Tristemente, los obispos de Chile no han captado ni dimensionado lo que está sucediendo: en la conferencia de prensa desde Roma, los obispos insisten en llamar errores a los delitos, no hay un reconocimiento sincero de sus responsabilidades
(Juan Carlos Claret, dirigente laical chileno).- El escenario donde todos los obispos han puesto su cargo a disposición no lo imaginamos ni en sueño. Por eso mismo, es sorpresivo. Tras cada día de encuentro de los obispos con el Papa, ellos se encargaron de bajar las expectativas. Recuerdo que Juan Ignacio González llegó a decir que no estaban en una reunión ejecutiva sino en «un retiro espiritual».
No bastando con eso, cuando el Papa solicita un día de oración personal y encuentran a algunos obispos de shopping, acá en Chile nos preguntamos «¿cómo es esto posible?». Con todo, las expectativas eran bajas, hasta cuando el viernes nos enteramos de esta propuesta.
Pero somos cautelosos. Este gesto tiene un contenido más pastoral que jurídico, pues jurídicamente, los obispos siempre han estado a disposición del Papa. Poner sus cargos a disposición es, por tanto, la manifestación pública de asumir una coresponsabilidad en los hechos que se les imputan, ya sea por acción u omisión y dejar en libertad al Papa para que decida no sólo en criterio canónico, sino pastoral. Por eso, como laicado hemos de estar atentos para evitar cualquier forma indebida de presión, por ejemplo, que los obispos comiencen encuentros bilaterales con miembros de la curia.
Es llamativo que, después de tres años, el Papa decida marcar una postura a favor de las víctimas asumiendo un relato coherente con las propuestas que les hicieron ellos y que, el laicado organizado, también ha insistido en ello. Así es como se lee que el Papa llama delitos o crímenes a lo que hasta abril llamaba errores o pecados. También, el entendimiento del abuso sexual como la manifestación sexual de un abuso de poder.
Tristemente, los obispos de Chile no han captado ni dimensionado lo que está sucediendo: en la conferencia de prensa desde Roma, los obispos insisten en llamar errores a los delitos, no hay un reconocimiento sincero de sus responsabilidades intentando endosárselo al laicado cuando lo cierto es que el abuso y encubrimiento ocurre en contextos donde no tenemos acceso, y para rematar, el Arzobispo de Santiago no ha dado ninguna señal conducente a reparar a las víctimas, más bien, evita nombrarlas y se escabulle de las preguntas de la prensa.

En este panorama, no confiamos que de ellos venga la solución a los problemas que ellos mismos encarnan. El obispo Fernando Ramos dijo antes de comenzar los encuentros con el Papa que iban a Roma para ser «iluminados» por él, como si con eso dejaran de ser lo que han sido y de un momento a otro serían fuente de inagotable bondad.
Para consuelo de quienes hemos denunciado las malas prácticas del episcopado chileno, la opinión pública pudo ver cómo son en realidad: ante la crudeza de la carta del Papa, los obispos se presentaban sonrientes; ante el llamado a oración personal, no faltó el cardenal que golpeó micrófonos, recriminó a los periodistas y hasta se enojó al ser consultado por cartas escritas por él mismo.
La necesidad de renovación del episcopado, por tanto, es menester no sólo por los delitos cometidos y silenciados, sino porque impiden cualquier intento de trabajo proactivo lo que es más grave cuando para discutir los problemas de fondo en la iglesia chilena no basta sólo que los obispos hablen, sino que nos escuchemos también entre los laicos, sacerdotes, religiosas, diáconos y seminaristas. Hasta ahora, el interés por la Iglesia en Chile se ha centrado únicamente en víctimas y obispos, cuando es mucho más amplio.
Pero también debemos ser claros. Fue gracias a la labor de la prensa que nos enteramos de que hay obispos y superiores de congregaciones religiosas que han incurrido en delitos hasta ahora impunes. Si no fuera por la filtración a la prensa nacional, habríamos interpretado la renuncia de los obispos casi como un gesto heroico, pues el Papa junto con aparecer besando las mejillas del obispo Barros, hizo pública a través de la Sala Stampa una carta donde expresamente invita a los obispos a regresar a Chile a seguir construyendo una iglesia profética. Con la filtración, nos dimos cuenta que tuvo que ver más con la contundencia de los hechos criminales revelados.

Es por eso, que nos preocupa inmensamente que al renunciar todos se pueda diluir la responsabilidad penal de muchos. Hasta el lunes, se informaba que al menos un tercio del episcopado hoy en ejercicio, vale decir 11 de 33, están implicados con algún grado de participación en delitos. Sin embargo, cuando el Papa en la carta informa que hubo destrucción de evidencias que podrían aportarse en juicio, hace prever que tal vez ese número va en aumento.
Es por esto mismo que el Papa tiene la oportunidad histórica de sentar un gran precedente disponiendo esos antecedentes a la justicia chilena. Si en 2016 se rehusó a facilitar el expediente del caso Karadima, ahora que Francisco ha dado señalas claras a favor de las víctimas, es esperable que ante una nueva solicitud del Estado de Chile, la actitud sea distinta.
Si efectivamente se concretan renuncias, anhelamos que la situación del obispo Barros sea aclarada con prioridad. La diócesis de Osorno ha arrastrado una agonía demasiados años como para seguir en la nebulosa. El problema suscitado en la diócesis no es sólo un problema pastoral o parroquial, es sobretodo un enorme problema humano cuya solución es equivalente a un fino trabajo de relojería. Hay afectos que reconstruir, amistades que se vuelvan a saludar, familiares a visitar, emociones que canalizar y exonerados que reparar.
Pero en esto, la reconstrucción de la diócesis no pasa exclusivamente por el obispo, sino por toda la comunidad. Confiamos que en todo este tiempo, los corazones hayamos cambiado para que vivamos un nuevo Pentecostés. Un primer signo se vivió el viernes, pues después de tres años muchos volvieron a ingresar al templo catedral del cual fuimos expulsados. Fue una verdadera toma de posesión. ¿Preguntarán los obispos si las comunidades en sus diócesis quieren seguir siendo acompañadas por él?

Sin duda la mera remoción de personas no soluciona el problema que vive la Iglesia en Chile. Pero, ¿cuál es la crisis? Al respecto, hay múltiples respuestas. Por eso, más que esperar de Roma un decreto que nos solucione la vida, apostamos por sentarnos en una mesa todos los carismas que el Espíritu suscita en la Iglesia para poder escucharnos, consensuar diagnósticos y propuestas de solución. Hubo obispos que al Papa llevaron propuestas y análisis de la realidad, pero, ¿con quiénes lo consensuaron? ¿Su clero y laicado saben qué propusieron?
Convocar a todos, participar con todos, es clave para salir en esta encrucijada, pero no para autogobernarnos, pues cuando nos ensimismamos somos caldo de cultivo para abusos. Como cristianos debemos poner el oído en el Evangelio, un ojo en las decisiones eclesiales pero los pies en el barro, sirviendo al mundo, esa es nuestra fuente de autoridad. Ahora bien, preciso que es importante un ojo en la toma de decisiones eclesiales, pues la historia demuestra que si nos desentendemos de cómo se fraguan las decisiones en nuestra Iglesia, una especie de Laissez Faire eclesial, se producen escándalos que al paralizarnos y deslegitimarnos, se impide lo esencial, la evangelización.


