Para el vocero de los laicos de Osorno, "estamos ante una Iglesia de humanos pero sin humanidad"

Juan Carlos Claret: «En Chile, estamos en presencia de una crisis de amor»

"Ante las imperfecciones reales poco a poco nos fuimos constituyendo en una sociedad de perfecciones ideales"

Juan Carlos Claret: "En Chile, estamos en presencia de una crisis de amor"
Juan Carlos Claret

Una Iglesia así concebida ha permitido que un porcentaje relevante de sus jerarcas se hayan aprovechado de su posición asimétrica para abusar sexualmente de personas, no sólo niños, vulnerables

(Juan Carlos Claret, vocero Laicos de Osorno).- La Iglesia que peregrina en Chile está en crisis y de eso no cabe duda alguna. Durante años los obispos responsabilizaron a otros de la fuga masiva y constante de fieles: que la secularización, los masones, a la izquierda, los medios de comunicación, etc. Pero lo cierto es que mientras el catolicismo descendía en fieles desde comienzos de este milenio, proporcionalmente aumentaban nuevas expresiones de espiritualidad. O sea, no es que la sociedad chilena haya dejado de creer, más bien comenzó a rechazar la institución…

Cómo no hacerlo si hasta ahora y a pesar de las tres cartas del Papa y la petición de perdón que el pontífice realizó a la herida diócesis de Osorno, hay prelados que insisten en que quienes proponemos verdad, justicia y reparación para las víctimas, no somos personas de Iglesia.

Entonces, si no es de fe ¿qué explica la aguda crisis que tiene, entre otras cosas, a tres obispos investigados por la justicia y a todos los demás renunciados? En el fondo, muy en fondo, estamos en presencia de una crisis de amor.

Slalov Zizek realiza desde la filosofía un aporte a esta afirmación. Para él, en un mundo que consume café sin cafeína, crema sin grasa, cerveza sin alcohol, lo único que nos conecta con la realidad es el amor, pues ¿qué es lo que amamos sino las imperfecciones? Como Iglesia hemos perdido el sentido de la encarnación de Jesús y en lugar de amar a la gente construimos una Iglesia de humanos pero sin la humanidad. A esto parece que apunta el Papa cuando diagnostica una sicología de elite.

De esta forma, en lugar de hacer nuestras las alegrías y sufrimientos de nuestro Pueblo, preferimos quedarnos con quienes piensan igual a uno inhibiendo así los espacios de pensamiento crítico, a quienes nos interpelaban desde las nuevas realidades sociales preferimos marginarlos o lo que es peor, les decimos que vengan a misa los domingos y cuando están sentados en torno a la mesa, les negamos el pan. En definitiva, que vayan a otros con sus problemas.

En suma, ante las imperfecciones reales poco a poco nos fuimos constituyendo en una sociedad de perfecciones ideales. Y el costo de esto fue tremendo: dejamos de amar a la gente, y por lo mismo, si nos contaban sus sufrimientos, muchos decidieron no creerles; si sufrieron abusos, pusieron en duda sus testimonios y en fin, comenzamos a parir una cultura del abuso y del encubrimiento.

Pero, ¿tenemos tanta mala suerte los chilenos como para que nos tocaran sólo a nosotros obispos que abusaron, encubrieron, manipularon conciencias y destruyeron evidencias?

Los males que nos aquejan no son privativos de Chile, es una pandemia. Y ante esta, tal vez hay quienes no lo saben y otros prefieren no recordarlo, pero en 2010 hubo mucha gente, sobre todo teólogos y teólogas de la liberación, que hicieron campaña activa para que el cardenal Ezzati, hoy imputado por encubrimiento, llegara a ser Arzobispo de Santiago. Su paso por Valdivia y Concepción era reconocido y valorado. Se perfilaba como un obispo que podía ponerle rostro humano a una Iglesia que comenzaba a ser sacudida por los escándalos de abusos.

Pero ahora, escucho a varios ex fieles del cardenal preguntarse ¿Era Ezzati alguien intrínsecamente malo y no nos dimos cuenta? ¿Aparentó ser bueno para llegar a ser arzobispo? Ante ambas preguntas replico ¿acaso no era esperable que cualquiera que llegara a tal puesto, actuara de la misma manera?

