Mario Moronta

Diálogo de la Iglesia con el mundo

"La Iglesia, en el mundo, a través del diálogo, tiende puentes y derriba muros"

Diálogo de la Iglesia con el mundo
Monseñor Moronta Agencias

En todo momento y aún en las más dificultosas situaciones, hay un lenguaje propio de la Iglesia que nunca debe faltar en su actitud de diálogo: el lenguaje del amor

(Mario Moronta, obispo de San Cristóbal).- DIALOGO DE LA IGLESIA CON EL MUNDO.
1. INTRODUCCION.
Nos encontramos ante un tema que ha sido desarrollado de diversos modos en los últimos años. Los tiempos del Concilio nos abrieron las puertas para una reflexión directa y creciente acerca del mismo. Si bien es una realidad que ha sido asumida desde sus inicios, es la reflexión teológica de los últimos años la que ha profundizado y ha ido delineando los rasgos teológico-pastorales de esta realidad. La Iglesia siempre ha estado en el mundo y ha debido abrirse paso en medio de él para poder cumplir su misión propia: evangelizar. Evangelizar implica ir al mundo, a todas las naciones, para ofrecerle el mensaje siempre renovador del Evangelio. Para ello, no sólo ha debido encarnarse en ese mundo donde va a encontrar a la gente, sino descubrir en sus naciones, en sus culturas, en sus propias circunstancias históricas todo aquello que debe conocer para poder ser fiel a su misión. A la vez, debe sintonizar con el mundo donde ha de edificar el reino de Dios, sin renunciar a lo que le es propio

En esta línea, la Iglesia, siendo fiel a la misión que Cristo le entregó, no puede separarse del mundo, ya que es en él donde ha de realizar dicha misión; pero tampoco necesita identificarse con él, porque tiene una identidad propia. Lo que ha de hacer es entablar un diálogo con la humanidad que vive en el mundo, a fin de hacer efectivo el anuncio del Evangelio de la salvación. En esta perspectiva, la Iglesia dialoga con el mundo y le da a dicha acción la caracterización de DIALOGO SALVIFICO.

Desde los inicios de la presencia de la Iglesia en el mundo, ha debido encarnarse en culturas y naciones con sus propias identidades; la Iglesia ha debido conocer todo lo referente a la humanidad que evangeliza y así poder proponerle y contagiarle de los valores del Evangelio. Es la misión que busca extender el reino de Dios y hacer sentir la fuerza liberadora de la Nueva Creación. En este mismo sentido es cómo podemos enmarcar la así llamada «inculturación» del Evangelio, con sus consecuencias.

Sin embargo, la Iglesia, al hacer este camino de presencia en el mundo con el cual debe dialogar, ha debido vencer dos grandes tentaciones que en todo momento se le han presentado, con variopintas expresiones: o identificarse con el mundo y así perder lo que le es propio; o huir de él, encerrándose en sí misma también con sus efectos nada favorables a la misión evangelizadora. Además de contar con la fuerza del Espíritu, desde Pentecostés, con la ayuda de sus pensadores, de sus miembros y de sus pastores, la Iglesia ha debido -como de hecho lo ha realizado- dar respuestas para un relacionamiento adecuado con el mundo, donde evangeliza. Y todas esas respuestas, pueden sintetizarse en lo que llamamos el DIALOGO SALVIFICO DE LA IGLESIA CON EL MUNDO.

Por otra parte, la misma Iglesia tiene que vencer las actitudes que impiden ese diálogo y que muchas veces son asumidas y escondidas en las tentaciones antes mencionadas. Una actitud de encerramiento, considerándose única, terminada y perfecta, actitud de condena a todo lo que signifique estar en el mundo; actitud de dominio, pensando que está sobre todo y no aparecer como servidora… Frente a esas actitudes, en la misma actitud de diálogo salvífico, como nos lo recuerda el Señor Jesús, la Iglesia debe mostrarse como servidora, sin copiar la actitud de quienes tiranizan las naciones y los pueblos.

Habida cuenta de esto, podemos dar algunos pasos para una reflexión que nos permita adentrarnos en algunas facetas del DIALOGO SALVIFICO DE LA IGLESIA CON EL MUNDO, para poder concluir con algunas propuestas de carácter pastoral.

2. DOS PREMISAS NECESARIAS: DIÁLOGO Y MUNDO.

Para poder adentrarnos en el tema y lograr una síntesis teológico-pastoral, hemos de tener muy en cuenta dos premisas necesarias e irrenunciables. Lo que significa «Diálogo» y lo que quiere entenderse por «mundo». Para ello, vamos a buscar las raíces en la Escritura y en el Magisterio de la Iglesia. Esto nos permitirá delimitar adecuadamente el tema que tenemos entre manos.

a) Diálogo.

