Javier Elzo analiza el "histórico discurso" de Macron a los obispos franceses

«Como presidente, soy el garante del derecho a creer y no creer»

"Necesitamos un diálogo y una cooperación de un tipo completamente diferente"

"Como presidente, soy el garante del derecho a creer y no creer"
Javier Elzo analiza el "histórico discurso" de Macron a los obispos franeses Agencias

Al escuchar a la Iglesia, no nos encogemos de hombros. La escuchamos con interés, con respeto, e incluso podemos hacer nuestros muchos de sus puntos.

(Javier Elzo, sociólogo).- De discurso histórico, lo han calificado algunos, el pronunciado el lunes 9 de abril el presidente Macron en París, en el Colegio de los Bernardinos, lugar emblemático de inspiración cristiana, que se presenta como «un espacio de libertad que nos invita a cruzar nuestras miradas, para caminar en la comprensión del mundo y construir un futuro respetuoso del hombre».

Macron habló, a invitación de los obispos franceses, como en otras ocasiones se entretuvo con representantes de otras confesiones religiosas. El texto completo del discurso, de 26 páginas, me llegó en mi email, a través del cotidiano La Croix.

Macron habla de la bioética (con cuestiones ahora mismo en gran discusión y deliberación en Francia sobre el final de la vida, sobre el aborto, sobre la procreación medicamente asistida, acerca de los vientres de alquiler, etc.), se extiende el tema de los emigrantes, reflexiona sobre una sociedad que se busca etc., etc.

Pero, básicamente, insiste en la cuestión de las relaciones entre el Estado y la Iglesia, entre la dimensión de la acción política y la fe religiosa. Me limito a esta cuestión en este primer comentario de urgencia, aunque no me resisto a señalar cómo Macron, «en nombre de la Republica» (luego no a título meramente personal), pide tres cosas (trois dons) a los católicos: «el don de vuestra sabiduría, el don de vuestro compromiso (engagement) y el don de vuestra libertad».

 

 

Tras afirmar que por razones biográficas, personales e intelectuales tiene en gran estima a los católicos, añade, ya en las primeras páginas de su texto que «no me parece sano ni bueno que el político se haya ingeniado con tanta determinación, sea a instrumentalizar a los católicos (electoralmente dirá en otro momento), sea a ignorarlos (como sucede frecuentemente, lo dirá en otro contexto). Necesitamos un diálogo y una cooperación de un tipo completamente diferente, una contribución completamente nueva para comprender nuestro tiempo y la acción que necesitamos realizar para lograr que las cosas avancen en la dirección correcta».

Un amigo, a quien renvié el discurso de Macron, amigo que estudió en París Antropología, y fue alumno de Paul Ricoeur, mentor de Macron, me subraya esta frase de la conferencia de Macron en los Bernardinos «como presidente, soy el garante del derecho de creer y de no creer … y no soy el representante de una especie de religión de Estado». Aquí entramos en el nudo gordiano de la conferencia. La frase de mi amigo se encuadra en esta otra que, en primera lectura del texto, me parece clave:

«Yo considero que la laicidad ciertamente no tiene la función de negar lo espiritual en nombre de lo temporal, ni de desarraigar de nuestras sociedades la parte sagrada que alimenta a tantos de nuestros conciudadanos». Y añadió, «yo soy, como jefe de Estado, garante de la libertad de creer y de no creer, pero yo no soy ni el inventor ni el promotor de una religión de Estado que sustituye la trascendencia divina por un credo republicano».

Es difícil decir más en tan pocas palabras. Pero no se trata solamente de creer o no creer sino de la repercusión social, política, económica, ética de aquello en lo que se cree, sea esta creencia religiosa, laica y, sobre todo, cómo se ensambla, en su diferenciación, en su particularidad, lo sagrado y lo profano, lo religioso y lo laico.

Como diría Peter Berger, sea al modo de «aut»-«aut», esto frente a lo otro, cual departamentos estancos, como lo conciben los fundamentalistas laicos o religioso, o sea al modo de «et» – «et», esto y aquello, «al mismo tiempo» que recuerda el discípulo Macron de su maestro Ricoeur («au même temps), pero eso sí, juntos, incluso en la cabeza y en actuar de las personas, pero no revueltos, guardando cada ámbito, el religioso y el laico, (donde debe situarse lo político) su propia especificidad, sus reglas de conocimiento (no se puede saber y creer al mismo, ya decía Tomás de Aquino), el ámbito de su ser y actuar.

 

 

Macron no quiere perder lo que las diferentes confesiones religiosas puedan decir y proponer en la vida de su país en el «vivir juntos» como gusta decir a Marcel Gauchet. Pero, cada uno en su ámbito.

