Sigue el ejemplo de Ucrania y se la pide a Constantinopla

La crisis en la ortodoxia empeora: ahora Bielorrusia también busca su independencia de Moscú

El Patriarcado ruso, cada vez más aislado en su conflicto con el Patriarcado Ecuménico

La crisis en la ortodoxia empeora: ahora Bielorrusia también busca su independencia de Moscú
Obispos ortodoxos, a la gresca Agencias

Se perfila un "desfile de autocefalias" en el cual podrían quedar abarcados incluso los países bálticos, algunas partes del Cáucaso, la Transnistria y Moldavia

(Vladimir Rozanskij, en AsiaNews).- Los eventos vinculados al procedimiento por el cual se concedería la independencia a la Iglesia ortodoxa ucraniana, se suceden a un ritmo intenso. Ahora, también Bielorrusia piensa dirigirse a Constantinopla para obtener el Tomos, es decir, el «decreto de autocefalia». En tal sentido, una declaración fue difundida el 19 de septiembre por el Svjatoslav (Login), responsable de una rama minoritaria de los ortodoxos de Minsk, que se autodefine ya como «Iglesia ortodoxa autocéfala de Bielorrusia».

La proporción que asumen las variadas expresiones de la Ortodoxia en el país del presidente Lukashenko no puede ser comparada con la de los vecinos ucranianos, donde se enfrentan tres jurisdicciones vinculadas a Moscú, Kiev y Constantinopla (además de los greco-católicos, vinculados a Roma). Por el contrario, en Bielorrusia, la casi totalidad de los fieles ortodoxos se somete al Exarcado de Kiev, dependiente en todo del Patriarcado de Moscú, que ha nombrado al actual exarca-metropolita Pavel (Ponomarev) en la sede de Minsk.

Sn embargo, desde un punto de vista histórico, el estatus de la Iglesia de Minsk es muy similar al de la Iglesia ucraniana, y se aproxima incluso más al de la Iglesia ortodoxa polaca, que obtuvo la autocefalia en 1948, concedida por Constantinopla y acordada con el Patriarcado de Moscú, del cual formaba parte anteriormente. El Imperio ruso supo englobar todos estos territorios entre los siglos XVII y XVIII, pero las jurisdicciones eclesiásticas siguieron su historia por caminos independientes, y en general, todos los ortodoxos eslavos orientales descienden del Bautismo de la Rus de Kiev, actual capital de Ucrania. Si esta última -como todo deja prever- obtiene la autocefalia en octubre, no habría motivo alguno para negársela a los ortodoxos bielorrusos.

Por lo tanto, se perfila un «desfile de autocefalias» en el cual podrían quedar abarcados incluso los países bálticos, algunas partes del Cáucaso, la Transnistria y Moldavia, todos dependientes -de alguna manera- de Moscú, que entonces quedaría vaciada de gran parte de su jurisdicción. Permanecerían, por cierto, los exterminados territorios de la Rusia europea y siberiana, que no tienen demasiada población y cuyo número de iglesias y diócesis es relativamente limitado. En este proceso también quedaría afectada una parte de las comunidades greco-católicas, presentes no solamente en Ucrania; efectivamente, éstas se remontan a la Unión del año 1596, firmada en la ciudad bielorrusa de Brest-Litovsk, en la frontera con Polonia.

Kiril, patriarca de Moscú (en verde), con otros jerarcas ortodoxos


El efecto principal de todo ello sería el aislamiento de Moscú del resto de la Ortodoxia universal, como de hecho está ocurriendo en estos días: la declaración del Sínodo moscovita del 14 de septiembre pasado, que propuso la suspensión de la comunión eucarística con Constantinopla, fue recibida con el silencio sepulcral de las otras 13 Iglesias ortodoxas canónicas.

Hasta ahora, no hay ninguna Iglesia que haya seguido a Moscú en el conflicto con el Patriarcado ecuménico, ya sea negándose a nombrar a Bartolomé en la liturgia o absteniéndose de concelebrar con sacerdotes de Constantinopla, como sí está sucediendo con los rusos. A pesar de las declaraciones de varios patriarcas y metropolitas a favor de Moscú, incluida la del Papa Francisco, quien en mayo pasado, desde Roma se refirió al «único patriarcado» para rusos y ucranianos, lo cierto es que nadie ha dicho nada después del 14 de septiembre, dejando a Kirill solo, que ahora tendrá que vérselas con Bartolomé.

El patriarca de Moscú ha tenido largo tiempo para reflexionar sobre las cuestiones que han caracterizado las relaciones inter-ortodoxas en los últimos años, sobre todo, después de su negativa a participar en el Concilio de Creta del 2016, donde justamente temía que surgiera el caso de Ucrania, teniendo presente el conflicto armado que está en curso desde el 2014. El encuentro llevado a cabo en Fanar el 31 de agosto pasado llegó probablemente muy fuera de tiempo, sobre todo, siendo que la decisión ya estaba tomada, después de dos años de consultas oficiales entre Constantinopla y las otras Iglesias autocefalas, incluida Moscú.

Mientras tanto, los dos exarcas constantinopolitanos, los obispos Daniel e Hilario – ucraniano y americano, respectivamente – están procediendo expeditivamente con las diligencias necesarias. El 17 de septiembre se reunieron con el presidente Petro Poroshenko, que reafirmó el secular anhelo de los ucranianos, por la autonomía de su Iglesia, y la histórica cercanía con el patriarcado de Constantinopla. Después del encuentro, uno de los dos delegados, el arzobispo Daniel, pronunció la fatídica frase: «El procedimiento para la concesión de la autocefalia a la Iglesia ortodoxa ucraniana está iniciado, y ya estamos en la recta final». Los dos exarcas invitaron a todos los obispos de las diversas jurisdicciones, incluida la moscovita, a confrontarse de manera directa, y todo hace suponer que muchos van a responder positivamente.

Es difícil que Moscú logre retener a la mayor parte de los fieles que aún siguen ligados a ella, y es mucho más improbable que logre convencer a todos de que la razón está de parte de los rusos, cuando los demás ortodoxos están todos alineados del lado opuesto.

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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