Víctor Manuel Fernández

Homilía en la toma de posesión de La Plata

"La arquidiócesis debe ser un poliedro, como dice Francisco"

Homilía en la toma de posesión de La Plata
Monseñor Víctor Manuel Fernández

Quiero agradecer todo lo que hecho Mons. Aguer en estos años, y no pretendo sustituir su capacidad y su sabiduría

«Cuando digan sí, que sea sí», dice el Evangelio. Quiero renovar ante ustedes mi sí a Jesucristo, y pedirle que este sí sea firme, sea real, sea un sí con todas mis fuerzas y con toda mi vida. Pero también quiero decir sí a este llamado que me hace ahora, y ese sí es también una nueva alianza en mi vida, una alianza con el pueblo de Dios en esta arquidiócesis de La Plata. Y También le he pedido a Dios que este sí sea real, convencido, apasionado. Quiero vivir aquí, quiero ser de aquí, quiero hundir mi camino en este lugar y dejar mi vida entre ustedes.

El contexto de esta celebración no es el mejor por lo que ocurrió en nuestro país hace dos días. Es inevitable mencionarlo. Se habla de salud pública. Pero en Argentina hay alrededor de 240 muertes maternas por año. De esas, más del 80% no son por aborto. Porque más de 200 mujeres mueren porque llevan su embarazo desnutridas o enfermas.

Nadie se ocupó de ellas en estos días y se votó un proyecto de ley que habilita aborto gratuito también para las ricas. Tampoco se definió un sistema de acompañamiento para embarazos no deseados, de asistencia a las mujeres pobres, de facilidades para la adopción y de tantas otras posibilidades que podrían ayudar a resolver muchas situaciones sin la muerte de los pequeños. Aquí, como se dice en el interior, se agarró el chancho por la cola, se acudió a una receta fácil que lleva más de medio siglo en la legislación mundial, se copió a tontas y a locas (copy paste) y se perdió la gran oportunidad de pensar una legislación más integral con un poco de creatividad.

En otros momentos muchos daban la vida por la defensa de los pobres, por un mundo más justo, por la paz y la justicia. Ahora parece que habilitando el aborto estamos salvando el planeta. Esperemos que nuestros senadores hagan la diferencia proponiendo algo mejor. Y no permitan que los traten despectivamente de conservadores cuando representan a ese interior profundo que ama a los pequeños.

Porque no es conservador defender la vida. No es conservador defender los derechos humanos hasta el fondo, hasta tal punto que no se los neguemos a los más frágiles e indefensos de los humanos.

Pero más allá de todo, a los creyentes nos mueve la esperanza, y no tenemos que cansarnos de correr hacia adelante, sembrando el Evangelio lleno de bien y de belleza.

Porque el mal no se vence con violencia, con tristeza o con lamentos, sino sembrando más bien y más belleza. A los jóvenes les pido que no se dejen vender sueños falsos: empiezan con el aborto, siguen con la despenalización de la droga, siguen con el alquiler de vientres. ¿Qué sueños son esos? Ustedes busquen el sentido de la vida, la fraternidad, la justicia, una vida digna para los pobres, y tantos valores por los que sí vale la pena gastar las energías y dar la vida. Y no se dejen vencer, porque el Señor les ofrece esperanza, alegría y fortaleza. Ningún esfuerzo hecho con amor será inútil, por más que las fuerzas del mal hagan mucho ruido. Por eso, aquí estoy.

Esta arquidiócesis, donde ahora me inserto plenamente, ya tiene 111 años y yo no puedo ignorarlo. Permítanme recordar al menos a algunos de mis antecesores, quienes, con sus límites humanos, dejaron su marca en la Arquidiócesis.

El primer obispo, en 1898, fue Mons. Mariano Espinosa, un hombre de gran pasión apostólica y ejemplar austeridad. Recordemos a Mons. Francisco Alberti, primer arzobispo y fundador de nuestro querido Seminario. Los dos tienen fama de santos.Y entre los últimos, Mons. Antonio Quarracino, amante de la cultura y preocupado por las políticas sociales. Mons. Carlos Galán, que completó las obras de la catedral y alentó el apostolado de los laicos. Finalmente Mons Aguer con su capacidad intelectual y su cultura. Con su palabra clara y directa resonaron muy fuerte sus reclamos sobre la ética pública o sobre la defensa de la vida. Sin dudas, él no dejará de ofrecer su aporte para enriquecer el debate público. Lamento que hoy no haya podido venir pero me alegra que el domingo la comunidad arquidiocesana le haya ofrecido una afectuosa despedida.