Generalmente, al hablar de diálogo, solemos referirnos a la conversación entre dos personas, con el fin de comunicarse mutuamente, compartir ideas y opiniones y así lograr un alto nivel de entendimiento y comprensión mutua. Es la manera como podemos conseguir la comunión de las existencias. Lo contrario al diálogo es la ruptura que se da porque hay un encerramiento o la imposición de ideas o también cuando se quiere imponer condiciones por parte de alguno de los participantes. Desde este horizonte, todo diálogo supone el encuentro de, al menos dos personas. Es característica propia de toda persona humana.

En el ámbito de lo religioso, la palabra DIALOGO tiene que ver con la inter-comunicación entre el creyente y la divinidad. El creyente se dirige a Dios para alabarlo, pedirle, y escucharlo. La divinidad, también se manifiesta a través de intermediarios y hechos (por ejemplo la creación o acciones históricas). En nuestro caso, habida cuenta de la tradición recibida del Antiguo Testamento, el diálogo con Dios conlleva la realidad sacramental de la Palabra, tanto la que viene de Dios, como la que sale del ser humano. En ello, se hace patente la REVELACION (que se presenta en términos de VERDAD). Esto encierra la idea de transmisión de un mensaje (por parte de Dios) y de una escucha por parte del creyente; y, a la vez, la respuesta a ese mensaje por parte del creyente y la escucha de Dios a lo que se le transmite. Entonces podemos entender que la Biblia ofrece uno de los componentes del diálogo entre Dios y la humanidad: su Palabra. El otro componente es la aceptación de dicha Palabra.

Este diálogo se realiza de diversas maneras. Tampoco se excluye otras manifestaciones de la VERDAD, como por ejemplo la Creación, gestos de Dios en la historia, la Tradición. Por ello, es importante captar esas diferentes maneras con las que Dios se expresa hacia nosotros. Así lo da a conocer el autor de la Carta a los Hebreos en el inicio de la misma (Heb 1,1-4): Desde el inicio Dios habló de muchos modos, ahora lo hace de manera directa a través de su Hijo. No importa el lenguaje que hablemos. Dios emplea un lenguaje capaz de ser escuchado por todo creyente: es su HIJO, Palabra hecha carne (Jn 1,14). El encarna la VERDAD con la cual no sólo entra en diálogo con la humanidad sino que es capaz de transformarla hasta convertir a los seres humanos en hijos del Padre Dios. Así tenemos, la mejor manera que Dios emplea para dirigirse a nosotros: su propio Hijo, Palabra de vida. Y nuestra respuesta, aceptación de fe, se hace también de manera personal al convertirnos en testigos de dicha Palabra.

Con esto se cumple lo que encierra etimológicamente el vocablo diálogo: DIA (preposición que se traduce como «a través de», «mediante») – LOGOS (Palabra). El DIALOGO es lo que se logra a través de la Palabra. Si lo vemos desde el ámbito bíblico, podemos decir que el diálogo es lo que permite la alianza entre Dios y su pueblo: Dios que le revela su VERDAD de salvación y el pueblo que responde con su respuesta a la vocación o llamada que le llega por la Palabra. Los creyentes también tienen diversas maneras de expresar «su» palabra en el diálogo con Dios: la oración, la asimilación de la Palabra, la práctica del amor, el testimonio y el compromiso evangelizador.

Ahora bien, ¿cómo podemos entender un diálogo con el mundo? Ya hablaremos lo que significa «mundo». Pero podemos adelantarnos a las primeras conclusiones de lo que significa Diálogo con el mundo. En primer lugar, es hacer al mundo (la humanidad, las culturas, las naciones) interlocutor de Dios por medio del anuncio de la Palabra. En segundo lugar, propiciar una respuesta del mundo hacia esa Palabra. Y junto a ello, en tercer lugar, entrar en sintonía con el mundo, para incluso aprender de él, escucharlo y darle respuestas a sus inquietudes.

b) Mundo.

Cuando hablamos del mundo, sobre todo en el ámbito bíblico, nos conseguimos con un concepto lleno de complejidades. No es un concepto unívoco. Hay variadas maneras de entenderlo. Desde el «kósmos» o universo donde se vive, hasta la sociedad concreta que acoge a las diversas comunidades y personas; con la idea de un ambiente propio de determinadas personas o instituciones (vgr. Es «el mundo de lo cultural», de «lo artístico», etc.) hasta la expresión de todo aquello que pone en peligro la moral de los hombres. Sin entrar en detalles importantes y por razón del tiempo de esta exposición veamos algunos de los conceptos que desde nuestro ámbito religioso y bíblico se desprenden del vocablo «kosmos» MUNDO.

