, en fin, la aportación de la Iglesia a la nueva cultura ilustrada, y el rumbo peculiar de una Inquisición convertida en tribunal de censura de libros que intenta contener la propaganda de la Revolución Francesa. Y en cuanto a esa Iglesia, que había acumulado propiedades como consecuencia del régimen señorial, pero que se veía objeto de exageradas críticas por parte de los ilustrados, el libro ofrece un estudio de su efectiva situación económica, es decir, de sus bienes, ingresos y rentas. Esta cuarta parte finaliza con la consiguiente referencia a la Iglesia española y América, y en concreto al Regio Vicariato Indiano.

La 5ª parte – El Siglo XIX

La Quinta Parte, dedicada al siglo XIX, ofrece de entrada un panorama cronológico de la historia de la Iglesia en las cuatro etapas principales de esa centuria: –Guerra de la Independencia y reinado de Fernando VII –Estado liberal entre 1833 y 1868 – Período revolucionario y Primera República y – Restauración desde 1874. Tras ese panorama y sus alternativas, se entra en un estudio pormenorizado de las principales reformas que afectaron a la Iglesia española y de la trama de las relaciones Iglesia-Estado.

Se consideran como grandes reformas eclesiásticas de esta época la abolición de la Inquisición, la desamortización y la exclaustración del clero regular. La primera de ellas tuvo lugar en las Cortes de Cádiz, a raíz de un monumental debate que concluye con un decreto de 1813 suprimiendo la Inquisición por inconstitucional. Restaurada luego y vuelta a suprimir en los siguientes períodos absolutistas y liberal, será definitivamente abolida en 1834. Según se advierte, si Roma se solidarizó con el Santo Oficio en la coyuntura de Cádiz, dejó de hacerlo después – por considerarla un instrumento en manos del Estado – cuando fue de nuevo suprimida al iniciarse el Trienio liberal en ese año 1834.

La desamortización eclesiástica respondió ciertamente a la preocupación por reordenar el régimen de propiedad y obtener nuevos ingresos para el Estado, pero también fue fruto de tendencias de signo secularizador o manifiestamente anticlericales. Tras algún antecedente a fines del XVIII, la desamortización eclesiástica aparece de forma paradigmática en las reformas hechas en el bienio 1836-1837 por el ministro Mendizábal, quien cobró celebridad, según se dirá, como hombre «de funesta recordación para la Iglesia».

Esas reformas, que Mendizábal aplicó a los bienes del clero regular, fueron continuadas por Espartero con los del clero secular, resultando así que la totalidad de los bienes afectados representó unas tres quintas partes de los bienes totales de la Iglesia española. Como valoración del fenómeno, recordamos, junto al hecho positivo de haber puesto en explotación nuevas tierras, el negativo de que las propiedades eclesiásticas pasaran a poderosos latifundistas, empeorando así la situación de quienes las cultivaban, y el desastre de la dispersión y pérdida de buena parte del tesoro artístico custodiado hasta entonces por la Iglesia.

Nos referimos a la publicación del Syllabus (1864), documento papal que catalogó los que se creían errores del mundo moderno (algunos más imaginarios que reales), y llegó a provocar una interpelación al gobierno Narvaez para que, en virtud del pase regio, prohibiera su difusión que estaba siendo llevada a cabo por los obispos. Tras estas convulsiones, y un Concilio Vaticano I (1869) en el que los prelados españoles defendieron la infalibilidad del papa, el gobierno prohibió a las comunidades religiosas poseer bienes, cerró monasterios y suprimió la enseñanza religiosa. El panorama cambiará bruscamente con la Restauración, cuando la Constitución de 1876 retorne a la confesionalidad del Estado.

Al término de esta quinta parte, una serie de estudios recapitulan el proceso de la libertad religiosa en el constitucionalismo del XIX, y el posicionamiento de la Iglesia ante nuevos problemas: los sociales del proletariado industrial, que darán pie a la formulación de la «doctrina social de la Iglesia», iniciada con León XIII (1891) y los ideológicos de una masonería que a principios de siglo aparece en España como institución doble (la masonería de los militares franceses y la de los afrancesados) y que, condicionada en las primeras décadas por el acoso inquisitorial, habrá de desplegarse sin trabas a partir de la Constitución de 1868.

Se estudia asimismo la posición de la Iglesia española ante el proceso independentista americano (aunque en él haya posiciones varias y también procesos distintos y heterogéneos), teniendo desde luego en cuenta que la abundancia de clérigos y religiosos entre los líderes insurgentes ha permitido ver ese proceso independentista como una verdadera revolución clerical.

6ª parte – La España contemporánea. Siglos XX y XXI

La Sexta Parte, de mayor amplitud como se planeó esta obra enciclopédica «La Iglesia en la Historia de España», trata de la Iglesia en la España contemporánea, con una descripción cronológica de esta historia en los siglos XX y XXI, seguida de diversas secciones temáticas. Arranca con la Iglesia en el reinado de Alfonso XIII, a la que siguen los capítulos más importantes y polémicos de la Segunda República y la Guerra Civil.