Pero, más que poner el acento en los obispos, quiero recoger toda la entrega del pueblo de Dios: tantos laicos, religiosos, religiosas, sacerdotes y seminaristas que amaron y que trabajaron por el Reino de Dios en estos lugares, entre ellos el padre Gross que murió hace pocos días. Para todos ellos pido un fuerte aplauso.

Hoy vengo a sumarme, es el momento de dejar mi aporte como obispo, y espero estar mucho tiempo aquí, así que les pido que me reciban, con mis límites, como el pastor que el Señor quiere darle a esta diócesis para acompañarla y conducirla, como el sucesor de los Apóstoles que Cristo les envía. Esto significa que yo también estoy llamado a dejar aquí lo mejor de mí. Y aunque mi intención es recoger todo lo bueno que se ha sembrado en este lugar durante tantos años, yo quiero más.

Quiero más fe, más vida en las comunidades, quiero más amor fraterno, quiero más y más de presencia de Dios, más mística, más contemplación, más caminos de paz, más fervor misionero, más alegría de seguir a Cristo. Aquí hay mucho de todo eso, pero vamos por más, o, como lo expresa San Juan de la Cruz: «Entremos más adentro en la espesura».

La primera lectura que escuchamos hoy dice: «Arrancaré una rama tierna y la plantaré en un monte elevado para que eche brotes y dé frutos». Este lugar es de algún modo un monte elevado, porque es una Arquidiócesis con mucho trabajo hecho, muchas cosas buenas, muchos logros realmente positivos. Y me siento como esa rama tierna plantada en la cima del monte para echar ramas y producir nuevos frutos.

Y el Evangelio nos habla de esa semilla que germina aun mientras el sembrador duerme y que aun siendo pequeña, por su propio poder se convierte en un árbol grande y fecundo. Por eso confío en Dios, que seguirá sembrando en este lugar a través de mí, y que producirá sus frutos más allá de mi atención y de mis capacidades.

Lo mejor es dejar actuar la semilla de Dios, y más que de hacer muchas cosas se trata de no ponerle obstáculos al Reino de Dios.

A veces los propios cristianos y los ministros somos esos obstáculos contra el poder del Reino de Dios a causa de nuestras negatividades, desánimos, melancolías, de nuestros lamentos, abulias y desencantos quejosos, entretenidos en tantas pequeñeces que nos distraen del gran anuncio. Esta arquidiócesis está llamada a ser ese árbol que despliega sus ramas llenas de vida y que acoge a todos, que da cobijo y consuelo.

Y porque Jesucristo quiere el bien integral de cada uno y el Evangelio tiene una dimensión social, entonces también quiero menos pobreza, menos injusticia, menos sufrimiento en las familias pobres, menos gente viviendo indignamente.

No es mi tarea resolver todos los problemas sociales. Para eso la ciudadanía ha votado a la Sra. Gobernadora y a los intendentes de las ciudades donde está situada la Arquidiócesis. Y para eso está el trabajo cotidiano de los laicos. Pero me tendrán a su lado cada vez que busquen genuinamente el bien de nuestro pueblo, cada vez que busquen caminos para que la gente viva mejor, para que haya trabajo, mejor educación, más cultura; para cuidar los derechos sociales y para todo lo que dignifique al ser humano. Porque, precisamente por ser cristiano nada que sea humano me es indiferente.

Ojalá esta hermosa ciudad de La Plata pueda tener hoy aquel empuje que la caracterizó en sus inicios. La fe no coarta ese impulso sino que lo alienta y le da razones profundas.

Recordemos La Plata que fue la primera ciudad de América Latina con alumbrado público, que tuvo una de las 10 destilerías más grandes del mundo, que nació con un trazado que le mereció dos premios de la Exposición universal de París, donde se destaca esta preciosa catedral, orgullo de todos los platenses, con sus delegaciones y barrios como Tolosa, Ringuelet, Gonnet, City Bell, Villa Elisa, Arturo Seguí, Villa Castells, Altos de San Lorenzo, Arana, El Peligro, Gorina, José Hernández, Lisando Olmos, Los Hornos, Melchor Romero, San Carlos, La Granja, Savoia, Villa Elvira, Etcheverry, Ignacio Correas, Villa Alba, Parque Sicardi, Parque Pereyra.

Y discúlpenle a un cordobés recién llegado si me falta alguno. Pero aquí llegaron tantos inmigrantes que se integraron a nuestras ciudades. Hoy reciben uno más.