(1) Mundo como universo creado: Génesis 1,1, ya nos permite sintetizar lo que con este concepto se encierra. «Los cielos y la tierra».
(2) Significación religiosa de «mundo». Como nos lo señala Leon-Dufour, hay dos maneras de ver religiosamente el mundo: El mundo, salido de las manos divinas, continúa manifestando la bondad de Dios. Dios, en su *sabiduría, lo organizó como una verdadera obra de arte, una y armónica (Prov 8,22-31; Job 28,25ss)1. Junto a esto nos conseguimos otra dimensión de mundo: Pero para el hombre pecador implicado en la tragedia, el mundo significa también la *ira de Dios, a la que sirve de instrumento (Gen 3,17s):2 Esta visión religiosa, desde el Antiguo Testamento, permitirá ver la historia de la humanidad desde la perspectiva de la salvación.
(3) Concepción neotestamentaria del «mundo»: El mundo es considerado como la «creatura excelente» de Dios, donde puede vivir la humanidad, creado por la acción de la Palabra (Cf. Jn 1,3.10). Pero no hay que quedarse con esa imagen, y hay que tener muy claro que el hombre, como imagen y semejanza de Dios, es superior al mundo. También el NT nos ofrece otra visión del mundo, con la cual se enfrenta Jesús y su acción pascual-liberadora: en su estado actual, este mundo solidario del hombre pecador está en realidad en poder de «Satán. El ‘pecado entró en él al comienzo de la historia, y con el pecado la muerte (Rom 5, 12). Por este hecho ha venido a ser deudor de la justicia divina (3,19), pues hace causa común con el misterio del mal que está en acción acá abajo. Su elemento más visible está constituido por los hombres que alzan su voluntad rebelde contra Dios y contra su Cristo (Jn 3,18s; 7,7;15,18s; 17,9.14…)3.
(4) Jesús y el mundo: Ahora bien, «Dios amó tanto al mundo que dio a su Hijo único» (Jn 3,16). Tal es la paradoja por la que se inicia para el mundo una nueva historia que tiene dos aspectos complementarios: la victoria de Jesús sobre el mundo malo regido por Satán, la inauguración en él del mundo renovado, que anunciaban las promesas proféticas4.
(5) Los cristianos y el mundo: En relación con el mundo se hallan los cristianos en la misma situación compleja en que se hallaba Cristo durante su paso por la tierra. No son del mundo (Jn 15,19; 17,17); y sin embargo, están en el mundo (11,11), y Jesús no ruega al Padre que los retire de él, sino únicamente que los guarde del Maligno (17,15). Su separación, por lo que se refiere al mundo maligno, deja intacta su tarea positiva frente al mundo que hay que rescatar (cf. ICor 5,10)5.
(6) En el NT, podemos encontrar, pues, tres matices al hablar de «mundo». El universo creado, el ámbito donde vive la humanidad («oikoumene»), la humanidad, el mundo de los hombres, objeto de la acción salvífica de Dios. En ésta última connotación nos encontramos con las dificultades ya mencionadas y que se sintetizan como «pecado del mundo»: la acción negativa del maligno, ante la cual encontramos la acción liberadora y pascual de Cristo, quien también se auto-define como la «luz del mundo» Dios ha enviado a su Hijo precisamente a este mundo que por su versatilidad ha sucumbido al pecado y a la ruina, lo ha enviado para que el mundo se reconcilie con el (2 Cor 5, 19 ss) Y en este cosmos, cuyo papel esta por terminar (1 Cor 7, 31) la comunidad convive con el mundo como signo de la presencia de Cristo. Por ello la relación de la comunidad con el mundo est determinada dialécticamente no puede ser una entrega sin reservas al mundo, pero tampoco una negación al mundo Los cristianos viven en el cosmos (1 Cor 5,10, Flp 2,15) y les es forzoso servirse del mundo, pero lo han de hacer como si no se sirvieran de el (1 Cor 7, 29 ss) De ahí que pueda asegurarse que pertenecen a la comunidad todas las cosas (ta panta) ya sea el mundo, o la vida o la muerte, lo presente o lo futuro, pero ella no pertenece al mundo, sino a Cristo (1 Cor 3, 21 ss) Con ello el mundo se ha convertido en campo de la obediencia y de la conservación de la fe Por más que esté ligada al mundo y tenga obligaciones para con él, la comunidad debe vivir en la libertad de Cristo y debe mantenerse libre del mundo y de sus disposiciones (cf Mt 17, 24 ss, 1 Cor 7, 10 ss)6. Juan opondrá en varias ocasiones el mundo a Dios.