Por un lado, Macron es consciente de una Iglesia, en este caso la católica que, aunque en horas bajas (recuérdese la reflexión que traje a estas páginas del trabajo de Cuchet sobre la descristianización (la expresión es suya, que discuto) de Francia, tiene una actitud y unos pronunciamientos a favor del compromiso de los católicos en la política.

Así, por ejemplo, cabe recordar aquí que los obispos franceses publicaron, en 2016, un gran documento que llevaba este título «Dans un monde qui change, retrouver le sens du politique» (En un mundo que cambia, reencontrar el sentido de lo político) que, de forma inusual en Francia, impensable en España, ocupó, a cinco columnas la portada de «Le Monde» y varias páginas en su interior cotidiano de la izquierda moderada (14/10/16).

En el apartado 7º de ese documento, bajo el epígrafe de «la cuestión del sentido», que recuerda plenamente a Paul Ricoeur, y que probablemente conoció Macron, leemos lo siguiente: «Desde hace unos cincuenta años, la cuestión del sentido ha abandonado gradualmente el debate político. La política se hizo gestión, en mayor medida proveedor y protector de los, cada vez más amplios, derechos individuales y personales, que de los proyectos colectivos. Discursos de gestión que acompañaron el progreso, el crecimiento, el desarrollo de nuestro país, pero sin preocuparse del para qué. La riqueza económica, la sociedad del consumo, han facilitado este distanciamiento de la cuestión del sentido. Desde mediados de la década de 1970, las dificultades económicas, la reducción de la riqueza, el aumento del desempleo, la incertidumbre debido a la globalización, han hecho este papel de simple gestor y árbitro cada vez más difícil, incapaz de responder a las preguntas más fundamentales de la vida en común. Un ideal de consumo, de lucro, de productividad, de Producto interno bruto, de comercios abiertos todos los días de la semana, no puede satisfacer las aspiraciones más profundas del ser humano que han de realizarse como persona en el seno de una comunidad solidaria».

Pero, todo lo anterior, no quiere decir que la dimensión religiosa deba dirigir la acción política. Y, Macron, lo remarca con detalle. Esta frase de su discurso lo dice todo: «Al escuchar a la Iglesia, no nos encogemos de hombros. La escuchamos con interés, con respeto, e incluso podemos hacer nuestros muchos de sus puntos. Pero esta voz de la Iglesia, lo sabemos en el fondo Usted (se dirige al presidente de los Obispos de Francia) y yo, no puede ser mandataria («injonctive» )…., solo puede ser cuestionadora («questionnante»). La iglesia no puede (ni debe, añado yo) conminar, ordenar, como lo hizo en el Estado de Cristiandad, la vida moral, social, política, desde sus presupuestos. Pero, tampoco acepta ser reducida al ámbito de la privacidad y de sus templos, siempre en el respeto a la autonomía de las realidades temporales que ya nos dijera Gaudium et Spes. Macron lo remacha con esta frase: «el estado y la iglesia pertenecen a dos órdenes institucionales diferentes, que no ejercen su mandato en el mismo nivel»

Como era de suponer este discurso ya ha levantado ampollas en el mundo político galo. He aquí unos pocos ejemplos.

 

 

En la extrema izquierda, Jean-Luc Mélenchon en un tuit escribe. «Macron en pleno delirio metafísico. Insoportable. Esperamos a un presidente. Escuchamos a un sub-cura (sub-curé)». En la extrema derecha, Marine Le Pen: «el Presidente de la República trata de anestesiar a los católicos para mañana poder atacar la ley de 1905 (la que promulgó la separación de la iglesia y del estado). Yo digo a los católicos, continúa Le Pen, que no serían ellos los beneficiarios de tal cambio».

Otros políticos apelan también a la ley de 1905. Así, el anterior primer ministro con Hollande, Manuel Valls, quien declara que «la laicidad es Francia, que tiene un solo fundamento: la ley de 1905…toda la ley y nada más que la ley». Misma idea en el nuevo secretario del Partido Socialista, Olivier Faure. «en la República laica, ninguna fe podría imponerse a la ley. Toda la ley de 1905. Nada más que la ley.

Manifiestamente no han leído el discurso de Macron (26 páginas. ¡Ufff!) que, en nada quiere abrogar la ley de 1905, aunque su contenido y alcance, todavía hoy se sigue discutiendo. Al menos la reflexión del comunista Ian Brossat, tiene su qué: «abusar del vino de misa, dice, daña gravemente las capacidades mentales». Tiene razón: de abusar, abusar de un buen rioja, un jerez, un ribera, un monsant y perdón por los no mentados.

Si leen francés, no se pierdan el texto de Macron. Un lujo: un presidente de gobierno que remueve las neuronas.

https://www.la-croix.com/Religion/Catholicisme/France/Emmanuel-Macron-Bernardins-discours-2018-04-09-1200930420

 

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Autor

Jesús Bastante

Escritor, periodista y maratoniano. Es subdirector de Religión Digital.

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