Gregorio Delgado del Río

La respuesta al abuso sexual del clero (I)

El enfrentamiento Müller-Collins

La respuesta al abuso sexual del clero (I)
Gregorio Delgado del Río

(Gregorio Delgado del Río).- Creo haber acreditado que la lucha contra el delito de abuso sexual del clero en la Iglesia católica ha supuesto, hasta ahora, una verdadera carrera de obstáculos. Tampoco he tenido que inventar nada especial. Era innegable que la respuesta de la Iglesia daba lugar, de modo permanente, a un auténtico contra testimonio evangélico. Así no se podía seguir por más tiempo. Era necesaria e improrrogable (sigue siéndolo) una reacción firme y, de este modo, intentar la recuperación de la credibilidad y fiabilidad pérdidas.

El camino de esta ineludible reacción, impulsado, sobre todo, por el papa Francisco (reconocemos otras actuaciones parciales anteriores en la buena dirección, particularmente de Benedicto XVI), se ha visto claramente obstaculizado por numerosas y poderosas resistencias interiores, que, en parte, todavía no están del todo apagadas. Cuando parecía que la respuesta, a pesar del tortuoso pasado, estaba situada definitivamente en la buena dirección, todo se vino abajo y de modo sorpresivo. Se abandonó la vía judicial como medio de exigir a los Obispos negligentes su responsabilidad por la ocultación y no colaboración (acción de responsabilidad). La promulgación del m.p. Come una madre amorevole (4 de junio de 2016) fijaría y concretaría lo que, personalmente, he interpretado como una debilidad manifiesta y como un paso atrás en la lucha. ¡Cómo serían las resistencias para que Francisco se desdijese de lo aprobado con su autorización en el Consejo de cardenales para la reforma de la Iglesia!

En este punto (expresamos, por supuesto, la valoración que nos merecía el referido motu proprio) terminamos nuestra anterior colaboración (La respuesta al abuso sexual del clero: Una carrera de obstáculos, en «Anuario de Derecho Eclesiástico del Estado», vol. XXXIII (2017), págs. 45-89). Han seguido, por supuesto, las silenciosas resistencias. La situación llegó a un punto sin retorno, se hizo insostenible y, al final, la presión existente estalló. Se cumplió el anuncio evangélico; «Porque nada hay oculto, que no haya de ser manifestado; ni escondido, que no haya de ser conocido, y de salir a luz» (Lc 8, 17).

La renuncia de Marie Collins (13 de febrero de 2017), miembro muy activo de la Comisión antipederastia, acompañada de la denuncia de las trabas a los cambios de ‘un pequeño grupo de la Curia’, supuso un gran escándalo y la expresión pública de algo que muchos sospechábamos. Tan fue así que el propio Prefecto de la CDF se vio directamente aludido y se sintió obligado a responder. Cayó, en mi opinión, en la trampa, se puso en evidencia y él mismo propició -si su trayectoria anterior no hubiese sido ya suficiente- la situación que acabaría con su relevo al frente de la CDF.

Siempre he entendido que las opiniones en la Iglesia -también y, desde mi perspectiva, con más razón- deberían ser libres y respetables, aunque, por supuesto, no han estado precisamente muy tuteladas ni garantizadas. Por esta razón, siempre he respetado que, individualmente, se expresaran posicionamientos en torno al tratamiento o a la respuesta de la Iglesia, encontrados entre sí. Más allá de la anterior salvedad y reconocimiento, creo que estamos, en realidad, ante un capítulo desgraciado (uno más) de las incomprensibles resistencias de ciertos sectores de la Iglesia (incluso con responsabilidades de gobierno) ante las reformas del papa Francisco. Resistencias especialmente llamativas, cuando, presuntamente, provenían, entre otros, del propio titular de una Congregación tan poderosa como la de la Doctrina para la fe, que tiene atribuida, con carácter exclusivo, la competencia, por razón de la materia, en este tipo de delitos más graves, y cuando está en juego (como siempre lo ha estado) la recuperación de la credibilidad y fiabilidad perdidas de la propia Iglesia.

Mi intención es huir, de modo expreso y explícito, de cualquier juicio de intenciones, de manifestar un simple estado de ánimo o de expresar sentimientos, más o menos fundados, sobre la gestión concreta de la CDF y de su entonces Cardenal presidente. Por esta razón, voy a tratar de fundamentar y objetivar algunos aspectos -desde mi óptica personal muy importantes- del ejercicio de la competencia que tiene la CDF atribuida en la materia y de cómo la ha ejercido a la vista de las lagunas existentes en la normativa substantiva y procesal. A partir de tal exposición, cada cual puede juzgar si la CDF impulsó la respuesta al delito de abuso sexual del clero en los términos y en línea con la orientación que quisieron imprimirle Benedicto XVI y, sobre todo, el papa Francisco. ¿Acaso, por el contrario, el entonces Prefecto de la CDF era, presuntamente, uno de los centros más activos de la resistencia a la respuesta que impulsaba el papa Francisco? El lector puede juzgar y formarse su propio juicio.