Pero también sueño con un nuevo desarrollo para las demás ciudades donde se asienta nuestra Arquidiócesis. Para Ensenada, fundada como pueblo en 1801, que fue un gran puerto, sede de industrias importantes. Con Punta Lara, Villa Catella, Barrio UOM, 5 de mayo, Villa del Plata, Villa Ruben Zito, Cambaceres y todos los demás barrios.

Y para Berisso, capital del inmigrante, que comenzó como un lugar donde tantos encontraron trabajo y sigue siendo bendecida con nuevos inmigrantes. Con Villa San Carlos, Villa Zula, Villa Progreso, barrio Obrero, Villa Nueva y los demás barrios amados por Dios.

Y para Madgdalena, ciudad de la misericordia, que ya en 1776 tenía una capilla, y tuvo un párroco que integró la Primera Junta. Y para Punta Indio y Verónica, con su tradición de productores agropecuarios y todo eltanto cielo.

Cuánta vida y cuántas historias en estos lugares donde Dios nos puso. Que en todos los rincones de esta Arquidiócesis podamos ver progreso, trabajo y cultura, que nos hagan sentir agradecidos a Dios y felices con nuestros logros.

Sé que muchos me esperaban con afecto y me lo han manifestado. Aquellos que habrían esperado otro tipo de obispo, o que piensan diferente, quédense tranquilos, porque en la Iglesia hay lugar para todos y cada uno la enriquece con su propio aporte. La arquidiócesis debe ser un poliedro, como dice Francisco. Tenemos la misma fe y siempre podemos encontrar puntos de contacto para trabajar unidos, porque Jesús dice que donde dos o más estamos reunidos en su nombre allí está él. En su nombre estoy aquí con ustedes porque él es el importante.

Pero también quiero usar la autoridad que hoy recibo para ayudar al Papa Francisco a aplicar el programa que él ha dado a la Iglesia, para que, como él nos pide, nos concentremos en el anuncio fundamental del Dios que ama, que salva, que acompaña, que sostiene, que ayuda a vivir, que impulsa hacia adelante.

Siguiendo su propuesta quiero que la gente viva el consuelo y la fuerza de Dios, y espero de mis sacerdotes un corazón generoso y compasivo, capaz de estar cerca con el cariño y la comprensión del Señor, sacerdotes generosos para que más gente se encuentre con el amor de Jesucristo que consuela y fortalece. Porque si no es así para qué estamos los obispos y los curas.

Déjenme ahora que les diga brevemente algunas cosas de mí mismo, aunque no parezca elegante. Quiero que sepan cuáles son mis grandes inquietudes:
Me gusta mucho dialogar con todos, sean ateos, budistas, agnósticos. Pero soy incurablemente creyente. Lo soy desde niño y no puedo vivir sin Dios. Lo necesito como el aire que respiro y sé que mi destino no está en esta tierra. Mi felicidad estará cuando llegue feliz a los brazos de mi Padre Dios. Es como decía Carlos de Foucauld: «Cuando descubrí que Dios existía, me di cuenta que sólo podía vivir para él».

Y soy apasionadamente cristiano. Jesucristo es para mí el ser humano más coherente, más íntegro, más admirable y bello que pudo haber pisado esta tierra. Un hombre que lo dio todo, que se identificó con los pobres, con los últimos, con los descartados, y que espera que también lo hagamos nosotros, sus discípulos. Pero al mismo tiempo es más que humano, es el Hijo de Dios vivo que me rescata y me libera del vacío y del sinsentido. Es mi amigo que me sostiene con su gracia. Es fuente de paz, de alegría y de esperanza.

Pero también estoy convencido de que él actúa en su Iglesia, su Iglesia que es pecadora, limitada, llena de incoherencias y manchas, pero es su esposa, y a él le gusta derramar su luz y su poder a través de esa esposa que ama. Por eso yo confío y miro a la Iglesia, a esa Iglesia real, con ojos de fe. Y en este momento de la historia, así como llamó a Pedro ha llamado al Papa Francisco para que nos guíe y nos indique el camino. Yo confío en eso y me confío. Y por eso, si tiene que haber un programa para la Iglesia de La Plata ese es el programa que quiso proponernos el Papa Francisco en Evangelii Gaudium. Es un programa de gozo evangélico, de misión, de compromiso, ese es el programa.

