Como fruto de esta "Declaración" también nació el movimiento "Somos Iglesia" ("Wir sind Kirche")
(Jesús Martínez Gordo, teólogo).- ¿Por qué se revuelve, aunque sea mediante una carta privada, el papa emérito Benedicto XVI contra Peter Hünermann, un teólogo alemán que, acreditado en su país y en centroeuropa, no es conocido para la gran mayoría de los católicos y de la ciudadanía? ¿No parece excesivo referirse a él con incontenida irritación, y aunque sea al final de dicha carta privada, cuando explica que le faltan las fuerzas requeridas para leer y prologar una colección de once libros dedicados al pontificado de Francisco?
En la misiva que el papa J. Ratzinger dirige el 7 de febrero de 2018 al ya ex – Prefecto de la Secretaría para la Comunicación, Darío Edoardo Viganò, y conocida hace unos días, muestra su sorpresa «por el hecho de que entre los autores» de la colección de libros para los que se le ha pedido un prólogo «figure también el profesor Hünermann», un teólogo que «durante mi pontificado destacó por haber liderado iniciativas anti papales».
Concretamente, «participó de modo relevante al lanzamiento de la «Declaración de Colonia» y que, en relación a la encíclica ‘Veritatis Splendor’, atacó de modo virulento la autoridad magisterial del papa, especialmente sobre cuestiones de teología moral». Incluso, la Asociación Europea de Teólogos Católicos «fue inicialmente pensada por él como una organización en oposición al magisterio papal». Afortunadamente, «el sentir eclesial de muchos» de sus miembros «bloqueó esta inicial orientación, convirtiendo a la organización en un instrumento normal de encuentro entre teólogos».
Es evidente que el Dr. Peter Hünermann, profesor de dogmática en Münster y posteriormente en Tubinga, no ha sido (ni es) un teólogo del agrado del papa emérito.
Más allá de las filias y las fobias que cada una de estas dos personas puedan provocar, creo que es oportuno recordar el contenido de la «Declaración de Colonia» (1989) criticada por Benedicto XVI, así como el papel del teólogo alemán en su redacción y difusión. Y propongo que, una vez conocidas, se evalúen la consistencia teológica tanto de la crítica papal (y de lo que implica) como de los posicionamientos e iniciativas lideradas por el teólogo alemán.
Contamos, para esto último, con una «carta abierta» del mismo P. Hünermann al entonces presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, Karl Lehmann, dada a conocer en la revista «Herder Korrespondenz (43, 1989, 130-135). En ella, el profesor alemán informa que ha decidido hacerla pública porque no le parece justa y procedente la valoración del presidente de la Conferencia Episcopal Alemana a dicha «Declaración»: teológicamente inadecuada, tópica y plagada de apreciaciones escasamente fundadas.
Seguidamente, informa que ha firmado, con un nutrido grupo de teólogos europeos, la «Declaración», porque, aun no estando de acuerdo con todos sus puntos, comparte, sin embargo, lo fundamental de sus denuncias y propuestas.
Después de recordar que jamás ha cuestionado «ni el primado de Pedro, ni la competencia doctrinal del papa», manifiesta, en primer lugar, su conformidad con la «Declaración» cuando critica la condena del control de la natalidad, tanto en el pontificado de Pablo VI como en el de Juan Pablo II. No se puede seguir obviando que «la doctrina de la ‘Humanae vitae’ no ha sido aceptada por gran parte de los católicos alemanes o europeos, ni por la inmensa mayoría de los médicos y teólogos moralistas». Ni tampoco, por «la mayoría del episcopado universal».
Y, por si ese déficit casi total de recepción eclesial no fuera suficiente, quiere manifestar públicamente su frontal oposición a que dicha doctrina sea «considerada como infalible», tal y como se puede leer en «los escritos del ‘Instituto de estudios sobre el matrimonio y la familia’, erigido por Juan Pablo II y dirigido por monseñor Caffarra». Si fuera cierta la voluntad papal de «declarar infalible la doctrina de la ‘Humanae vitae'», quiere manifestar su total desacuerdo con la misma sobre la base de tres argumentos.
El primero de ellos referido a la inexistencia de dicha doctrina en la Tradición y en las Escrituras. No se puede ignorar que de la doctrina sobre «la paternidad responsable se habla por primera vez con Pío XII» y que los papas, cuando la justifican, no apelan -porque no es posible- «ni a las Escrituras, ni a la Tradición». En el segundo y tercero de los argumentos señala que la doctrina en cuestión no cuenta con «el consenso universal del episcopado» ni es compartida por la inmensa mayoría del pueblo de Dios.
En coherencia con estos argumentos, entiende que lo más sensato es tener presente el posicionamiento de la Conferencia Episcopal Alemana («Declaración de Königsteiner») cuando sostiene que la «Humanae vitae» no es infalible y que lo correcto es recordar la procedencia de dejar a la conciencia de cada uno ante Dios la posibilidad de no asumirla.
La segunda de las cuestiones que se aborda en la «Declaración de Colonia», apunta seguidamente P. Hünermann, es la referida a la relación de la Iglesia con la sociedad y a la aplicación involutiva que se está activando del Vaticano II. Superada la confrontación con la modernidad en el último de los concilios, se está volviendo a favorecer de nuevo una relación de enfrentamiento con el mundo en todo lo referente a los fundamentos de la sociedad actual, a la comprensión del hombre y de la creación, así como de la sexualidad y del lugar de la mujer. Estas cuestiones son abordadas y tratadas recurriendo a un magisterio que, recibido de la tradición, se pretende mantener de manera inflexible por considerarlo «esencial a la fe» y, en consecuencia, objeto de una particular custodia por parte de la Iglesia y de sus pontífices.