2. La renuncia de Marie Collins

Como expuso Vatican Insider, Marie Collins no ocultó, en su día, que «cuando acepté mi nombramiento en la Comisión en 2014 (…) dije públicamente que, si hubiera encontrado algún conflicto entre lo que estaba sucediendo tras bambalinas y lo que se decía públicamente, no me habría quedado (en la Comisión, ndr.). Y he aquí que este punto ha llegado. Siento no tener otra posibilidad que renunciar para mantener mi integridad». ¿Qué fue, en realidad, lo que la Sra Collins venía detectando, esto es, lo que, para ella, era una realidad que no podía aceptar salvo que claudicase en su integridad? Sin duda, apareció «una situación imposible», a la que «he asistido con desconsuelo», nos dijo en su momento.

Ella misma, según el citado portal, difundió en su cuenta Twitter la siguiente explicación: «Desde que comenzó el trabajo de la Comisión en marzo de 2014 me quedé impresionada por la dedicación de mis colegas y por los deseos sinceros del Papa Francisco de ofrecer una asistencia a la cuestión de los abusos sexuales del clero. Creo que la constitución de una Comisión, la propuesta de que participaran expertos externos para que la aconsejaran sobre lo que era necesario para dar mayor seguridad a los menores fueron sinceras. Sin embargo, a pesar de que el Santo Padre hubiera aprobado todas las recomendaciones que hizo la Comisión, hubo frenos constantemente. Esto sucedió debido a la resistencia por parte de algunos miembros de la Curia vaticana al trabajo de la Comisión. La falta de cooperación, en particular por parte del Dicasterio más estrechamente involucrado en el tratamiento de los casos de abuso, fue vergonzosa«.

Esto mismo -con términos diferentes- lo manifestó en otras declaraciones: «No podía quedarme. Después de tres años de ver continuamente que en la curia romana había quienes no apoyaban nuestro trabajo, quienes básicamente lo boicoteaban, sin responder siquiera a los requerimientos más elementales que planteábamos, padecí una profunda consternación, he sentido incluso vergüenza, y entonces decidí renunciar». En respuesta a otra pregunta, fue aún más explícita: «No quiero dar nombres porque no deseo perjudicar el trabajo de la Comisión vaticana hacia el cual todavía abrigo esperanzas y tengo expectativas. En cualquier caso, como escribí también en el momento en el que decidí dejar mi cargo, los pedidos que hice llegar a la Congregación para la Doctrina de la Fe no encontraban respuesta, eran casi siempre ignorados. En particular me hirió el hecho de que la recomendación de la Comisión de instituir un tribunal para juzgar a los obispos negligentes, aprobada por el Papa y anunciada en junio de 2015, no haya tenido ninguna continuación. Se encontró con problemas legales poco especificados y así el tribunal nunca se estableció. Todo esto es para mí motivo de aflicción y consideré sinceramente que lo correcto era hacerme a un lado».

Preguntada sobre las resistencias que más le habían lastimado, se manifestó así: «Ninguna por encima de las demás. Es más que nada una actitud general. Muchos episodios: a fines del año pasado, por ejemplo, presentamos una simple recomendación aprobada por el Papa a la Doctrina de la Fe, vinculada con un pequeño cambio de procedimiento en el contexto del cuidado de las víctimas y de los sobrevivientes. Pero el mes pasado me enteré de que en enero el cambio fue rechazado. Para mí es algo inexplicable» .

Por último, volvió de nuevo sobre su anunciada integridad en estos términos: «Existe el hecho de que a menudo se escuchan declaraciones públicas en torno a la profunda preocupación de la Iglesia por las víctimas de abuso, pero después en el ámbito privado el dato es que en el Vaticano hay quien hasta se opone a reconocer las cartas que le han enviado para tratar de resolver esta preocupación. El dato es que no faltan las resistencias y todo eso no es aceptable para mí» . «Parecía que una simple petición, pero más tarde me di cuenta de que este dicasterio (no señaló cuál) no iba a cambiar sus procesos, y que no iba a poner en marcha el sistema para contestar a estas cartas. Para mí, esa fue la gota que colmó el vaso«.

El Cardenal Secretario de Estado, Mons Parolin, se refirió a la renuncia de la Sra Collins en los siguientes términos: «Ha habido algunos incidentes que empujaron a la señora Collins a tomar este paso». A su vez explicitó que, por lo que él sabía, Collins había interpretado estos contratiempos como una falta de cooperación en la lucha contra la pederastia en la Iglesia por parte de algunos sectores de la Curia. Una falta de respaldo por la que «sintió que la única manera de reaccionar -incluso para ‘sacudir el árbol’ algo- fue de presentar su renuncia».

A nadie ha podido extrañar la situación en que se encontró la Sra Collins. Ya se sospechaba -con fundamento- de antemano, incluso mucho antes de acceder a la Comisión antipederastia. Si no había habido una respuesta de la Iglesia más contundente al grave contra testimonio era, sin duda, porque existían en el interior de la misma Curia romana (también en otros lugares) verdaderas resistencias. Su probable error pudo consistir en ignorar esta situación, creer que no era posible y decirse a sí misma que, en caso contrario, abandonaría. ¡Crónica de una muerte anunciada!

En todo caso, el relato de la Sra Collins avergüenza a cualquiera. ¡Cómo pueden ocurrir estas cosas en la Iglesia! La mentira, como dijo J.F. Revel, es la primera de todas las fuerzas que dirigen el mundo. También, la Iglesia. ¡Qué pena!

(Continuará)

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA
Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

Lo más leído