También yo tendré que ser el rostro de una Iglesia en salida, más que de escritorio. Ciertamente, habrá varias mañanas que estaré aquí disponible para recibir a los curas, religiosos o laicos con responsabilidades pastorales, pero ante todo quiero estar en los distintos rincones de la Arquidiócesis. Por eso, empezaré a visitar todas las parroquias el mes que viene, sábados y domingos, hasta llegar a todas, y luego seguiré de visita permanente.

También tendré distintas asambleas con los sacerdotes, los laicos, religiosos y religiosas. Todo en orden a descubrir en comunión fraterna lo que el Señor nos está pidiendo en este momento histórico. Y siempre con alegría y esperanza, porque cuando Dios pide más es porque está dispuesto a darnos más.

Llego con respeto y reconocimiento a este lugar, sin obsesiones ni estridencias. Quiero agradecer todo lo que hecho Mons. Aguer en estos años, y no pretendo sustituir su capacidad y su sabiduría. Pero hay distintas etapas y ahora la Iglesia me pide que inicie una nueva y que aporte lo que yo he recibido de Dios.

Me confío a la acción del Espíritu Santo, creo en su poder, y tengo la certeza de que él me guiará para descubrir sus caminos en esta Arquidiócesis.

Creo también en fe que Dios me llama a hacer el bien en este lugar y que me ha preparado para estar aquí. Tuve una vida parroquial intensa de niño y de joven. Fui párroco 7 años en las periferias del interior de una ciudad cordobesa, y allí pasé los años más felices de mi vida. En Río IV fui formador del seminario, director de catequesis, asesor de movimientos, fundé un instituto de formación de laicos y producía un programa de radio. Luego fui elegido vicedecano y decano de la Facultad de Teología de Buenos Aires y finalmente Rector de la UCA. Estoy convencido de que Dios espera que vuelque toda esa experiencia en La Plata y espero que Dios me permita estar muchos años aquí dejando humildemente mi aporte.

Gracias a Dios tengo dos excelentes auxiliares, llenos de capacidades, generosos, entregados, conocedores de la Diócesis. Espero que puedan acompañarme al menos un tiempo en esta hermosa misión. Y necesito agradecer a Mons. Bochatey estas dos semanas de su tarea como administrador. No sólo se ocupó con notable eficiencia de una serie de tareas, sino que lo hizo con un espíritu de acompañamiento fraterno que lo enaltece.

No me gusta viajar mucho, prefiero estar arraigado, sentirme en casa en mi Diócesis. Pero tendré que ir la semana que viene a recibir el palio arzobispal de manos del Papa y apenas vuelva me lo haré colocar. Si Dios quiere el sábado 14 en esta Catedral nos visitará el nuevo Nuncio Apostólico para colocarme al palio, hecho con la lana de las ovejas del Santo Padre, y que significa la comunión de esta Arquidiócesis con el Papa y con la Iglesia universal. Así, ya con el palio de Arzobispo puesto no me faltará nada, y saldré a visitarlos para llevarles el Evangelio. Porque anunciar el Evangelio es la gran tarea de los Apóstoles y de sus sucesores.

Sé que nuestra Madre querida, la Virgencita de Luján, me va a acompañar. Y aquí en La Plata custodiamos el antiguo camarín de la Virgen de Luján, que cuando allá fue reemplazado, se trasladó aquí, a la iglesia de San Ponciano. Quisiera que sea un lugar de intensa peregrinación hacia la Madre que tanto nos quiere. También nos acompaña mi querido comprovinciano, el Cura Brochero, y esa mujer maravillosa que es la beata Ludovica, que albergamos en esta catedral.

Agradezco a mi familia que me apoya, aquí está mi hermano Emilio y su esposa. Y desde Córdoba me acompaña con su oración mi madre Yolanda de 92 años. Ella está contenta porque le dijeron que ahora tengo una iglesia muy grande, como se puede ver. Y también me dijo que mandara saludos a todos. De corazón doy gracias a los hermanos obispos que nos acompañan; también a los curas y fieles de mi diócesis materna de Río Cuarto y a tantos más.

Estoy contento, y creo que lo mejor que puede pasarles a ustedes es que un nuevo obispo llegue con ganas. Con ganas de evangelizar, de estar con ustedes, de caminar con ustedes y de hacer de esta Arquidiócesis una Iglesia local cada vez más viva y fecunda para la gloria de Dios. Gracias a todos ustedes por haber venido para acompañar el comienzo de esta nueva etapa. Que Dios los bendiga mucho.

Victor Manuel Fernández, arzobispo de La Plata


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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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