Audaz relectura del cristianismo (I)

El ser humano como punto de partida y de referencia

"La cordura exige que el partido crucial de nuestra vida con Dios se juegue en el campo del hombre"

El ser humano como punto de partida y de referencia
Dios y hombre en la capilla sixtina

Para llegar a Dios el hombre debe recorrer a fondo y con plenitud el camino que es él mismo, el camino de su propia humanización

(Ramón Hernández Martín).- Vivimos momentos en que los signos de los tiempos gritan la imperiosa necesidad de una «nueva evangelización», al menos en occidente, cuya cultura está tan impregnada del judeocristianismo. Convencidos de esa misma necesidad, son muchos los que hoy sugieren que es preciso cambiar los procedimientos de predicación, renovar los ropajes eclesiales, aligerar el bagaje conceptual de los dogmas, dulcificar las formas de actuar e incluso inyectar alegría en la recargada liturgia de muchos de los ritos sacros del cristianismo.

Me parece que la envergadura del problema no podrá resolverse con solo retoques epidérmicos sino con cirugía profunda e incluso innovadora. De ahí la necesidad, creo yo, de hacer en nuestro tiempo una relectura audaz de los contenidos y procedimientos cristianos, relectura siempre difícil tanto por su mismo contenido como por sus previsibles consecuencias sociales.

Mirando hacia atrás, tengo la impresión de que Jesús de Nazaret hizo ya, groso modo, una relectura muy comprometida del Antiguo Testamento al poner carne a sus verdades salvíficas o, dicho con otras palabras, al encarnar en su vida, en su comportamiento, en su predicación, en su muerte y en su resurrección cuanto en el Antiguo Testamento se refiere a la comunión entre Dios y los hombres. Con su relectura, Jesús de Nazaret transformó la «antigua alianza» del pueblo elegido en la «nueva alianza» del pueblo cristiano, vivida y valorada como el pleno y definitivo abrazo de Dios al hombre.

La de Jesús de Nazaret no fue la única relectura que se ha hecho de la relación Dios-hombre, pues en el seno de su propia obra, la Iglesia, se han seguido haciendo, a lo largo de su todavía corta trayectoria histórica, otras muchas relecturas de esa misma «nueva alianza», muy diferentes las unas de las otras. A nadie le resulta hoy extraño afirmar que la vida cristiana actual se parece muy poco a la de los primeros cristianos.

Podría decirse que el afán de una mejor comprensión de las verdades reveladas y las necesarias reformas de los procedimientos pastorales vienen de lejos. Ya en el nacimiento mismo de la Iglesia se hicieron diversas lecturas de la misión evangélica en medio de enconadas discusiones y duros enfrentamientos, debidos a que la fundación o el nacimiento de la Iglesia no podía asentarse sobre una constitución fundacional.

Las desavenencias sobre las ideas rectoras y los procedimientos evangelizadores entre los seguidores de Jesús de Nazaret duran ya siglos, a pesar de haberse logrado establecer un canon de libros inspirados y plasmar los contenidos de la fe cristiana en un Credo.

Pero la fe, o mejor la «forma de vida cristiana», es tan viva y de tal envergadura que jamás podrá ser enlatada ni confinada en fórmulas gramaticales intocables, de tal manera que ni los libros canónicos ni el credo siquiera han logrado impedir que a lo largo de los dos mil años de existencia del cristianismo se hayan seguido haciendo sucesivas relecturas del fenómeno cristiano, la última de las cuales puede que sea la «praxis cristiana» que brota con tanta fuerza, frescura y éxito de la forma de proceder del actual papa.

Posiblemente, lo más oportuno y eficaz para hacer la relectura propuesta sea un cambio radical de perspectiva, sin que ello implique necesariamente modificaciones sustanciales de los contenidos panorámicos. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento nos sitúan en las alturas, en el punto de mira de Dios, al contemplar la existencia del hombre caído desde la necesidad de su propia redención y salvación.

A tenor de los contenidos primarios de ambos Testamentos, Dios crea los seres humanos, se encarna en un hombre y redime a una especie de figura de barro que ni siquiera sabe dónde está o hacia dónde camina. La religión nos ha habituado a enfocarlo todo desde arriba, desde lo alto, desde el punto de vista de Dios, como si Dios necesitara que lo alabemos continuamente por ser quien es y le demos las gracias a cada instante por sus dones.

Soy del parecer de que un cristianismo válido para nuestros días requiere que miremos la montaña desde el valle, no el valle desde la montaña. Mirando de abajo arriba, aunque realmente se vea lo mismo, no se ve de la misma manera y ello hace que la actitud que debamos adoptar en nuestros comportamientos cambie radicalmente. Hay que transformar la gracia benevolente en motor de energía que nos ayude a realizar la escalada que requiere la mejora constante de las formas de vida humana. No es Dios quien sale de sí mismo al encuentro del hombre, pues él lo es todo en todos, sino el hombre quien debe recorrer, con el apoyo de su propia fe, el camino que le conduce a Dios.

La panorámica de la siempre difícil ascensión del valle a la montaña traza un único camino posible, el camino del hombre. Para llegar a Dios el hombre debe recorrer a fondo y con plenitud el camino que es él mismo, el camino de su propia humanización. El hombre se convierte así en una especie de sacramento de la divinidad. Reconforta saber que el hombre tiene realmente una enorme envergadura de ser cuya potencialidad todavía no conocemos a fondo, como la de ser él mismo el escenario del encuentro con Dios. Son muchos los que se preguntan incrédulos dónde está Dios sin apercibirse de que su presencia más rica y esplendorosa es el hombre.

De ahí que en el vértice de la estructura conceptual de la fe cristiana debamos situar al hombre para iluminar toda su trayectoria humana, su desarrollo cristiano. No digo que el hombre deba reemplazar a Dios, sino que debemos enfocar el tema de la relación entre ambos poniendo al hombre en el punto de mira, enfocando la cuestión desde la situación del hombre.  

Necesitamos alejarnos de la fábula para poder adentrarnos de lleno en la realidad. Realmente no sabemos quién es Dios, mientras que al hombre lo tenemos, con su impresionante figura y potencialidad, no solo frente a nosotros, sino dentro de nosotros mismos. La cordura exige que el partido crucial de nuestra vida con Dios se juegue en el campo del hombre.

Antes de concluir esta escueta presentación en un acreditado medio de comunicación como éste, asomémonos un momento al fabuloso arsenal de potencialidades que es el hombre. A lo largo de su exitoso despegue del medio natural y de su dilatado crecimiento vital, el hombre ha ido adueñándose, con paciencia e industria, de muchos de los tesoros que alberga la naturaleza para su propio provecho, siguiendo la estela de la imperiosa necesidad de mejorar su vida en todas sus dimensiones.

Aunque le quedan todavía por lograr enormes conquistas, que le retan a redoblar sus esfuerzos y que tiñen de optimismo su futuro, apuntemos de paso que tras de sí va dejando lamentablemente un rastro de sangre, de quiebras de humanidad y de crueldades irracionales. Tiempo habrá de adentrarse en todo ello a la luz de la necesidad de hacer en nuestro tiempo una vigorosa relectura del cristianismo.

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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