En conformidad con tan discutible concepción del magisterio, se imponen medidas administrativas que provocan fuertes enfrentamientos y se promueven a puestos de responsabilidad eclesial a quienes pueden ser tipificados como «señores de lo absoluto». Son estas personas las que, como gerentes de la confrontación e involución activadas, determinan arbitrariamente qué asuntos se pueden tratar o no, según les parezcan armonizables con lo que ellos entienden que es la tradición de la Iglesia. Es un perfil de personas y, sobre todo, de sacerdotes, «que no aceptan ni la libertad religiosa y de conciencia, ni la colegialidad del episcopado universal».
«No conozco, concluye este segundo punto el profesor P. Hünermann, un caso parecido en la historia de la Iglesia en que se haya puesto entre paréntesis las conclusiones de un concilio ecuménico».
Finalmente, aborda la cuestión del poder y de su ejercicio en la Iglesia. En la sociedad civil, apunta, el sujeto moderno «busca por todos los medios defenderse» del autoritarismo y del nepotismo. Cuenta para ello con la división de poderes, con la delimitación de competencias, con organismos de control, etc. Algo análogo tiene que valer también para el gobierno de la Iglesia y, particularmente, para el nombramiento de obispos. Por ello, es urgente desarrollar -en fidelidad a lo aprobado por los padres conciliares- «una diferenciación y organización del ejercicio del poder en la Iglesia», tal y como se deduce del principio de «colegialidad». Como también es inaplazable reconocer la personalidad de las iglesias locales y dotar de más protagonismo a las conferencias episcopales.
Sin embargo, y a diferencia de lo acordado en el aula conciliar, estamos caminando en sentido contrario. Así, por ejemplo, el nuevo Código de derecho canónico (1983) «subraya la verticalidad en el ejercicio del poder, tan fuerte como antes, sin que se hayan establecido las condiciones que impidan el ejercicio abusivo» del mismo. «Esto vale tanto para los ámbitos legislativos y administrativos, como para las competencias doctrinales». Proseguir por esta senda, pronostica el profesor, «es mortal para el prestigio de la autoridad de la Iglesia en nuestra sociedad». Como lo es apuntalar el centralismo, la arbitrariedad y el autoritarismo, sin que existan «principios o instituciones jurídicas que permitan protegernos» de tales extralimitaciones. El incremento de la desafección eclesial está servido. Y con creces.
Hasta aquí la «carta abierta» de P. Hünermann y su fundada explicación de los tres puntos más relevantes de la llamada «Declaración de Colonia».
Las reacciones de la curia vaticana.
La «Declaración de Colonia» y la explicación dada por el profesor alemán marcaron el gobierno de la Iglesia mucho más de lo que habitualmente se cree. Y, por supuesto, reorientaron la relación de la curia vaticana (y, con el pasar de los años, de muchos episcopados con la teología contemporánea), en términos de incontenida sospecha. De hecho, ambos documentos fueron interpretados por la curia vaticana como una inaceptable invitación a que la Iglesia capitulara ante la mentalidad de la época y como justificación de toda resistencia y crítica del magisterio católico. Y, sobre todo, como un intento de desprestigiar el pontificado de Juan Pablo II y la gestión de su Prefecto para la Doctrina de la Fe.
La reacción no se hizo esperar. Llegó en forma de una Instrucción sobre la vocación eclesial del teólogo («Donum veritatis», 1990); una Encíclica sobre la primacía de la verdad («Veritatis splendor», 1993) y, sobre todo, con la revisión de la profesión de fe en la Carta apostólica «Ad tuendam fidem» (1998) en la que se ponían de largo aquellas verdades que, aunque no estuvieran «contenidas en las verdades de fe, se encuentran sin embargo íntimamente ligadas a ellas, de tal manera que el carácter definitivo de esas afirmaciones deriva, en última instancia, de la misma Revelación».
Se reabría el viejo debate sobre la consistencia dogmática de las llamadas verdades «definitivas» o «segundas» («de fide vel moribus»): inerrantes y reformables (en la interpretación teológicamente más consistente) o infalibles e irreformables (en la liderada por J. Ratzinger y su entonces secretario del Dicasterio para la doctrina de la fe, T. Bertone). Ésta fue una cuestión particularmente importante en lo referente a la moral sexual y, también al sacerdocio de la mujer: su acceso al mismo quedaba vetado -según Juan Pablo II- y semejante prohibición debía ser tenida «como verdad definitiva».
Otras iniciativas eclesiales. A la «Declaración de Colonia» sucedió, efectivamente, la constitución formal, el 1 de diciembre de 1989, de la Asociación Europea de Teólogos Católicos (AETC) para prestar el servicio teológico que es propio de la Iglesia; promover el intercambio de ideas e investigación teológica; constituir una voz profética y crítica en la sociedad y favorecer el diálogo institucional con los obispos desde una perspectiva multidisciplinar. A los veinticinco años de su creación, son casi mil sus miembros, procediendo de 21 países y abarcando todas las disciplinas teológicas. El Dr. Peter Hünermann fue su primer presidente.
Como fruto de esta «Declaración» también nació el movimiento «Somos Iglesia» («Wir sind Kirche»), un colectivo que, preocupado por superar el abismo entre el pueblo de Dios y la cabeza eclesial, alcanzó rápidamente casi un millón y medio de firmas.
En conclusión. A la luz de estos y otros datos que se puedan aportar, dejo en manos de los lectores evaluar qué es lo que irrita al papa emérito del profesor P. Hünermann. Y su posible consistencia, por supuesto, teológica.