Andrés A. Fernández

La Iglesia-Institución ha muerto. ¡Viva la Iglesia-Pueblo de Dios!

"Urge que iniciemos el camino de conversión institucional"

La Iglesia-Institución ha muerto. ¡Viva la Iglesia-Pueblo de Dios!
Andrés A. Fernandez

En los inicios de la Iglesia, la Iglesia que peregrinaba en el mundo era la Iglesia como Pueblo de Dios. Y a eso tenemos que volver. Es más, a eso vamos a volver, quiéranlo o no...

(Andrés A. Fernández).- Los acontecimientos que se suceden en la Iglesia (y los que están por suceder), y las graves repercusiones que éstos tendrán para la credibilidad de la institución eclesiástica, y sobre todo el daño que están ocasionando (y que ocasionarán) a toda la Iglesia, han abierto un proceso (creo que irreversible) hacia el ocaso final de «algo» que está acabando, muriendo; de «algo» que termina y de «algo» que está todavía por nacer…

El «fin de era» es un tema, por cierto, discutido desde hace ya tiempo por los filósofos y psicólogos sociales, que postulaban ya lo que algunos llamaban el «fin de la era metafísica», el ocaso de las verdades absolutas, claras y distintas, filosóficas, físicas, morales, o de cualquier orden, así como el fin de las instituciones encargadas de su salvaguarda. Esta teoría del «fin de era», ha cobrado actualmente especial fuerza como consecuencia de los escándalos clericales y la crisis de credibilidad de la institución eclesiástica, confirmada y ratificada por ellos (pero que ya venía de mucho tiempo antes…). Pero incluso, como digo, antes de que los escándalos saltaran a la prensa (que no quiere decir que no los hubiera), el «final de era» estaba ya cantado de antemano. Por todo ello, no es aventurado pronosticar el final de la institución eclesiástica, que, como creación fundamentalmente humana, tenía sus días contados desde su progresiva constitución. La institución eclesiástica estaba ya gravemente tocada, y los escándalos clericales le han dado la puntilla.

Pero el problema añadido es que la institución eclesiástica se apropió de todas las esencias eclesiales de la Iglesia fundada por Cristo («Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi institución eclesiástica…»). Lógicamente, desde esta autoconciencia de «filiación divina», el proceso de hipostatización estaba dado con el paso de los siglos, y unido a una sugestion global de reverencialismo institucionalista, que ha condicionado la mente del Occidente cristiano por más de 1500 años (cuando vuelvo a ver imágenes de la silla gestatoria, me echo a temblar…) la Iglesia de Cristo quedó reducida a la institución hipostática de poder eclesiástico, que es lo que hemos conocido durante más de 1500 años, y que a todas luces ha llegado a su fin. La Iglesia-Institución, podemos afirmar sin arriesgarnos demasiado, ha muerto.

Pero… ¿a esto se reducía la Iglesia fundada por Cristo? ¿A una institución de poder eclesiástico?

En ningún sitio está escrito que el Señor fundara una institución. El Señor fundó «La Iglesia», Su Iglesia, que es un concepto místico y espiritual, no institucional. Y así empezaron los primeros siglos de la historia de la Iglesia: pastores y ovejitas, pastores y fieles, muy en comunión. Tan es así que en muchas ocasiones, los pastores, los obispos, incluso los papas, eran elegidos por el mismo Pueblo de Dios. Los primeros tiempos de la Iglesia fueron los tiempos de la Iglesia-Pueblo de Dios, que es, a mi juicio, lo más aproximado a lo que el Señor quiso fundar y a lo que el Señor quiere.

Y eso, entre otras cosas (permítaseme el pesimismo antropológico en estas situaciones), sencillamente porque todavía no tenían los instrumentos de coerción y coacción para el sometimiento que todo grupo va desarrollando con el paso del tiempo inexorablemente, y que en nuestro caso fueron creándose con el paso de los siglos. Los fenómenos de la «desindividuacion» y de la «autocategorización», fenómenos ya estudiados desde hace tiempo desde la psicología social, y que se dan en todos los grupos sociales inexorablemente, en la institución eclesiástica se han dado en grado máximo, propiciado por el hecho de ser un grupo cerrado que ha evolucionado según su propio «mecanismo», sin ningún tipo de control objetivo, por los siglos de los siglos. Pero, como digo, en los inicios de la Iglesia esto no era así (¡porque no podían!) y el desarrollo era natural y espontáneo, y podemos decir por tanto, querido por Dios y no manipulado. En los inicios de la Iglesia, la Iglesia que peregrinaba en el mundo era la Iglesia como Pueblo de Dios. Y a eso tenemos que volver. Es más, a eso vamos a volver, quiéranlo o no…

Urge, por tanto, que iniciemos el camino de conversión institucional: de la Iglesia-Institución a la Iglesia-Pueblo de Dios.

La Iglesia, por tanto, tiene que estar configurada en torno a comunidades de creyentes libres, reunidas en torno a pastores libres, que tengan libertad personal y pastoral para realizar el ministerio que Dios quiere para cada uno de ellos, sin coacciones ni coerciones institucionalistas o de cualquier otro tipo. Los pastores y las comunidades que crezcan más, por el buen «sensus fidelium» de los fieles (y no por manipulación, claro está), ésas irán prevaleciendo con el tiempo, y las otras irán desapareciendo, como pasa, por otra parte, con todas las demás criaturas (ley de la «selección sobrenatural» de los carismas y de las comunidades).

El sensus fidelium hará el resto, y que Dios reparta suerte…

La Iglesia-Institución ha muerto. ¡Viva la Iglesia-Pueblo de Dios!

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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