Se inicia con el trágico problema de que una Iglesia que en principio había acatado la legitimidad republicana, se viera azotada por un vendaval de anticlericalismo procedente tanto de sectores intelectuales como populares, con una serie de medidas sectarias (v. gr. nueva disolución de la Compañía de Jesús) o de leyes tan radicales como la de Confesiones y Congregaciones religiosas, de 17-V-1933, respondida desde Roma por el papa y desde dentro de España por los obispos.

Desatada ya una persecución religiosa sin precedentes, con millares de víctimas (obispos, clérigos, religiosos y laicos fieles, asesinados sólo en razón de sus creencias) y declarada la Guerra Civil, se presta especial atención a un texto singular, la Carta colectiva del episcopado español, de 1-VII-1937, que si bien resulta explicable en las circunstancias en que se dio, produjo el nocivo efecto de vincular a la Iglesia a los vencedores y presentarla como cómplice de los excesos de éstos tanto durante el conflicto bélico como en los primeros tiempos del franquismo.

Tras este recorrido inicial de la sexta parte , el libro continúa con la dictadura franquista desde su comienzo en Burgos (1936) como Jefe de Estado, que él denominaría «exaltación», hasta 1975 con la muerte de Franco y el histórico cambio político conocido como «la transición» y con ello el papel de la Iglesia durante este periodo y su evolución hasta la actual España democrática refrendada por la Constitución de 1978.

Tras los terribles enfrentamientos y odios que conlleva una guerra civil, la Iglesia parecía sentirse obligada a reconocer la defensa que hizo de ella el régimen de Franco abriéndose una larga etapa de nacional-catolicismo que durará prácticamente toda la dictadura y que se irá diluyendo en la medida que iban surgiendo grupos de clérigos y laicos e incluso algún obispo «contestatarios» a esa postura, lo que desembocaría en numerosas detenciones e incluso en la creación de una «cárcel concordataria» en Zamora para clérigos «rebeldes». El obispo de Bilbao Antonio Añoveros (1974) estuvo a punto de ser desterrado del país por el gobierno de Franco.

En ésta etapa va a desempeñar un papel fundamental el acontecimiento trascendental del Concilio Vaticano II, convocado por Juan XXIII en 1959 y clausurado por Pablo VII en 1965. En lo que respecta a España, que es lo que aquí interesa, el país se vio sorprendido como el conjunto de la cristiandad, pero de forma más acusada por la opacidad del régimen político, el aislamiento internacional y los rumbos conservadores del episcopado que aun no digería la proclamación por el Concilio de la libertad religiosa y de conciencia como un derecho humano y exigió de los Gobiernos católicos que renunciasen a sus privilegios.

El libro estudia así el impacto del Concilio en España desde su iniciación en 1961, con un pontífice como Juan XXIII cuyas encíclicas marcaron nuevos rumbos, según sucedió por ejemplo con la primera, Mater et Magistra, revisora de la cuestión social, o con la última, Pacem in terris, dirigida «a todos los hombres de buena voluntad», textos ambos que lograron extraordinario eco.

Con la muerte de Juan XXIII y la sucesión de Pablo VI, quien clausurará el Vaticano II en 1965, la España del Concilio es la de estos pontífices, y la del reajuste doctrinal ante los nuevos mensajes y, de modo especial, ante el de la proclamada libertad religiosa, reconocida en 1967 por la que habría de ser la primera Ley de Libertad Religiosa de nuestra historia.

Sin embargo en torno a los años «conciliares» se va fraguando un inicialmente tenue distanciamiento entre la Iglesia y el Estado que va acentuándose teniendo como figura relevante la del cardenal-arzobispo de Madrid y Presidente de la Conferencia Episcopal Vicente Enrique Tarancón quien fallecido el dictador lograría aunar las distancias entre las fuerzas política para conseguir llevar a cabo una transición ejemplar por lo pacífica que desembocaría en la Constitución democrática del 1978 con el reino de Juan Carlos I. Los llamados «Guerrilleros de Cristo Rey» pusieron de moda el grito (y las pancartas) de «Tarancón al paredón», en alusión al cardenal encargado por Pablo VI de ejecutar sus políticas antifascistas.

De alguna forma esta regeneración eclesial contaba con el discreto apoyo tanto de Juan XXIII como de Pablo VI que, siendo aún cardenal de Milán, intercedió ante Franco para librar de la pena capital en el juicio sumarísimo «Proceso de Burgos» a 6 condenados por asesinato de un grupo de 16 – entre ellos dos sacerdotes – integrantes de la organización armada nacionalista vasca «Euskadi Ta Askatasuna » (1970). Todos los procesados – ya en plena transición política – conseguirían la libertad tras la amnistía general de 1977 promulgada por el presidente Adolfo Suárez.

El eco de otros rumbos doctrinales, como el de la teología de la liberación, queda recogido también tanto por su importancia intrínseca, como por la simbiosis de hispanoamericanos y españoles en su gestación doctrinal y organizativa, desde la asamblea episcopal de Medellín (Colombia, 1968) a los congresos organizados en España por el Instituto Fe y Secularidad en 1972 y 1992 en la misma tónica.