UNA CONCLUSION DE AMBAS PREMISAS:

El mundo y Dios, el Mundo y la Iglesia en diálogo: Con lo anteriormente señalado podemos llegar a una primera conclusión que nos permitirá, entonces, adentrarnos más en la temática «diálogo Iglesia-mundo». Dios envía su Palabra para que el mundo crea; es decir, la humanidad. Es su Palabra la que ilumina y promueve el diálogo que apunta a la comunión entre Dios y la humanidad. Por eso, el mundo-humanidad está llamada a proponerle «su» palabra como respuesta en ese diálogo. Es «su» palabra de fe y de testimonio. La Palabra liberará al mundo de la oscuridad de quien quiere dividir («diábolos») y que quiere convertir al mundo en su forma de dominación: frente a él, aparece la Palabra del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

3. El por qué del diálogo Iglesia-Mundo: ECCLESIAM SUAM y GAUDIUM ET SPES.

Teniendo en cuenta las premisas anteriores, nos podemos preguntar y responder a la interrogante del por qué ese diálogo Iglesia-mundo. La respuesta la vemos al contemplar la misión de la Iglesia: evangelizar las naciones, por tanto hacer presente la Palabra del Dios que dialoga en medio del mundo, para también provocar la respuesta de la humanidad. La Iglesia al continuar la misión recibida de Cristo, y con ello actuar en su nombre, debe ser quien haga posible la apertura de Dios al hombre para comunicarle su VERDAD; y, en ella, ha de hacerse realidad ese intercambio por medio del cual Dios mismo toma de nosotros las palabras, los gestos, los comportamientos históricos y visibles («mundanos») como respuesta a la Palabra entregada y recibida. En ese diálogo se patentiza la novedad de vida que, por el bautismo puede recibir el hombre y así, entonces poder llenarse de los frutos salvíficos de ese diálogo.

Pablo VI nos ha regalado, en su primera Carta Encíclica, ECCLESIAM SUAM, los elementos para poder conocer mejor lo que significa el Diálogo Iglesia-Mundo; posteriormente, en el marco del Concilio Vaticano II, se nos ha dado la Constitución Conciliar GAUDIUM ET SPES. Allí en estos dos hermosos documentos hallaremos claras luces acerca de lo que es el diálogo Iglesia-mundo, siempre en relación directa con las premisas ya indicadas.

a) ECCLESIAM SUAM.

Pablo VI marca uno de los objetivos de su Pontificado: el diálogo. El punto de partida es el diálogo que Dios entabla con Cristo para poder deducir los elementos distintivos y característicos del diálogo entre la Iglesia y el mundo. El Santo Papa Pablo VI indica con claridad lo que debe hacer la Iglesia en relación a su misión en el camino del diálogo: La Iglesia debe ir hacia el diálogo con el mundo en que le toca vivir. La Iglesia se hace palabra; la Iglesia se hace mensaje; la Iglesia se hace coloquio. (Eccl.S. 27). No es un invento nuevo, sino una herencia recibida y que se debe continuar: convencidos de que el diálogo debe caracterizar nuestro oficio apostólico, como herederos que somos de un estilo, de una norma pastoral que nos ha sido transmitida por nuestros Predecesores (Ibidem).

El diálogo tiene unas características y ámbitos que no se pueden obviar:

(1) Es un Diálogo eminentemente salvífico. Nacido de la iniciativa del amor de Dios, se realiza en plena libertad, sin coacción alguna y sin acepción de personas. Está abierto a la universalidad de las naciones. Debe ser permanente y manifestarse en el hoy de Dios en la historia humana (Cf. Ibidem 29).
(2) Es un diálogo que sabe adaptarse a las condiciones del interlocutor, no discrimina ni separa; se realiza desde la actitud de servicio de la Iglesia. Pero nos parece que la relación entre la Iglesia y el mundo, sin cerrar el camino a otras formas legítimas, puede presentarse mejor por un diálogo, que no siempre podrá ser uniforme, sino adaptado a la índole del interlocutor y a las circunstancias de hecho existente; una cosa, en efecto, es el diálogo con un niño y otra con un adulto; una cosa es con un creyente y otra con uno que no cree. (Ibidem, n. 30)
(3) El diálogo es una manera de presentar la misión apostólica y evangelizadora de la Iglesia. Por ello debe ejercerse con claridad, mansedumbre, prudencia y confianza. (cf. Ibidem 31). Con el diálogo así realizado se cumple la unión de la verdad con la caridad y de la inteligencia con el amor. (Ibidem).
(4) El diálogo debe ser acompañado de apertura y capacidad de escuchar y aprender incluso de las opiniones ajenas (cf. Ibidem 32): La dialéctica de este ejercicio de pensamiento y de paciencia nos hará descubrir elementos de verdad aun en las opiniones ajenas, nos obligará a expresar con gran lealtad nuestra enseñanza y nos dará mérito por el trabajo de haberlo expuesto a las objeciones y a la lenta asimilación de los demás. Nos hará sabios, nos hará maestros. (Ibidem).
(5) El diálogo auténtico se hace con el dinamismo de la encarnación de Cristo: Desde fuera no se salva al mundo. Como el Verbo de Dios que se ha hecho hombre, hace falta hasta cierto punto hacerse una misma cosa con las formas de vida de aquellos a quienes se quiere llevar el mensaje de Cristo; hace falta compartir -sin que medie distancia de privilegios o diafragma de lenguaje incomprensible- las costumbres comunes, con tal que sean humanas y honestas, sobre todo las de los más pequeños, si queremos ser escuchados y comprendidos. Hace falta, aun antes de hablar, escuchar la voz, más aún, el corazón del hombre, comprenderlo y respetarlo en la medida de lo posible y, donde lo merezca, secundarlo. Hace falta hacerse hermanos de los hombres en el mismo hecho con el que queremos ser sus pastores, padres y maestros. El clima del diálogo es la amistad. Más todavía, el servicio. Hemos de recordar todo esto y esforzarnos por practicarlo según el ejemplo y el precepto que Cristo nos dejó (Ibidem 33).
(6) ¿Con quién dialogar? Siguiendo el ejemplo de Cristo quien no vino a condenar sino a salvar a toda la humanidad, el diálogo por parte de la Iglesia se abre a todos: Nadie es extraño a su corazón. Nadie es indiferente a su ministerio. Nadie le es enemigo, a no ser que él mismo quiera serlo. No sin razón se llama católica, no sin razón tiene el encargo de promover en el mundo la unidad, el amor y la paz. (Ibidem 35). Pablo VI nos señala los diversos círculos a tener en consideración para el diálogo:
Todo lo que es humano (Cf. Ibidem 36).
Los que creen en Dios. (Cf. Ibidem 40)
Los cristianos, hermanos separados (Cf. Ibidem 41)
Diálogo al interior de la Iglesia (cf. Ibidem 43).
El Papa, al concluir su primera Encíclica, contagia de ánimo y aliento a los miembros de la Iglesia, pues ve y considera el diálogo como parte constitutiva de la misión recibida de parte del Salvador, la Palabra de Dios para la humanidad. Por eso, manifiesta alegría y convicción de esperanza: Alegres y confortados nos sentimos al observar cómo ese diálogo tanto en lo interior de la Iglesia como hacia lo exterior que la rodea ya está en movimiento: ¡La Iglesia vive hoy más que nunca! Pero considerándolo bien, parece como si todo estuviera aún por empezar; comienza hoy el trabajo y no acaba nunca. Esta es la ley de nuestro peregrinar por la tierra y por el tiempo. Este es el deber habitual, Venerables Hermanos, de nuestro ministeri
o, al que hoy todo impulsa para que se haga nuevo, vigilante e intenso. (Ibidem 46).

b) GAUDIUM ET SPES.

El Concilio, como bien lo sabemos, constituye una revisión de vida acerca de su esencia y misión. Bajo la luz del Espíritu Santo, los Padres Conciliares van reflexionando sobre la vocación y misión, sobre el ser y el quehacer de la Iglesia en el mundo donde le toca vivir. Uno de los documentos importantes, la Constitución GAUDIUM ET SPES, señala el rumbo de la Iglesia y su misión evangelizadora en el mundo actual: con el cual debe mantener una relación de encuentro y diálogo. Así se sigue en continuidad el mensaje de Pablo VI y en herencia con el acervo doctrinal que se ha recibido.
Al iniciar el texto de esta Constitución, se deja claro que la Iglesia participa de todo lo que viven los hombres y mujeres en el mundo: Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón. La comunidad cristiana está integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla a todos. La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia. (G.S. 1).
La lectura atenta de esta Constitución nos brinda una serie de elementos en lo que se refiere al diálogo Iglesia-mundo:

(1) Delimitación del significado de «mundo»: Tiene pues, ante sí la Iglesia al mundo, esto es, la entera familia humana con el conjunto universal de las realidades entre las que ésta vive; el mundo, teatro de la historia humana, con sus afanes, fracasos y victorias; el mundo, que los cristianos creen fundado y conservado por el amor del Creador, esclavizado bajo la servidumbre del pecado, pero liberado por Cristo, crucificado y resucitado, roto el poder del demonio, para que el mundo se transforme según el propósito divino y llegue a su consumación. (G.S. 2).
(2) Conocer al mundo con sus esperanzas y dificultades: es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de la época e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y de la vida futura y sobre la mutua relación de ambas (G.S. 4)
(3) Necesidad de tener conciencia de los cambios profundos que se están dando en la humanidad, así como las aspiraciones e interrogantes que se le presentan a la humanidad. (CF. G.S 5-10)
(4) En la tarea dentro del mundo, la Iglesia debe hacer realidad la Nueva Creación, con sus efectos de tipo pascual: un cielo nuevo una tierra nueva (cf. G.F. 39).
(5) Por su misión, la Iglesia debe mantener un relacionamiento con el mundo. Este es la base del diálogo Iglesia-mundo (Cf. G.S 40). Hay todo un dinamismo escatológico que apunta hacia la plenitud (Cf. Ibidem) Al buscar su propio fin de salvación, la Iglesia no sólo comunica la vida divina al hombre, sino que además difunde sobre el universo mundo, en cierto modo, el reflejo de su luz, sobre todo curando y elevando la dignidad de la persona, consolidando la firmeza de la sociedad y dotando a la actividad diaria de la humanidad de un sentido y de una significación mucho más profundos. Cree la Iglesia que de esta manera, por medio de sus hijos y por medio de su entera comunidad, puede ofrecer gran ayuda para dar un sentido más humano al hombre a su historia. (Ibidem).
(6) La Iglesia, en su relacionamiento con el mundo, defiende y promueve la dignidad de la persona humana (Cf. Ibidem 41).
(7) La Iglesia anima a todos sus miembros a cumplir con sus deberes y así cooperar para que el mundo pueda alcanzar su perfeccionamiento: El Concilio exhorta a los cristianos, ciudadanos de la ciudad temporal y de la ciudad eterna, a cumplir con fidelidad sus deberes temporales, guiados siempre por el espíritu evangélico. Se equivocan los cristianos que, pretextando que no tenemos aquí ciudad permanente, pues buscamos la futura, consideran que pueden descuidar las tareas temporales, sin darse cuenta que la propia fe es un motivo que les obliga al más perfecto cumplimiento de todas ellas según la vocación personal de cada uno. (Ibidem 43).
(8) La Iglesia debe reconocer también la ayuda que recibe del mundo para el cumplimiento de su vocación y misión: Interesa al mundo reconocer a la Iglesia como realidad social y fermento de la historia. De igual manera, la Iglesia reconoce los muchos beneficios que ha recibido de la evolución histórica del género humano. (Ibidem 44)
(9) Desde estos horizontes, la Iglesia debe abrirse en todo momento al diálogo con todos los hombres, sin acepción de ningún tipo. (cf. Ibidem 92).

 

4. Desde el Magisterio Latinoamericano.

Veamos ahora lo que algunos de los documentos de las Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano y del Caribe nos presentan acerca del diálogo Iglesia-Mundo. Haremos sólo mención de los principales Documentos donde hay una mención importante acerca de la temática
a) Se debe fomentar el diálogo (M 16,22)
b) La Iglesia se abre al diálogo con diversos sectores de la sociedad
c) Características del Diálogo (P 1114)
d) Diálogo con los constructores de la sociedad (P 1226-1228)
e) Entre el Evangelio y la cultura (S 22)
f) Con la modernidad y la post-modernidad (S 24)
g) Entre las diversas cosmovisiones (A 56,97)
h) Con la ciencia y la tecnología (A 124)
i) Entre fe razón y ciencia (A 465-466. 495.498)
j) El mundo debe ser transformado (M 1 13). El amor es la ley que guía esta transformación (M 1,4)
Junto a estos textos, los que tienen que ver con la educación, la evangelización de la cultura y la inculturación que se encuentran en los diversos documentos de las Conferencias Generales del Episcopado; son una expresión de cómo la Iglesia debe realizar tanto el relacionamiento como el diálogo con el mundo, para brindar su aporte desde la realización de la Misión evangelizadora

5. Síntesis teológico-pastoral.

A partir de lo antes visto podemos sugerir una síntesis teológico-pastoral acerca del tema del diálogo Iglesia-Mundo. En primer lugar, es necesario reconocer que la Misión de la Iglesia, con su intencionalidad salvífica, se desarrolla no en medio de unos cuantos iniciados y privilegiados, sino en medio del mundo. El mandato evangelizador conlleva ir al mundo, a hacer nuevos discípulos y educarlos en la fe. (Mt 28, 18-20..). Así, la Iglesia que evangeliza está en el mundo sin ser del mundo; pero debe conocerlo para introducirse dentro de él y proponer el evangelio. Esto requiere asumir la inculturación del evangelio, tarea permanente de la Iglesia y que, continuamente está iniciándose y realizándose.

La Iglesia pone en práctica lo que ha aprendido de la pedagogía divina: Dios, desde la creación, ha dialogado en diversos modos, con la humanidad. Lo ha hecho fundamentalmente con su Palabra, la Verdad revelada que transforma y libera a los seres humanos de todo pecado y oscuridad. En Cristo, esa revelación, con la que dialoga Dios, se hizo presente por su encarnación. Con su Persona, mediante dichos, gestos y entrega testimonial, Jesús ha dado a conocer al Padre Dios y su designio para ayudar al mundo a ser liberado del pecado y aceptar la Nueva Creación. Después de la Ascensión y con la fuerza de Pentecostés, la Iglesia ha recibido el encargo de evangelizar: anunciar un Evangelio de vida y la edificación del Reino de Dios. Acción perenne dentro de ella y que no se impone, sino que conlleva el uso de la libertad tanto en ella como en quienes reciben su mensaje. Y, en el ejercicio de esa libertad, la Iglesia promueve el diálogo: habla y escucha, para entrar en sintonía. No sacrifica sus principios sino que los propone como luz del mundo y sal de la tierra, por medio del testimonio de cada uno de sus miembros.