Tras la renuncia colectiva de los obispos, la discusión pública se ha centrado en quiénes se quedan y quiénes se van. Identificar a aquellos malos mensajeros que le mintieron al Papa que se dice desinformado, es una prioridad. Pero, ¿estamos escudriñando las causas de tantos escándalos? ¿No serán los abusos la consecuencia de un problema anterior?

El entramado canónico y eclesiológico que rige a toda la Iglesia se configura desde una concepción asimétrica de la autoridad: El cura tiene acceso a todo lo del laico pero no al revés; el obispo sabe todo lo del cura pero éste no de aquel y, finalmente, el Papa sabe todo acerca de los obispos pero estos no están en la misma posición. O sea, hemos construido una Iglesia donde quien detenta poder dentro de ella tiene uno absoluto, y como lo dijo Lord Acton en su momento «el poder absoluto corrompe absolutamente». Por tanto, un mal a combatir es la jerarquización de la experiencia de fe.

Cuando he dicho esto en algunos círculos eclesiales me han acusado de querer abolir el clero… esta reacción es la confirmación del problema: ¿de dónde viene la idea de que clero equivale a jerarquía? ¿No es el diaconado, el sacerdocio y el episcopado un carisma, un servicio a la comunidad? ¿De dónde salió que son los mandamases?
Una Iglesia así concebida ha permitido que un porcentaje relevante de sus jerarcas se hayan aprovechado de su posición asimétrica para abusar sexualmente de personas, no sólo niños, vulnerables.

Como los obispos parecen no entender el concepto de delito ni de crimen y para que no aleguen no darse por enterados, lo que quiero expresar es que el delito del abuso no es sólo un pecado contra el sexto mandamiento (actos impuros), sino que es también un pecado contra el primer mandamiento (amar a Dios), porque el abusador manipula la conciencia de su víctima invadiendo el sagrario más íntimo donde la persona se encuentra con Dios (GS 16) para terminar reemplazándolo por el Dios construido a su medida.

De esta manera, cualquiera que sea diácono, cura, obispo o Papa experimenta constantemente el riesgo de ejercer un poder descontrolado. ¿Rinden cuenta los obispos? ¿Hay acceso a sus decisiones económicas? ¿Hay justificación de sus decisiones? ¿Somos consultados acerca de cuestiones trascendentales para la vida diocesana? Como el poder se ejerce absolutamente, personas que pueden ser reconocidas por su trayectoria pastoral pueden terminar siendo desconocidas por aquellos que los estimaban. En último término, lo único que queda en limpio es que quienes han sufrido los embistes del poder, víctimas y laicado principalmente, tienen claro los caminos de solución ante el desconcierto de quienes comienzan a ver su comodidad y estatus en entredicho.

Así, ser parte de una institución que no tiene contacto con las imperfecciones humanas y por tanto que impide la capacidad de amar, y dirigir la misma institución en base a un entramado que sólo se encarga de reciclar poder, hace probable si no inminente la crisis de cualquier comunidad, como lo es hoy en día la Iglesia en Chile.

Por lo mismo, ante el escenario actual que es observado por la comunidad internacional, la mirada no sólo puede quedarse en el cambio de obispos, porque puede ser y ojalá así sea, que aceptándole la renuncia a todos ellos, con el tiempo lleguen obispos más buena onda pero que al cumplir con sus obligaciones cometan las mismas prácticas propias de un poder absoluto.

Lo anterior toma mayor urgencia cuando Ezzati ya comienza a despedirse y el laicado junto a la prensa nos desvivimos por levantar candidatos al principal Arzobispado. Muchos ven en Jordi Bertomeu al idóneo candidato, pero por más virtuoso que sea él si, por ejemplo, la misma Iglesia le exigirá juramentar «no revelar a nadie lo que se me confíe en secreto ni divulgar aquello que podría acarrear daño o deshonra a la Santa Iglesia» para recibir el capelo cardenalicio como lo ha hecho con todos los cardenales, todos los sufrimientos de las víctimas y todo el testimonio dado para generar los cambios que hagan de la Iglesia una institución menos peligrosa, habrán sido en vano: ¡cuidado con querer cambios para que nada cambie, y declararnos satisfechos con eso!

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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