Si el Valle va a ser un centro que cotribuya a la recociliación, puede estar presidido por la cruz, pero no por un mausoleo construido para la mayor gloria de Franco
(Hilari Raguer osb, historiador).- ¿Qué hay que hacer con el Valle de los Caídos? Esta vez no estoy de acuerdo con mi amigo el profesor Santos Juliá, que ha dicho y repetido que hay que dejar que se acabe de degradar y termine como las ruinas de Itálica.
Yacen allí más de 30.000 españoles de uno u otro color, y también incoloros. La recomendación de la comisión constituida ad hoc por el gobierno socialista de Zapatero, de la que tuve el honor de formar parte, fue que hay que convertirlo en un centro de interpretación, de cara a la reconciliación, y en este sentido creíamos necesario que se sacaran los restos de Franco, que no es un caído de la guerra civil, y que los de José Antonio, que sí es caído de la guerra civil pero también causante de ella, se queden, pero no con los especiales honores que actualmente se le rinden.
Franco no fue solo uno de los generales que desencadenaron la guerra civil (aunque al principio no era ni mucho menos el principal, pero se encaramó rápidamente) sino que tiene la gravísima responsabilidad de haberla prolongado artificialmente. Alargar la matanza es el mayor de sus muchos crímenes, tan monstruoso que ni sus panegiristas ni sus acusadores se han dado cuenta de él.
A lo largo de la guerra civil Franco tomó una serie de decisiones que los generales de su entorno, y también los asesores alemanes e italianos, consideraban militarmente equivocadas, y que en realidad tendían a evitar un final rápido. Según el plan de Mola, Franco, con el ejército de África, tenía que dirigirse rápidamente a Madrid por Despeñaperros, pero se desvió por Extremadura.
Cuando el 21 de septiembre llega a Maqueda, deja Madrid y se dirige hacia el sudeste para liberar el Alcázar de Toledo, con lo que dio tiempo a que llegaran las brigadas internacionales y los tanques rusos, se fortificara la capital y empezara a formarse un ejército republicano disciplinado. Fracasado el asalto directo, había que cercar Madrid para que cayera, y a esto se encaminaba la ofensiva de Guadalajara, pero Franco la saboteó: a ambos flancos de las divisiones italianas tenían que atacar también sendas columnas españolas; los españoles no atacaron, y los italianos, que el primer día habían avanzado 40 km, fueron sorprendidos por la retaguardia por sus compatriotas comunistas de la brigada Garibaldi.
Ante las protestas italianas, Franco fingió enfadarse y destituyó (momentáneamente) a los jefes de las dos columnas que tenían que haber atacado. Siempre que los republicanos obtenían algún éxito, por mínimo que fuera, Franco tenía el puntillo de contraatacar inmediatamente. El único caso en que no lo hizo fue después de Guadalajara, porque la capital, aislada al cortarse el cordón umbilical de la carretera de Valencia, habría caído y habría sido el fin de la guerra, pues las cancillerías europeas (de las que dependía la victoria) esperaban la toma de Madrid para reconocer a los rebeldes.
El 4 de abril de 1938 el Cuerpo de ejército Marroquí, mandado por Yagüe, toma Lérida. El ejército republicano está en franca desbandada, el camino de Barcelona abierto, y la llegada a la frontera francesa sería el fin de la guerra, pero Franco desvía la ofensiva hacia el Maestrazgo y Valencia. «Toda resistencia organizada y persistente parecía improbable… En tan dramática situación – confiesan los historiadores militares franquistas Ramón y Jesús María Salas Larrazábal – Franco tomó una increíble decisión que suponía una nueva demora en el fin de la guerra».
Alemanes e italianos, convencidos de que con la ayuda que le habían prestado ya tenía que haberse alcanzado la victoria, atribuían estas decisiones de Franco a incompetencia.
No se les ocurría que Franco estuviera procurando deliberadamente que los españoles siguieran matándose. El diario personal de Goebbels, confidente íntimo de Hitler, refleja los comentarios del Führer: «Otra vez estancado el avance de Franco» (17 enero 1937); «Obtiene pequeñas victorias pero no avanza como debiera» (19 enero 1937); «Franco no avanza. ¿Será él realmente el hombre?» (24 enero 1937); «Franco está totalmente inactivo» (23 abril 1937); «Este conflicto español destroza poco a poco los nervios» (28 agosto 1937); «Ahora Franco ha de continuar atacando. El problema español no puede seguir abierto mucho más tiempo» (23 octubre 1937); «Franco lucha en los alrededores de Teruel. Se desangra allí. Y la gran ofensiva que tenía preparada se ha esfumado» (19 enero 1938); «Noticias de España: todo sigue igual. Esta guerra civil parece tenerse que convertir en una guerra de los Treinta Años» (15 diciembre 1938).