En los tiempos más recientes, gracias al aporte de teólogos, Magisterio Pontificio y del Concilio Vaticano II, se han dado luces para comprender mejor lo que significa el diálogo entre la Iglesia y el mundo. El Concilio Vaticano II ha significado un cambio epocal en las relaciones entre la Iglesia y el mundo debido a la nueva impostación de sus relaciones recíprocas, las que desde siempre han sido complicadas y delicadas. Por lo tanto ante la Iglesia se han abierto nuevos horizontes y nuevas vías de evangelización y de diálogo con las realidades temporales7.

Quisiera destacar ahora algunos elementos importantes de lo que hemos de asumir en el diálogo entre Iglesia y Mundo:

a) Forma parte de la Misión evangelizadora, como ya hemos repetido varias veces.
b) Si bien el mundo presenta variadas caracterizaciones, es allí donde se realiza la evangelización y, por tanto, se hace patente la conseja del Señor en el evangelio: estar en el mundo pero sin ser del mundo.
c) Esto requiere, siguiendo la línea del Concilio saber conocer al mundo y leer los signos de los tiempos. Es parte de ese diálogo. Por otro lado, lo que ofrece la Iglesia en dicho diálogo es la Palabra de Dios que debe encarnarse: inculturarse y hacer que la Iglesia conozca las propias realidades del mundo donde la debe proponer. Esto también implica que la Iglesia se abre para conocer y aprender todo aquello del mundo que la pueda enriquecer.
d) Todos los miembros de la Iglesia deben estar dispuestos al diálogo con el mundo. Aquí juegan un papel preponderante los laicos, quienes tienen una vocación y misión en la Iglesia y en el mundo. Ellos, por su índole secular y con el empuje de su condición bautismal llamados a ser testigos en el mundo, han de ser los protagonistas principales en este diálogo.
e) El diálogo puede y debe establecerse en los diversos ámbitos que distinguen o caracterizan la sociedad y el mundo: lo político, lo económico, lo social, lo comunicacional, etc. Y, además, tener en cuenta los diversos grupos humanos de la sociedad: los jóvenes, los indígenas, los afroamericanos, los migrantes, etc. No se olvida la Iglesia de los ámbitos donde se encarna: lo rural, la cultura urbana, etc.
f) No hay que pensar que el diálogo se da sólo con los que no son miembros de la Iglesia. Con ellos hay que tener una gran apertura para realizarlo, teniendo en cuenta las indicaciones del Magisterio eclesial. Pero no hay que olvidar que muchos de los miembros de los sectores con los que hay que dialogar son miembros de la Iglesia: hay que hacerlo no con sentido excluyente, pero sí sabiendo que han de ser eco de dos realidades que se encuentran: el mundo y la Iglesia.
g) Es necesario recordar que en el mundo la Iglesia va a encontrarse con el maligno que va en contra de su misión salvífica. Este se disfraza de muchas maneras: por eso, fiel al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, la Iglesia ofrece un mensaje liberador a la humanidad. Esto constituye una nota distintiva del Diálogo salvífico.
h) Por otra parte, es necesario también tener muy en consideración que no todo lo que se va a conseguir en el encuentro con el mundo hace posible de manera adecuada y cómoda el diálogo. Hoy como ayer ha habido y hay tendencias que no corren por las mismas sendas del evangelio. Hay que conocerlas y no huir de ellas. En este sentido hemos de tener presente el secularismo, el relativismo ético, los sistemas filosóficos y hasta religiosos que a veces pueden estar en contra del evangelio, con el cual la Iglesia se acerca para iluminar, dialogar y proponer un camino de salvación.
i) Se debe tener también muy presente en el diálogo Iglesia-mundo todo lo referente a la escatología. La Iglesia actúa en sintonía con el misterio pascual y trata de contagiar lo que apunte a la perfección de la sociedad y del ser humano, plenitud que se propone y construye desde la historia pero con un claro objetivo: los cielos nuevos y la nueva tierra.
j) En todo momento y aún en las más dificultosas situaciones, hay un lenguaje propio de la Iglesia que nunca debe faltar en su actitud de diálogo: el lenguaje del amor, que todo lo puede como nos enseña Pablo.
k) La Iglesia debe preparar a todos sus miembros para ese diálogo: los pastores, porque han de sostenerlo, guiarlo y acompañarlo. Los miembros de la vida consagrada, porque han de ser el faro que proyectan los valores de la Palabra de Dios con la práctica ejemplar y continua de los consejos evangélicos. Los laicos han de ser muy bien preparados porque son protagonistas directos en el diálogo, como ya lo hemos señalado. Están en el mundo como miembros de una Iglesia que se atreve a dialogar evangelizando. En este campo hay mucho por hacer: generalmente a los laicos se les facilita una formación tendiente más a un servicio intraeclesial, pero poco hacia lo secular, cuya índole le es propia.
l) Se debe elaborar, junto a los programas de formación en este campo, planes y proyectos de acción pastoral para no llegar tarde, o para escapar o para prescindir. No es iniciativa de unos pocos, sino tarea propia de la Iglesia. Es función propia de los pastores animar y sostener a todos los bautizados. Y a los laicos, en particular despertarlos a esta realidad8.
m) Por último, y no menos importante, se debe dar pasos para ofrecer en el marco de la vida según el espíritu -la espiritualidad del pueblo de Dios- para poder darle una dimensión sobrenatural a este trabajo de diálogo een y con el mundo. La Palabra de Dios nos ayuda, así como experiencias propuestas por el Magisterio y por algunos «padres espirituales» de todos los tiempos.

