Antonio Aradillas

No a los obispos ‘sexólogos’

"El 'suspenso' en sexualidad debería ser nota obligada en la carrera eclesiástica"

No a los obispos 'sexólogos'
Antonio Aradillas

¿De cuanto atrevimiento se precisa estar equipado para relacionar doctrinalmente episcopado con sexualidad en determinadas, anchas y significativas parcelas del ejercicio pastoral?

(Antonio Aradillas).- Tal y como están hoy los tiempos y las «concesiones-obsequios» de los títulos, universitarios o no, que exornan los «curriculum vitae» y los despachos de trabajo de «nuestras autoridades civiles, militares, políticas y aún profesionales», eximir de su recuento y ponderación documentada a las «religiosas», jamás será medida certera y adecuada.

El ambiente y el marco eclesiásticos parecen exigir títulos y predicamentos sublimes, como antesalas para la consecución de determinadas «canonjías», prelaturas, tratamientos y paramentos litúrgicos, por lo que también, y por aquello de la «humana fragílitas», no es de extrañar que se les exigiera a los poseedores y exhibidores de tales y tantos títulos divinos y humanos, la puntual comprobación y calificación de todos y cada uno de ellos.

En conformidad con las noticias de las que informan los medios de comunicación social, relacionadas con la Conferencia Episcopal Española y sus miembros, sus adoctrinamientos y hazañas religiosas no dan la impresión de ser merecedoras de titulares y cabeceras de primera página. Apenas si difieren unas de otras y de las generadas por otros. Son siempre-casi siempre- las mismas.

Actos de culto, nuevos y reducidos horarios de misas, procesiones y peregrinaciones, necesidades económicas -culto y clero- que precisan de urgente y generosa atención, calendario de reuniones de los movimientos parroquiales piadosos, recordatorio-obituario en sufragio de los benefactores, recuento de las colectas a favor de «Cáritas», son los «avisos» consuetudinarios que se imparten en homilías, hojas parroquiales y aún Cartas Pastorales , con asiduidad, fervor y «santo temor de Dios».

 

 

Pero de siempre, y destacados con generosidad, prosopopeya y solemnidad, en los tiempos recientes, sobre todo a determinados obispos «oficiales», fieles a la doctrina tradicional de la Iglesia, desde sus púlpitos, ambones y solemnidades sagradas con inclusión de las misas televisadas, cuanto se relaciona con la sexualidad y las sexualerías se hace ético-moralmente presente, con toda clase de argumentaciones, a propósito del cincuentenario -bodas de oro- de la publicación de la «Humanae Vitae», y de cualquier acontecimiento, aunque su recuerdo haya sido, o sea, más o menos forzado.

Para algunos obispos, el santo evangelio y todos y cada uno de los «Mandamientos de la Ley de Dios y de Nuestra Santa Madre la Iglesia» , se reducen a la sexualidad. Sexualidad e Iglesia se matrimonian virginal y celibatariamente en adoctrinamientos episcopales, hasta con el riesgo de que sus «excesos» puedan sugerir interpretaciones no del todo limpias y veraces. ¿Para cuando la santa y sacramentalizada experiencia, tal y como acontece en otras Iglesias, cristianas, al igual que la católica?

Hay obispos cuyos únicos títulos universitarios de su carrera, sugieren haber sido firmados en la Universidad Católica de Lovaina, que en sus tiempos discentes era la que eclesiásticamente contaba con tal asignatura, siendo propuesta como ejemplo y modelo de otras, que posteriormente habrían de promocionarse en el orbe católico. Certificaciones de otros tantos «Máster», cursillos y estudios especiales acerca del tema suelen completar la formación de la que hacen gala los miembros del episcopado a los que me refiero, y de cuyos gestos, relatos, palabras y anatemas tienen asidua y pontifical constancia tantos lectores y lectoras.

De la sexualidad y de su verdadera y compleja dimensión humana y religiosa, los obispos «no saben de la misa la media o mitad». Son ignorantes. Y además, están obsesionados, es decir, «no lo pueden alejar de su mente». Saben solo lo que leyeron. O lo que algunos y algunas les contaron «para tranquilizar sus conciencias», o porque nadie estaría dispuesto a escucharles. El «suspenso» en sexualidad es -debería ser- nota obligada en la carrera eclesiástica y en el adoctrinamiento que se dice cristiano. Destituir de tal enseñanza a los laicos, arrogándose -apropiándose- de tal magisterio, es una prueba más de la fantasiosa, orgullosa y soberbia omnisciencia sagrada de la que ellos -los obispos- se aseguran expertos y únicos y «oficiales» administradores.

 

 

¿Para cuando y cómo los matrimonios seglares, y los jóvenes, serán los adoctrinadores en la ética y en la moral, cristiana de verdad? ¿Cuándo y cómo a los obispos se les dictarán jerárquicamente «mónitums» eficaces para que se callen, pongan «punto en boca», o no «hablen por boca de ganso»? ¿Qué lugar e importancia ocupan en el evangelio cuanto se relaciona con la sexualidad- sexualería, sobre todo teniendo en cuenta el tiempo y el énfasis que algunos obispos le dedican «a la causa» y tal y como están hoy las cosas? ¿Qué consistencia, autoridad y misión pueden avalar no pocas lecciones episcopales sobre la sexualidad? ¿De cuanto atrevimiento se precisa estar equipado para relacionar doctrinalmente episcopado con sexualidad en determinadas, anchas y significativas parcelas del ejercicio pastoral?

Obispos -sexólogos es carrera o especialidad que no tiene presente y que además, tiene incierto futuro. El papa Francisco les abre las puertas, tanto tiempo infranqueables, al laicado, para que se adoctrinen y adoctrine «a quienes lo han de merecer», con experiencia, reflexión, estudios y la gracia de Dios.

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Autor

Jesús Bastante

Escritor, periodista y maratoniano. Es subdirector de Religión Digital.

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