Por si alguien dudara aún de su propósito dilatorio, Franco lo confesó al embajador italiano, Roberto Cantalupo. En la audiencia de despedida, el 18 de abril de 1937, Franco le encargó que transmitiera fielmente al Duce lo que le iba a decir:
«No puedo tener prisa. Si antes no consolido la conquista espiritual de las poblaciones que tenemos detrás nuestro, es no solo inútil, sino hasta peligroso avanzar… Yo no puedo acortarla (la guerra) ni un día con respecto a su duración natural, o sea, con respecto a la hora en que la mayoría de los españoles estará contra el comunismo… Quien me ayuda tiene que saberlo… Sería muy peligroso que yo llegara demasiado pronto a Madrid, con una acción militar de gran estilo: antes he de tener la certeza de fundar un régimen, de poder instalar allí la capital de la nueva España».
El 2 de febrero de 1938 Mussolini, harto, lanza un ultimátum a Franco: «Si vos no queréis hacer crónica la guerra – con los enorme peligros, incluso de carácter interno, que esto significa – es necesario preparar una batalla de masas que desemboque en la destrucción del sistema enemigo. Una vez decidida, no ha de haber más retrasos fatales. Y, una vez iniciada, se ha de llevar hasta el final. Si este es vuestro plan, pedidme qué más puedo hacer por vos. Si éste no es vuestro plan, y esperáis de otros factores la decisión, queda claro que en un cierto momento la permanencia de los legionarios italianos se habrá de acabar, porque ya no tendría objetivo».
Pero Franco, que nunca había pedido hombres sino solo material, y que sabía muy bien que Mussolini, después de todo lo que había invertido en España en hombres y en material de guerra, y sobre todo después de la humillación de Guadalajara, no se retiraría sin participar en la victoria, no cedió a la amenaza. Se tomó dos semanas de tiempo (él nunca tenía prisa) y finalmente contestó a Mussolini que estaba pronto a dar «la batalla o las batallas decisivas que usted desea», pero que por el mal tiempo, propio de aquella estación, no lo había podido hacer; y, ya que le ofrecía ayuda, lo toma por la palabra y le pide más cañones antitanques, ametralladoras y fusiles ametralladora» (carta del 16 de febrero de 1938).
Franco y Mussolini
Que Franco alargó la guerra está ya fuera de duda, pero queda la incógnita del porqué de tan monstruoso propósito. Los historiadores generalmente opinan que Franco quería exterminar a todos los rojos. Pero alargando la guerra morían también blancos, de su ejército y partidarios suyos movilizados en el republicano. Él demostró muy bien que sabía cómo exterminar rojos en la zonas conquistadas, y en toda España al término de la guerra.
La verdadera razón es que quería forjar su mito personal y tener un poder absoluto y perpetuo. Si el golpe hubiera triunfado en unos pocos días, como los pronunciamientos decimonónicos, Franco era uno más del montón: le precedían Sanjurjo, Mola, Cabanellas y Queipo. Triunfando a los tres meses, ya era Generalísimo de todos los ejércitos y Jefe del Estado, pero era aún un primus inter pares. Pero al cabo de tres años de guerra, proclamada Cruzada, reconocido gracias a una hábil y obsesiva propaganda como Caudillo invencible y salvador de España, es un dios.
Cantalupo ya lo advirtió al llegar a Salamanca en febrero de 1937: «Todos le llamaban Caudillo, y el calificativo – sustancial anuncio de la dictadura -había pasado sin dificultad. Yo pensaba en Mussolini, que en 1922 fue llamado Duce, primero por algunos, después por muchos, finalmente por todo el mundo. Anda, trata de suprimir después esos títulos: sería menester una contrarrevolución, porque ciertas palabras, una vez entradas en la historia e identificadas con un mito, solo pueden derribarse con un movimiento armado».
Si ha habido jamás un genocida, ha sido Franco. Y si el Valle ha de ser un centro que ayude a los españoles a entender qué fue la guerra civil y contribuya a la reconciliación, puede estar presidido por la cruz, pero no por un mausoleo construido para la mayor gloria de Franco.