A continuación figura un capítulo sobre las Órdenes religiosas y los nuevos movimientos de espiritualidad. En cuanto a aquéllas, que a mediados de los sesenta gozaban de gran predicamento social favorecido por los vientos del nacionalcatolicismo, el Concilio supuso una convulsión drástica. Escisiones dolorosas y la división interna entre los renovadores pro Concilio y aquellos otros tradicionalistas más apegados al estricto carisma fundacional. Sobre todo, tuvo lugar el abandono de multitud de religiosos y un verdadero colapso de vocaciones. De esta suerte, en el último tercio del siglo XX, el número de religiosos había descendido a la mitad.

No ha faltado alguna llamativa excepción como la de las clarisas de Lerma, antigua comunidad de clausura, floreciente hoy día y reconocida como nueva congregación (Iesu Communio) por Benedicto XVI. En todo caso, cumpliéndose una vez más aquello de «Spiritus ubi vult spirat» (El espíritu sopla donde quiere), no hay que olvidar, a la hora de valorar esta crisis en Órdenes religiosas y también en seminarios diocesanos, la reorientación de las vocaciones a nuevas asociaciones e institutos laicales de todo tipo, que florecen en la España de los siglos XX y XXI.

Uno de los trabajos del libro ofrece el estudio sistemático de los movimientos más significados, contando entre ellos, por recordar algunos, desde la Acción Católica, auspiciada por Pío XI y organizada entre nosotros en los años treinta del pasado siglo, a otras instituciones procedentes de fuera de España (Comunión y Liberación (1954) o los Legionarios de Cristo (1941), fundadas en Italia y México, respectivamente), o las nacidas aquí como el Camino Neocatecumenal, fundado por el arquitecto Kiko Argüello (1962).

En razón de su influencia en la cultura católica española merece especial referencia la Asociación Católica de Propagandistas, de ámbito nacional, constituida alrededor del jesuita padre Ayala y cuyo primer presidente quien llegaría a ser cardenal, Ángel Herrera Oria. Asociación que desde el principio dio la batalla en los medios de comunicación social (periódico El Debate, después «Ya») y luego en otros campos como la promoción de universidades.(CEU). De ámbito y proyección universales, en fin, otra institución, el Opus Dei, fundado por San Josemaría Escrivá de Balaguer en 1928, que predicando el llamamiento general de los laicos a la santidad, primero en el marco jurídico como los Institutos Seculares (1947) para convertirse luego en prelatura personal, hasta ahora la única (1982).

El capítulo dedicado a la Iglesia y el Estado arranca del único Concordato firmado en este periodo, el de 1953, con las revisiones ulteriores de los Acuerdos de 1976 y 1979, y el correspondiente examen de la libertad religiosa. A continuación se describe el mundo y la doctrina de la Iglesia en relación con la política, la economía y el derecho. Lo relativo a la política remite, entre otras cosas, al fenómeno de la democracia cristiana, subrayándose la paradoja de que en un país como España, donde la Iglesia ha tenido y tiene significación tan especial, no haya llegado a consolidarse como en otros países un partido demócrata cristiano.

El penúltimo capítulo, referido al mundo universitario y la cultura, comienza con un estudio de la Iglesia en la Universidad y de las Universidades de la Iglesia, y concluye con el ejemplo de una de las más brillantes manifestaciones de la cultura confesional en España, la Biblioteca de Autores Cristianos (La BAC, 1944). El lector encontrará además un ensayo sobre la Iglesia y los intelectuales españoles, ejemplificado en tres estampas sobre Ortega, Unamuno y Zubiri, donde se bosquejan no sólo sus postulados teóricos ante el problema de Dios (el deslinde filosofía y religión del filósofo de Madrid; el cristianismo agónico del Rector de Salamanca o la «inteligencia sentiente» del filósofo donostiarra), sino también un resumen de sus peripecias vitales en relación con la Iglesia.

El libro concluye con dos estudios sobre temas muy de nuestro tiempo: el papel de la mujer en la Iglesia, al que el papa actual, en su todavía corto pontificado, ya se ha referido en diversas ocasiones, y la relación de la Iglesia con los medios de comunicación social, algunos patrocinados por la misma Iglesia para difundir en muestra sociedad mediática el mensaje cristiano. El libro concluye del todo con aquellas Reflexiones finales a las que nos referimos antes.

José Antonio Escudero director coordinador de «La Iglesia en la Historia de España» cierra su presentación a esta enciclopédica obra diciendo: «Concluyo con una advertencia que no debiera ser necesaria. La Iglesia es, por su propia naturaleza, ecuménica y universal. Por ello, cuando estas páginas tratan exclusivamente de los avatares de la Iglesia española y de los problemas del catolicismo hispano, o conceden preferente atención a instituciones religiosas o personas nacidas aquí, es por lógica coherencia con el título mismo de una obra que se limita a La Iglesia en España, y no por cualquiera de los aldeanismos hoy en boga. La historia de la Iglesia en España es desde luego la historia de una parte de la Iglesia; bien es cierto que, como apreciará el lector, una parte principal y egregia».

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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