6. Algunos desafíos y una propuesta.

Podemos pensar en dos grandes desafíos que se le presentan a la Iglesia en su tarea de dialogar con el mundo:

a) El desafío de la comunión. Esta es una nota característica de la Iglesia y que no se puede obviar nunca. Confesamos que la Iglesia es UNA. Y esa unidad es necesaria para poder crear y mantener la comunión. Una Iglesia fracturada en su comunión no puede realizar el diálogo: sencillamente porque estará preocupada por las facciones internas, por las tendencias que se quieren imponer, porque no puede acoger fraternamente a los que se siente aislados o separados. Para que haya actitud de diálogo debe acrecentarse la comunión en la Iglesia. Precisamente porque el diálogo apunta a un encuentro para crear comunión y sintonía con el interlocutor: el mundo, la sociedad, la humanidad. Es un desafío primordial que debe ser asumido con decisión y parrhesía.
b) Desde la comunión, quien dialoga -en este caso la Iglesia- debe atender a una serie de requerimientos. Son condiciones no para imponer caminos estrechos, sino para una auténtica realización del encuentro dialogante de la Iglesia con el mundo. Luis González-Carvajal, nos los indica, como lo vemos a continuación:

Es necesario que el diálogo se realice en un ambiente de comprensión y «simpatía». Así se pondrá entre paréntesis nuestro modo de ver las cosas y se podrá intentar ver lo que los ojos del interlocutor contempla.
El diálogo debe hacerse en un contexto de búsqueda.
Se debe realizar con la actitud de reciprocidad: no puede haber posiciones de superioridad o prepotencia

Debe hacerse con sinceridad: buscando la verdad y sin imponerse uno en contra del otro.9

Asumir todos los desafíos y hacer realidad el diálogo Iglesia-mundo, conlleva una vivencia espiritual. Ya lo señalamos. Por eso, ahora, a modo de conclusión podemos ver un texto que nos puede servir, entre otros del Evangelio y del Nuevo Testamento para orientarnos y, por qué no, llenarnos de entusiasmo. En el texto de la «Oración sacerdotal», Jesús se dirige a su Padre para hablarle de sus discípulos que no son del mundo, aunque están en el mundo. Jesús pide al Padre los sostenga y proteja: por eso ruega que los consagre en la Verdad. La Verdad es la que libera y enrumba al ser creyente por las sendas de la salvación.

En el mundo, los cristianos tienen que vivir según los criterios del evangelio. Así como el Padre y Jesús constituyen una cosa, así debe suceder entre los discípulos de Jesús: «Que sean uno como Tú y Yo lo somos, Padre». Sólo así el mundo podrá creer. Es con la comunión fraterna entre sí, y la comunión con Dios como se podrá hacer más efectivo el diálogo con el mundo. Es decir, se hará posible que el mundo crea: uno de los efectos del diálogo.

Aquí se encierra todo lo que tiene que ver con el ecumenismo. Pero también el signo que deben mostrar los cristianos para poder dialogar con el mundo. Si con el diálogo se busca contagiar la salvación, se ha de hacer desde el testimonio de la comunión. Una Iglesia con tensiones divisorias y separaciones necias no podrá nunca dialogar…. Y hoy más que nunca es tiempo de diálogo. La tarea es conocida, los desafíos también, la respuesta ha de ser clara y darse en el nombre del Señor.

LA IGLESIA, EN EL MUNDO, A TRAVÉS DEL DIÁLOGO, TIENDE PUENTES Y DERRIBA MUROS.

+Mario Moronta R., Obispo de San Cristóbal.

Medellín, 23 de agosto del año 2018.

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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